En 2008 me invitaron a trabajar en el homenaje a Carlos Fuentes.
Me parecía un gran escritor, ciertamente, pero había algo con lo que no encajaba, tanto en su literatura como en su figura pública. Cuando uno es joven e iluso suele pesar más la persona mediática de un autor (y los chismes) que su propia obra. Pero tenía que decidir si iba a trabajar un año entero para homenajearlo.
Así que me puse a ver quiénes eran sus amigos y me encontré con que todos sus amigos, particularmente los africanos y asiáticos, eran escritores que valoraba muchísimo. Así que acepté.
Hubo varias enseñanzas durante ese año.
Para tratar de entender a Fuentes, y encontrarle el gusto, me leí todos los artículos periodísticos que había publicado desde el 76. Entonces pude ver una coherencia que difícilmente se da en los intelectuales y, también, me quedó clara la razón de los chismes: si no eres partisano de la corriente política de moda —a favor o en contra— te ganas muchísimos enemigos.
También me quedó claro por qué sus amigos —esos escritores, autores y artistas que ya admiraba— eran sus amigos: Fuentes era interdisciplinario, preguntón, y lo mismo se interesaba en la escultura que en la historia (mi momento gruppie más inesperado fue cuando me tocó comer a lado de Friedrich Katz).
Pero lo más importante fue la forma de la amistad misma que entablaba Fuentes con las personas. Ver por ejemplo a Monsiváis y a Fuentes charlando —a Carlos and Charlie's, a dos personas que no podía imaginar juntas—, era una maravilla: era ver a dos chamacos felices hablando de películas viejas. Luego Nadine Gordimer dijo que nunca había visto mariachis en vivo y Carlos consiguió mariachis y mi ídola literaria de todos los tiempos estaba feliz feliz escuchándolos mientras Silvia le iba traduciendo al oído las letras. Después resultó que Leonora Carrington no iba a poder estar en las mesas del homenaje y Carlos organizó una comida pequeña con ella a la que estuve invitado... sólo que yo no sabía que iba a estar Leonora ni tampoco sabía que estaba viva: así que fue como si de repente entrara a un lugar y me encontrara ahí, de carne y hueso, a Frida Kahlo o a Van Gogh: a una leyenda.
Anécdotas como éstas hubo muchísimas.
Siguen sin gustarme algunas obras de Fuentes, particularmente las que tienen que ver con la frontera, pero entonces entendí desde dónde aborda el tema y por qué. Más importante: me quedo claro que son una propuesta para el diálogo, no una sentencia.