El Gran sueño, cuento de Jesús Campuzano

EL GRAN SUEÑO

Vladimir Alekseev no titubeó ni un instante. Hizo su trabajo resuelto. Ejecutó la primera incisión cortando el esternón y de inmediato la sangre acumulada se asomó, vis- cosa, manchando el escalpelo y enrojeciendo el látex que cubría sus hábiles manos. El corte se prolongó hasta el abdomen, las vísceras y el hígado, de un profundo rojo purpúreo, emergieron desde las entrañas. Ante sus entrenados ojos, los órganos de aquel cuerpo reflejaban fielmente los hábitos de una persona sumamente sana. El examen continuo exhaustivamente; el riguroso protocolo del corazón y el cerebro revelaron el deterioro normal que aparece pocas horas después de un deceso. Nada extraordinario, nada sospechoso, nada fuera de lo normal. No había hematomas o cortes, ni siquiera el más mínimo rasguño.

      Al no encontrar indicios de sustancias tóxicas o envenenamiento, la causa de muerte permanecía oculta. Vladimir se encontraba, por primera vez en su carrera, confundido y desconcertado. Y al ahondar en aquel cadáver, más se adentraba a un enigma que le era difícil descifrar. No había historial médico y se le había negado toda información previa.

¿Cómo había muerto este hombre?

Observó que en esos huesos no había fracturas ni caries que mancharan la blanca dentadura. Pasaron las horas sin poder identificar la causa del fallecimiento, el informe concluyó con una insatisfactoria anotación: muerte súbita.

Cuando entró a la oficina del coronel Konstantin Vólkov, en el cuartel del Spetsnaz al cual había sido llevado con el máximo sigilo, éste, ávido e impaciente, lo abordó de inmediato

–¿Ha terminado?

–Hasta el último detalle –respondió Vladimir, resuelto.

–No me haga perder el tiempo y diga ya, ¿había algo fuera de lo común en el cadáver?

–Nada en lo absoluto, coronel Vólkov.

En realidad, ese cuerpo era sin duda el más digno ejemplo de lozanía y entereza. Si lo tuviera que usar, sería solo para mostrar cómo debían lucir los órganos de una persona saludable. Seguramente este hombre fue atleta o soldado.

Vladimir y Konstantin trabajaron juntos para la KGB.El paso de los años fraguó una fuerte amistad e hizo de ellos los mejores en sus respectivas ramas. El destino los reunía en esta nueva ocasión. Este caso desató la irrefrenable y característica curiosidad de Vladimir que, con su astucia y afilado pensamiento, supo que el asunto, aunque parecía normal, encerraba algo que a él se le había ocultado y que no se trataba de un simple fallecimiento.

Después de explicar a detalle la autopsia, sin más miramientos, el médico disparó a quemarropa la ansiosa pregunta.

–¿De qué se trata todo esto? –el reclamó de Vladimir sonó un poco exasperado.

Konstantin mantuvo un largo silencio, esbozando la leve sonrisa que su colega conocía muy bien. Vladimir detestaba esa actitud autoritaria y burlona; era como si su rango se viera degradado por la ventaja que su compañero poseía al conocer lo que él ignoraba.

–Olvidemos que tú eres coronel y yo médico forense –exigió el médico–; hablemos claro, como lo que verdaderamente somos, amigo. Vamos, dime ya.

Después de zaherir el orgullo del forense, Konstantin decidió dar fin a la espera y para satisfacer la gran curiosi- dad de Vladimir, sacó un documento que guardaba bajo el escritorio, calmando así el desbordante interés de su amigo.

–¡Lee y desengáñate! –le dijo.

El sobre mostraba las letras «совершенно секретнo». Al ver el sello roto, contrajo el ceño, en señal de descontento, y su mandíbula se endureció. Nunca pudo abrir uno él mismo. Se conformó sabiendo que la información allí escrita era para conocimiento de muy pocos y él pertenecía a esa minoría. Konstantin interrumpió los pensamientos de su colega diciendo:

–Has acertado en decir que era un soldado, era uno ejemplar. Pero también era un asesino muy astuto. Tan audaz que nadie pudo creer su culpabilidad cuando ésta fue comprobada. Fue sentenciado a muerte por crímenes, tan bien ejecutados que de no haber sido porque salieron a la luz, hubieran sido perfectos. Créeme, fue muy difícil atrapar a Boris Taneyev. Fue responsable de asesinatos tan horrendos, no solo por las fotografías que verás en el expediente, sino por la frialdad y las circunstancias con la que los llevó a cabo. Te confieso que incluso he admirado su malévola inteligencia. Al atar cabos, comprendo ahora la muerte súbita de algunos hombres que se mencionaron en el documento. Los suicidios de X y los crímenes pasionales de Y están perfectamente interconectados, tal como mueve las piezas un gran ajedrecista. Boris Taneyev era un monstruo. Un verdadero psicópata. Fríamente calculador en la ejecución de sus atentados. Libre de sospechas y siempre con factores a su favor, salió victorioso de casi todas sus fechorías. Pero la suerte se le acabó y murió, después de cuatro años de encarcelamiento en la prisión de máxima seguridad, el Delfín Negro dio su último respiro la noche anterior. Ahora lee tú mismo.

