Elegía por la muerte de un ave

Elegía por la muerte de un ave

Máximo Avilés Blonda


 

Nació en Santo Domingo, República Dominicana un 16 de mayo de 1931.

Avilés Blonda crea el grupo literario Generación del 48. En ese año acontece para ellos un hecho importante: llegan al país los poetas españoles Leopoldo Panero, Luis Rosales y Agustín de Foxá. El primero se interesa por la labor de estos jóvenes, y los considera «uno de los brotes poéticos más prometedores con que cuenta la poesía general de habla española».

De acuerdo con el investigador, lingüísta y crítico literario dominicano, Odalís G. Pérez , «para la generación del 48 la poesía es ser, lenguaje, mundo, libertad y arrojo». Incluso también para lo integrantes de esta, la literatura debía tener un contenido testimonial, moral, humano; debía estar comprometida con los problemas sociales. El poema traslimitaría su metaforización, su logo y su compromiso, desde el discurso poético del sujeto creador.


En 1962 aparece la obra poética fundamental de Máximo Avilés Blonda: Centro del mundo. El poeta explica la forma en que se puede hacer un canto, retratando la historia desde el alma, el retrato de lo que el llama isla, aquel lugar ultrajado por conquistadores y en donde el expone las riquezas de su tierra y la explotación tanto de invasores como nativos, dando un recorrido por lo que el denomina a su isla: El centro del mundo.

Falleció en Santo Domingo el 19 de enero de 1988 a la edad de 57 años.

Comparto tres poemas de su obra:

 

CENTRO DEL MUNDO

(fragmentos)


I

Centro del mundo, esta isla.

De ella salieron los valientes conquistadores

de ancho tórax, de negra barba, de nervudos brazos,

la tizona al aire al grito de la cruz,

para incendiar naves y someter Imperios.


 

Y también los Cronistas,

los que habían de adivinar La Historia de los Pueblos

escrita en dura piedra con raros caracteres.


 

Y hubo Audiencia y Enseñanza y Leyes y Mercedes

sobre la tierra negra del centro de la isla,

y nadie quiso la tierra seca del sur plagada de lagartos,

y el norte y el oeste fueron abandonados por el comercio ilegal

y se fundaron nuevas ciudades,

se talaron bosques,

y después se marcharon furtivamente aquellos hombres,

para buscar oro o plata en otra parte,

tal vez a juventud no poseída,

porque el pescado no era riqueza duradera.


 

Yo vi los anchos Conquistadores sonreír satisfechos

plantando su oriflama sobre piedras sagradas,

al aire sus penachos coloridos,

la loriga caliente por el Sol de las razas,

brillante la armadura en tanto deslumbrar.


 

Y los viejos Cronistas escribieron historias

que luego propagaron por los pueblos de Dios,

historias de espadas y de flechas,

de raros sacrificios,

de emboscadas en rincones

donde asechan la sierpe y su veneno.


 

Historias donde valen las frases y aquel que las pronuncia:

La fundación de las ciudades que aún con los años

permanecen pequeñas

por el abandono sufrido a lo largo de los siglos,

por la continua agitación de uno que viene y otro que se va

en el contorno agitado de estos pueblos

que parecen dejados de la mano de Dios.


 

Y los penachos de los Conquistadores cubrieron la tierra

partiendo de esta isla.


 

XVII

Yo no te ignoré, Isla, probé tu fruto sazonado,

desde mi infancia, bajo una bandera de temor.

No partí como muchos, ni llegué en la jornada de la Muerte y la Patria

a edificar libertad sobre la arena y el cerro.


 

Yo no supe de mar y de aventuras,

de naves veloces donde la sal se cuaja,

de clarines sonoros y cañones de ronca voz de muerte,

de guerreros tambores en comunión de carne de fusil,

de búsqueda de huesos familiares

y calcinados dientes.


 

Pero sentí tu piel en mi piel desde mi infancia,

pero sentí tu boca en mi boca diciéndome mentiras, oficiales.

Porque probé tu beso venenoso y terrible y no partí

buscando la conquista

para volver de nuevo, frustrado victorioso,

con hijos de otra parte.


 

¡Yo te pienso, ¡Oh, Isla!, no trampolín sino agua quieta!

No sílaba sino frase completa que me colma.


 

Yo te pienso, Patria, no como un sueño,

sino como un pan en la mano de mi hermano.


 

Yo te pienso afanosa, pequeña trabajadora poblada de semillas.

Isla nutritiva para el pobre.

Yo te pienso del Padre Común hija amantísima.


 

Países hubo de brumas donde no sucedieron estas cosas.


 

Y el Hombre de la Patria, esperó conservando la Heredad

para que fuera isla de alimentos, sin fraudes, sin cultadas.


* *          * *          * *

 

ELEGÍA POR LA MUERTE DE UN AVE


¿Qué enlutada substancia, qué polvo

cubrió al mundo cuando cesó tu canto tembloroso?

¡Oh, mensajero fiel de otras auroras!

¡Oh, ángel perseguido por la música!

Silvador de la estrella.

Prisionero.

Cantador de la libertad que no tenías

que comenzaba al borde de tu reja

y nunca terminaba.


 

¡Tan pequeño es el mundo sin tu canto!

Tan lejano el amor sin el roce de tu ala!

¡Tan húmedo el alpiste sin tu pico!

¡Tan terrible el vacío que dejaste

que apenas cabe en él una palabra!


 

Tú debiste morir en una rama verde,

o cantando en el hombro de una estatua.

No debiste morir en este instante,

puro cantor de ríos,

que escapaste del plomo y de la flecha

y quedaste entre rejas,

prisioneros,

para mirar con tus vivaces ojos

la música de un mundo que no sueña.


 

No debiste morir en este espacio,

en donde estamos muertos.


Máximo Avilés Blonda


___________

Hernández Rueda, Lupo, (1981), La generación del 48 en la literatura dominicana, Santo Domingo, República Dominicana, UCMM.


https://noticiassin.com/historia-dominicana-maximo-aviles-blonda-importante-actor-escritor-y-periodista-2/


 

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