Un día me salió un absceso en la cara. No lo toqué hasta que vi el cúmulo de pus en la punta. Sólo actué. Después de imaginarme el reviente de ese volcán, sentí mis dedos húmedos. Un repentino asco me vino hasta la garganta. Toda mi mano tenía sangre y pus. Lo seguí exprimiendo hasta vaciarlo. Mi cara apestaba.