Cien caballos en el mar: su amargura e ironía

Cien caballos en el mar: su amargura e ironía

Cuando leí por primera vez a Alfonso López Corral experimenté una sensación de desasosiego. Musiquito del talón (FETA), libro ganador del Premio Nacional de Cuento Joven Comala, ya traía todo ese gore expresado en los mapas geográficos del norte del país: una ciudad invadida por la violencia manifestada en todas sus caras. Ese libro en particular tiene una factura indiscutible: la crudeza de sus cuentos refleja el presente que nos persigue desde que inició la guerra contra el narcotráfico.

         Cien caballos en el mar (Paraíso Perdido) es un libro que tiene una tesitura parecida a Musiquito del talón. Aunque yo añadiría algo más: el autor tiene la capacidad de crear situaciones límite a través de personajes y descripciones rurales, sin que se le escape ese lado onírico y oscuro. López Corral tiene una gran cualidad: utiliza el tema de la violencia para ironizar la condición humana.

         El primer cuento que abre el libro, “La carretera del sur de Sonora”, narra el épico viaje de unos amigos hacia el norte, en donde se encuentran con un retén que no les va a cambiar en nada, pero que los hará pensar en la situación en que se vive en México, pues como lo dice el narrador: “No es que no hubieran encontrado nada, es que habían dejado de buscar cuando se dieron cuenta de que en la otra troca habían encontrado el clavo que esperaban por el pitazo” (19). ¿De qué otra manera se puede narrar la impunidad en nuestro país? Este texto es el fiel reflejo de lo que ocurre.

         El cuento “Cien caballos en el mar” es uno de esos textos de una riqueza lingüística. Narra la historia de un hombre que busca gatos para un negocio. Pareciera que asistimos a un ambiente lóbrego, pues su paisaje y sus descripciones nos empujan a un abismo fantasmal, semejante al mundo narrado en Pedro Páramo. Sin duda hay un sesgo rulfiano que nos hace pensar en los territorios del sueño, pues se atreve a utilizar diálogos, lejos de la retórica rimbombante.

         En “Karma por amor” Alfonso López explora la codicia humana. ¿Hasta qué punto el ser humano es capaz de hacer con tal de conseguir lo que tanto anhela? A este tono, el irónico, se le suma “Todo va a ser diferente”, en donde se narra el deterioro de Melchor y Silvia, personajes estragados por la violencia que los circunda.

         El libro cierra de manera magistral. “Poliomielitis” es un cuento de alto voltaje. Rompe un poco con el tono de los cuentos anteriores para describirnos a un personaje apabullada por la violencia doméstica. Narrado en primera persona, Carolina, apodada “La Chata”, nos narra su convalecencia, ya que desde los cuatro años padece poliomielitis. Con un realismo crudo nos cuenta su incapacidad de poder vivir, junto a su madre. Ambas sufren: una por la enfermedad, y la madre por no saber cómo enfrentar la carga. El único consuelo que tiene Carolina es utilizar su imaginación y su don de la premonición para poder curarse de la tristeza y la desdicha.

         Alfonso López Corral crea mecanismos complejos, con personajes inspirados de su realidad, utilizando escenarios del norte del país. Toma como propio toda esa geografía para crear artificios literarios bien ensamblados. Y a pesar de que sus historias pueden reflejar la realidad de su territorio, en cada texto invita al lector a cuestionarse las diferentes maneras en que la violencia se manifiesta en la vida cotidiana. Es, en pocas palabras, una obra que deja en manifiesto que la violencia es materia prima para retratar nuestra realidad.