Sin remos para volver a casa | Ángel (El Halcón) Domínguez Espinoza

Sin remos para volver a Casa

Por Ángel Domínguez Espinoza

A)

Son las 8:00 am, espera en silencio que alguien le abra la puerta. Cada mañana tiene la esperanza de no ser invisible. La rutina diaria la sumerge en un mar de luz y sombras. Desea galletas para el desayuno y una taza de café con leche, pero el doctor le ha prohibido esos alimentos, solo le queda imaginar el sabor en las comisuras de sus labios. Ella camina lerdo a la voluntad del destino, extraña aromas y colores de su casa. El frío del asilo hiere su ilusión de volver con los suyos, con el paso del tiempo la falta de memoria diluirá ese anhelo. En ocasiones cuando peina su cabello blanco, frente al espejo conversa con una mujer extraña. Gracias a unas flores artificiales, aún recuerda que se llama Margarita. O mejor dicho, Margot, como le llamaba su padre.

B)

Después del desayuno una enfermera la lleva de la mano al balcón, sujetando su chal con los brazos cruzados observa en silencio el vuelo de las aves, sobre los tejados de las casas avanza descalzo el sol. La  distancia que contempla le devuelve el recuerdo de sus años mozos, sus días transitan sin rumbo en medio del tic-tac del reloj de la cocina, el Alzheimer le acaricia la memoria, no tiene remos para volver a su hogar, su esperanza se diluye en un bostezo.

C)

Los calambres en sus piernas la despiertan por la madrugada. Cuando se dirige al baño le crujen los huesos como cereal de maíz, el tiempo golpea con violencia sus rodillas, un paracetamol de 500 mg calma sus dolores. Junto a la ventana de su cuarto, llora como la niña que perdió sus golosinas. En el eco de su tos se desmoronan sus ganas de vivir. La memoria se le ahoga en las cataratas de sus ojos, no tiene ilusiones marcadas en las líneas de sus manos, el rastro de las hormigas es más notorio que su voz, para algunas personas ha dejado de existir, pero por su aroma de margaritas el personal médico sabe que aún sigue dentro del asilo.