Libre directo | Cuento por Benjamín Aguilar

Libre directo

Por Benjamín Aguilar

Lo hincaron justo después de darle un culatazo en la boca. El sonido apenas hizo eco en la parte inferior de la cara, un borboteo discreto de sangre empezó a manar desde el labio inferior hasta la camisa. Del otro lado del predio, en el campo de Fútbol rápido, los reflectores alumbraban toda la cancha y aún hasta la mitad de la calle de enfrente, y más al fondo, quizá unos cincuenta metros, en dirección a la barranca. Roberto sabía que lo iban a matar y quiso oponer cierta resistencia, pero no pudo. Se escuchó el silbatazo inicial, se jugaba la vuelta de la semifinal libre estatal. No escuchó a los hombres cargar las súper, y tampoco escuchó el golpeteo discreto de las armas antes de apuntarle a quemarropa. El partido iniciaba con un gol de visitante en contra, jugaban Millonarios FC contra Deportivo Flores Magón. El cuadro de ambos era poco más que semiprofesional, del lado de Millonarios tenían a Diego el pelirrojo, que podía jugar como contención o punta, siempre con el balón pegado en los pies, siempre armando desde mitad de cancha. El otro diez, el de Flores, era Bahía, un veterano de las divisiones inferiores del Zacatepec, un diez nato, ambidiestro, que si no debutó profesionalmente fue más por la indisciplina del barrio que por la falta de cualidades. El duelo empezó parejo y Millonarios tenía que ganar por ventaja de dos goles. Marcaron la primera falta a quince segundos de iniciado el partido, Mateus, el central de Millonarios, fue a buscar una pelota imperdible afuera del área. El árbitro marcó libre directo mientras seguían interrogando a Roberto. -Dinos dónde está el Aleph, te estoy dando chance flaco, pero al chile ya se me está acabando la paciencia. Dime dónde está y te suelto, ahorita, te vas, es más, hacemos pacto, te dejamos seguir haciendo tus jales, sin bronca, solo dinos dónde está el Aleph flaco, ya estuvo. Roberto los miró de frente, con las luces del campo iluminando la parte lateral de los pómulos, un brillo irregular que lo hacía parecer un dios cansado y juvenil, una fotografía en alta resolución. Sonrió de manera burlona y escupió un buche de sangre, una mancha obscura perdida en el pasto quemado del predio, una premonición inmediata cargada de orgullo y melancolía. Bahía pidió patear, se pusieron cuatro en la barrera, los cuatro compactos, los cuatro esperando una pelota cerca del ángulo donde no estaba el portero. Se escuchó el grito de gol y casi al mismo tiempo un disparo seco, un estallido que se fue diluyendo con el barullo de la tribuna, con el semblante faraónico de Bahía festejando un tiro perfecto y raso, una especialidad de la casa.