Parásitos, una película redonda
- Es una apuesta segura porque indudablemente algo te va a provocar. Del director Bong Joon-ho, esta pieza es un momento habitable, algo con lo que incómodamente te sientes relacionado.
Ayer vi Parásitos. Contra todos los pronósticos y gracias al auge de la próxima entrega de los Oscars, llegó a Acapulco y ahora comprendo porque está causando tanto revuelo. Parásitos es una película redonda. Es una apuesta segura porque indudablemente algo te va a provocar. Del director Bong Joon-ho, esta pieza es un momento habitable, algo con lo que incómodamente te sientes relacionado.
Al comienzo la película parece llanamente buena. Es entretenida y sigue el orden común de establecer un contexto y cimentar las personalidades de los protagonistas. No tarda mucho en mostrar el suceso que marca el antes y después en la historia, consiste en un ofrecimiento laboral para Ki-woo, -hijo de una familia marginada que vive en una especie de sótano puesto que ninguno de los integrantes tiene trabajo, la familia está conformada por el padre Ki-taek, la madre Chung-sook, la hija Ki-jung, y Ki-woo- que lo llevará a fingir que es maestro de inglés y dará clases particulares a la hija de una familia adinerada. Después de eso, la película avanza, cambia el ritmo para volverse dinámica y divertida. De a poco nos vuelve cómplices risueños de un sabotaje lento, planeado, malvado y eficaz para irse deshaciendo del personal que trabaja para la familia adinerada y en su lugar, meter a la familia marginada, ocultando obviamente su parentesco. Debido a la simpatía que despierta la familia en nosotros, el ultraje parece hasta cierto punto justo, porque ellos son pobres, ellos viven en un sótano, ellos están necesitados, además esos ricos son tontos y les sobra el dinero a pesar de no haber sufrido, no como los pobres que son malos a veces porque tienen qué serlo para sobrevivir.
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Y aquí está el señalamiento de esta película, escribo señalamiento porque no hay algún halo de moralidad en la misma que la pueda volver una crítica o una enseñanza, toda la cuestión política y social queda de lado, pierde importancia. Parásitos opta por ponernos de frente a la intimidad, a la charla entre esposos, a lo cotidiano y desde ahí, en medio de una cómoda e impecable sala hace estallar la bomba.
No es solo un reflejo de desigualdad social, es un espejo de conductas humanas. En primera, se trata de límites, de cuestionar lo correcto o lo justificado. ¿Qué tanto es válido al momento de buscar la mejor opción para sí mismo? ¿Quiénes son los malos, los que buscan mejorar y usan uñas y dientes para conseguirlo o los totalmente enajenados en sí? Sobre este punto, la hipocresía del burgués enferma. Su ignorancia respecto a los aspectos fundamentales del ser humano y su aire de superioridad los vuelve vulnerables ante cualquiera que los elogie un poco. Por esto la familia desempleada logra colarse hasta la médula en esta estructura que es totalmente ajena a su realidad, los parásitos se sienten tan integrados en la dinámica que llegan a sentir un poco de pena por sacar tanto provecho de ellos -los ricos-, que son tan buenos, tan correctos y limpios que parecen frágiles.
Sin embargo, a medida que se desarrolla la película nos damos cuenta del lugar que ocupan los empleados. Son totalmente desechables, reducidos a sirvientes, no personas que desempeñan un trabajo, sino sirvientes, obedecen y hacen lo requerido a cambio de dinero. “Te pagaré tiempo extra” es el consuelo que reciben al comprometer su dignidad en alguna de las escenas. La frialdad y la indiferencia que los constituye vuelve a justificar este atraco del que son víctimas sin saberlo. Lo cual nos hace mirar a otro punto importante, la comodidad.
Si bien, nunca se establece claramente porque la familia está en condiciones tan precarias, queda claro que tampoco son personas que se esfuercen mucho, trabajan mal y poco, pero demandan más de lo justo, su excusa es precisamente su pobreza. Pero no se trata solo de una pobreza monetaria, sino una pobreza de espíritu, una pobreza mental, ya que parecen conformes o resignados a su modo de vida, vivir en decadencia no requiere esfuerzo. A pesar de que montar todo el teatro para introducirse en la familia adinerada requirió destreza y dedicación, para ellos, es más fácil y divertido inventarse una historia que trabajar arduamente desde abajo. En la película, la comodidad de ambos polos resulta ser su delito, su condena, su cadena y su castigo.
Otro punto digno de resaltar es el papel casi invisible que juega la niñez en la trama, como en la vida diaria. El más pequeño de los personajes está presente en las secuencias más intensas, parece no tomar parte, pero su presencia siempre insinúa y/o propicia un panorama de tensión, a pesar de sus pocos diálogos, al analizarlo lanza un potente mensaje, los niños están presentes en esta vida adulta y se dan cuenta de muchas cosas que los mayores no somos capaces de percibir, su inocencia no es sinónimo de ignorancia.
Y qué decir sobre los detalles técnicos que terminan de convertirla en una producción memorable. La atmósfera es totalmente creíble y resulta cercana, los personajes están bien definidos y a pesar de parecer clichés por algunos momentos, no dejan de provocar debido al gran guion que hay detrás, las metáforas bien rematadas a través de imágenes, los diálogos son sobrios, humanos y divertidos de manera extraña, además de los cambios de ritmo. Todos estos elementos hacen que Parásitos apunte a volverse un clásico atemporal, dado qué no busca tomar parte ni de los ricos ni de los pobres, se limita a mostrar que los seres irracionales habitan en ambos extremos, que son igual de absurdos y que pueden llegar a ser peligrosos, humanos a fin de cuentas.
La experiencia que representa es similar a la de encender la luz en una habitación oscura y sucia para observar a las cucarachas tomar su lugar, ya dependerá del espectador a cuál de ellas dirigirá su atención.
marianela@adncultura.org