El documento era el diario del asesino y ésta es la transcripción de las últimas páginas.

diciembre 10 de 2017.

Sigo en espera de mi ejecución. Estar encerrado no es un castigo. Para mí es solo una reunión con los de mi especie. Aquí habitamos los pederastas, los caníbales, los asesinos y los locos. Aquí sigo aprendiendo y observando las perversiones de la naturaleza humana más que en el mundo de afuera. Comienzo a pensar que los verdaderos esclavos son los que se creen falsamente libres y los fielmente li- bres estamos aquí encarcelados. La libertad no está en ir y venir. La libertad es dejar atrás a quien te dijeron que eras, para convertirte en lo que verdaderamente eres. La Libertad reside en la mente y se expande con el pensamiento. No me siento culpable; la culpa es mala compañera, por eso la desterré de mi pobre colección de emociones ya que no sirve de nada. Es como la preocupación que solo desgasta, es banal, es estúpida. Si te preocupas o te culpas de tus hechos y acciones y no confrontas las consecuencias eres débil, un simple humano imperfecto. La perfección requiere olvidar las emociones. Y aquí estoy yo, en un retiro para psicópatas. No espero salir con vida pues estoy sentenciado a muerte. Qué risa me da ¿Sentenciado a muerte? ¿No acaso todos lo estamos? Pobres tontos, ilusos, estúpidos… creyentes de lo que no ven.

diciembre 12 de 2017.

Me han informado hoy de tres opciones para mi ejecución.

 

diciembre 15 de 2017.

He elegido, sobre la silla eléctrica y el envenenamiento, la muerte por desangramiento. Me explican que este proceso es indoloro, pasivo y solo sentiré mucho cansancio, como caer poco a poco en un gran sueño. El procedimiento será llevado a cabo el 31 de diciembre del año en curso.

17 diciembre de 2017.

Se acerca el día.

Es curioso saber que se tiene cita con la muerte. Estoy consciente de que está ahí, latente. Me hubiera gustado encontrarle en una batalla. Sorteando balas. Atrincherado y combatiente. No tengo miedo. Por eso me ejercito cada día más. Para encontrarla fuerte y estoico, para que se lleve mi juventud entera. Ella no reconoce al niño del anciano o al pobre del rico, pero quiero gritarle de frente que no le temo y que no me asusta.

18 diciembre de 2017.

 ¿Qué habrá más allá?

¿Dónde queda nuestra consciencia después de morir?

Es difícil imaginar el no existir; aun así, con éstas y más preguntas permanezco sin miedo, pues he sabido siempre que la única certeza de esta vida es la muerte. Por eso soy soldado de élite. He matado y he visto el miedo reflejado en los ojos de mis víctimas, he visto su pobre vida desvanecerse ante los míos. Creo firmemente que la angustia y el dolor son un precio muy bajo a pagar y es muy poco comparado con la belleza de morir eternamente.

¿Es absurdo pensar que exista la eternidad después de morir?

Quiero pensar que solo se muere una vez y es para siempre. Además, después de haber purgado los infiernos que adornan este mundo me pregunto ¿por qué querría uno la vida eterna? Después de los cuarenta años, algunos ya hemos visto demasiado. Ahí va la humanidad atiborrada de tontos, disfrutando la vida. Todo son mentiras. Reproduciéndose y repitiendo los mismos horrores. ¡Qué abominación!

Sin entender que solo son un montón de células cambiantes. Tragando y defecando. Seres que viven por el simple hecho de existir. Alejándose cada vez más de su consciencia, que es adormecida por sistemas perfectamente desarrollados y adecuados para sus pobres inteligencias. Consumiendo largas cantidades de veneno a largo plazo. Acumulando más de lo que no necesitan. Buscando afuera lo que nunca conseguirán si no miran adentro. Si no se confiesan débiles. Pues en la debilidad está la fortaleza.

Así es la vida, la vida color de rosa. Ahí van, buscando la vida eterna. Si ésta es la vida eterna, sin duda, para mí será mucho mejor la muerte eterna. Yo solo sé que la muerte es un secreto que algún día a todos nos será revelado.

