La Coronación de Iturbide en la Catedral
de la Ciudad de México
- Este ceremonial se basó en el utilizado en la coronación de Napoleón Bonaparte en 1804.
Hacia finales del siglo XIX, el señor Manuel Rivera Cambas, originario de Xalapa, Ver. (1840 - 1917), historiador e ingeniero en minas, escribió muy diversas obras y entre ellas destaca un libro en tres volúmenes, titulado México Pintoresco, Artístico y Monumental, que por fortuna fue reeditado de forma facsimilar por la Editorial del Valle de México en 1974 y de esa obra hemos podido transcribir ésta muy interesante crónica contemporánea al hecho verificado en el solsticio de verano, el 21 de julio de 1822, que rescató el señor Rivera Cambas en su muy pintoresco libro:
“Una de las veces en que más suntuosa a aparecido la Catedral, fue en la Coronación de Iturbide, veíanse adornos y colgaduras en las naves del templo y en los arcos de cantería que unen y afirman entre sí las catorce columnas centrales, apareciendo igualmente lujosas las capillas que en igual número están distribuidas a los lados de las naves laterales.
“Del palacio, residencia de Iturbide, a la Catedral, había una vela o toldo usado en las procesiones, y la valla de soldados lujosamente vestidos, guardaba el paso a la imperial comitiva, cuya marcha abría un oficial con el escudo de armas del imperio yendo a su lado dos banderas con cruz roja en campo blanco, precedidas éstas por algunos soldados de caballería y escoltadas por otros de infantería; seguían las parcialidades de indígenas de San Juan y Santiago: las órdenes religiosas; los curas párrocos de México y sus alrededores: el Tribunal de Minería: el Protomedicato (el cuerpo médico) y los Consulados: la Universidad: el Ayuntamiento con sus mazas que presidian también a las diputaciones de los colegios; los títulos, jefes de oficinas y personas de distinción; la Diputación y la Audiencia; el Consejo de Estado y el Cuerpo Diplomático; a continuación se veían los ugieres, reyes de armas, pajes, el maestro de ceremonias y sus ayudantes; la comitiva de la emperatriz presidida por tres generales que llevaban sobre cojines la corona, el anillo y el manto imperial, una comisión del congreso y la emperatriz rodeada de las princesas sus hijas y las damas de honor.
“Al fin aparecía Agustín I precedido por una comisión de cuatro generales con las mismas insignias que los de la anterior comitiva y además el cetro; acompañaba a Iturbide otra comisión del congreso, su padre, el príncipe imperial con un capitán de guardia, el mayordomo y limosneros mayores (administradores de Palacio), los ministros, edecanes y generales de alta graduación, cerrando la marcha la escolta y coches de Palacio.
“En la puerta del centro, en el frente de la catedral, fueron recibidos Iturbide y su esposa bajo de palio por dos obispos y colocados en un trono chico, y al empezar la misa se arrodillaron en las gradas del altar mayor, pues el presbiterio tiene cuatro graderías de ascenso. El aspecto majestuoso de la Catedral daba gran valor a las festividades allí celebradas, hiriendo la imaginación el presbiterio rodeado de luces colocadas en las estatuas que ejercen funciones de candeleros para las hachas. El aspecto de la Catedral es imponente en su interior y a pesar de sus defectos arquitectónicos, se siente impresionado todo aquel que por primera vez penetra en tan vasto edificio, cuya sencillez es extremada.
“Por la linternilla de la cúpula, de figura octogonal, y por las ciento sesenta y cuatro ventanas, penetraba bastante luz; pero no la suficiente para opacar el brillo de las velas sino para dar más vigor a los cuadros animados, presididos por las estatuas que representan a los patriarcas y mujeres célebres.
“El obispo de Guadalajara, consagrante, hizo en los que iba a consagrar emperadores, la unción en el brazo derecho, entre el codo y la mano y bendijo las insignias imperiales; el Presidente del congreso puso sobre la cabeza de Iturbide la corona, y éste a su vez llevó otra sobre la de su esposa; ambos fueron adornados con las insignias imperiales y en seguida pasaron a ocupar el trono grande; a su tiempo pronunció el obispo celebrante las palabras de Vivat Imperator in aeternum (Viva el Emperador Eternamente); los consagrados presentaron las ofrendas en el ofertorio y acabada la misa, el rey de armas proclamó a los recién ungidos y se repitió el grito en las puertas de la Catedral tirando monedas al pueblo; el clero acompañó a los Emperadores, a su salida, en unión de las comisiones de diputados.”
Este ceremonial se basó en el utilizado en la coronación de Napoleón Bonaparte en 1804, y particularmente copiaba la distancia entre el emperador y el clero y; al mismo tiempo, se integraba en el ceremonial al Congreso, dado que el tipo de gobierno del Imperio Mexicano, era Monarquía Constitucional.
Comentarios y transcripción de Luis Felipe Cariño Preciado, por el Grupo Bicentenario del Plan de Iguala.