Hoy vino una mujer muy bella a explicar con detalle mi ejecución. Su bata blanca dejaba ver las curvas de su cuerpo. A pesar de estar acompañada de otros doctores y resguardada por dos carceleros que tenían más músculo que frente, sentí su miedo y nerviosismo. Evitó mi mirada; y debo confesar que su belleza me aturdió. Sus ojos verdes me invadieron y por unos pocos segundos su fragilidad alteró mi ser. No cabe duda que el peor enemigo de un hombre es la belleza de la mujer o su propia mente. Tendré una cena con el platillo de mi preferencia. Escogí un delicioso spanakopita, que me recuerda un viaje a Grecia y a Santorini, donde lo probé por primera vez, en una terraza a la cual fui invitado por una vieja solitaria que, al ofrecer el plato en su ininteligible lengua, nunca imaginó que compartía su comida con un asesino que, en pocas horas,mataría a su político favorito.

Me explicaron que este método de desangramiento es nuevo y que seré yo el primer ejecutado con esta innovadora técnica. Mis brazos estarán sujetos a una silla y no veré la sangre en ningún momento, pues tendré una mesa metálica que los cubrirá y allí estará el escalpelo con el cual se hará el corte. Me han dicho algo que yo ya sabía, pero disimulé para ver más los ojos de aquella hermosa doctora rusa, que con mucha frialdad explicó que el corte no sería horizontal sino vertical, cortando así una extensión larga de las venas. El desangramiento es más eficiente así. Sentirás, me dijo, un gran cansancio y te irás durmiendo poco a poco hasta caer en un gran sueño. Yo la miré, y vi que dentro de esos ojos verdes había algo de compasión hacia mí. Yo iba a morir sin ver mi propia sangre, después de haber derramado tanta. Y sentí que, después de todo, la humanidad tenía algo de bueno, como aquella vieja que compartió su spanakopita con un asesino. No merecía tanta clemencia y, al menos, comprendí que la humanidad avanza. No tuve ni una pregunta y esa noche me fui a dormir con los ojos de mi hermoso verdugo clavados en mi mente.

31 diciembre de 2017.

Se llegó el día.

Son las 10:00 a.m. y me siento bien. «Es un buen día para morir», como decía Kiefer Sutherland en la película Flatliners. Estoy preparado y seguro. No tengo miedo. Me quedan doce horas de vida ¿Qué haré con ellas? Me ejercitaré, haré mi rutina más fuerte que nunca. La cena está programada a las 7:30 p.m. Pedí que las dos últimas horas, después de mi cena mediterránea acompañada con solo media copa de vino (hay que estar consciente a la hora de morir), estuvieran adornadas con música de Tchaikovsky, mi gran ídolo.

No sé si exista la música en el más allá, lo que sí sé es que George Bernard Shaw decía que «el infierno debe estar lleno de músicos aficionados» y, según las creencias católicas, allí voy con toda seguridad; quiero escuchar lo mejor de este mundo. Pedí el Andante Cantabile del cuarteto para cuerdas número 1, Op. 11 en re mayor, el con- cierto piano y orquesta 3 Op.75 completo, y las estaciones Op. 37. Mi favorita es junio. La barcarola, que será la última pieza que escuche.

Lo único que me duele al dejar este mundo es la buena música. Pues es solo ahí, bajo su cobijo, donde el hombre deja de ser hombre para ser algo más que carne y hueso. Mi última voluntad es que sea la mujer de ojos verdes quien me corte las venas y que sean sus hermosos ojos los que me acompañen en mi último respiro. Quiero registrar en mi mente el candor de su mirada y llevarla conmigo hasta que la muerte venga por mí.

También di mi consentimiento para esta nueva forma de ejecución y para que congelen mi cadáver, por si resulta necesario usarlo en el futuro.

 

Y así terminaba el diario.

–Pero... ¡Konstantin, el cuerpo no presenta cortes en las muñecas!

–Así es, mi gran amigo –contestó eufórico el coronel.

   –Hemos vencido con inteligencia. Nunca se hizo el cor- te, solo se pasó el frío escalpelo sin filo a lo largo de las muñecas, bajo la mesa metálica había un sistema que derramaba gotas de agua, muy cerca de la piel, simulando el brotar de la sangre. Efectivamente este método de matar es nuevo y le hemos llamado El Gran Sueño que, como puedes ver, es en realidad una muerte inducida. Boris Taneyev murió a causa de condicionar e influenciar su mente hasta el subconsciente. Lo matamos con silencio y en silencio. Y como pudiste comprobar, mi gran amigo, está muerto. ¿Cómo matar a un ser tan inteligente? Con inteligencia. Como el mismo Taneyev expresó de su puño y letra: «No cabe duda que el peor enemigo de un hombre es la belleza de la mujer o su propia mente». Y nosotros usamos las dos.

Bailando de júbilo, manoteando al aire y haciendo movimientos que parecían más aterradores que cómicos continúo diciendo:

–Ahora guardemos este hermoso cadáver en nuestro depósito criogénico para darle vida en nuestro próximo experimento. Recuerda Vladimir, la humanidad avanza.

 

Atenas, Grecia, 23 de junio de 2010.