Actualmente los directores como Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro son el emblema de México en el séptimo arte. Su talento en la cinematografía es reconocido no solo a nivel nacional sino también internacional con películas como “Roma” y “La forma del agua” entre muchas otras.
En México, contrario a la creencia popular, existen excelentes directores cinematográficos como Alejandro González Iñarritu, Gael García Bernal, Arturo Ripstein, Alfonso Arau, Carlos Carrera, Carlos Bolado, Amat Escalante y Carlos Reygadas entre otros, quienes se han visto opacados por las súper producciones extranjeras o por producciones del duopolio televisivo de nuestro país.
Sin embargo, a lo largo de la historia del cine mexicano, han surgido importantes nombres, entre ellos, el cada vez más olvidado. Luis Buñuel.
Luis Buñuel nacido en España el 22 de febrero de 1900, nacionalizado mexicano, es considerado uno los mejores directores de la historia del cine, 5 de sus películas se encuentran en la lista de las películas de los 100 mejores filmes de habla no inglesa de la historia por la BBC.
La mayor parte de su producción la realizaría en México y en Francia, debido a diferencias políticas y la censura del régimen franquista. Fue considerado junto a Salvador Dalí y García Lorca uno de los más importantes exponentes del surrealismo.
El surrealismo no era para mí una estética, un movimiento de vanguardia más, sino algo que comprometía mi vida en una dirección espiritual y moral. No pueden ustedes imaginarse la lealtad que exigía el surrealismo en todos los aspectos.
Sus primeros años en México serian difíciles, sobreviviendo con el dinero que enviaba su madre, pero tras el éxito comercial que le proporcionó “El gran Calavera”, el productor Óscar Dancigers le propondría que dirigiese una nueva película sobre los niños pobres de México. Y así en 1950 Buñuel realizaría la película “Los olvidados” con la cual recobraría su fama internacional. La película en primera instancia incomodaría por reflejar la pobreza y la desigualdad de México, sobre todo a los ultranacionalistas, aun así, sería ganadora de un Ariel de oro como mejor película, y Buñuel recibiría el premio como mejor director en el Festival de Cannes.
Este filme ocupa el puesto N°2 en la lista de las 100 mejores películas del cine mexicano, según la opinión de 25 críticos y especialistas del cine en México, publicada por la revista Somos en julio de 1994, y se encuentra en el puesto 69 de la lista de las 100 mejores películas de la historia del cine de Village Voice. Los olvidados es una de las tres únicas películas reconocidas por la Unesco como Memoria del Mundo.
En la película “A propósito de Buñuel” proyectada por el CineClub B.22, nos retrata un Buñuel lleno de contradicciones, que a pesar de ser una gran critico de las religiones, siempre fue de pensamiento conservador, afirmando que le daba asco ver escenas de besos en el cine, catalogo estas de pornográficas y en entrevista sus hijos afirmaron que ya casi a sus 30 años de edad, su padre les prohibía estar fuera de casa después de las 11 de la noche. Aun así, esto no impediría utilizar desnudos y escenas cargadas con erotismo en sus películas. Ante esto escribiría.
Dejé de ser religioso en la adolescencia. Pero, ¿Creen ustedes que no tengo todavía en mi forma de pensar muchos elementos de mi formación cristiana? Entre otras muchas cosas, una ceremonia en honor de la Virgen, con las novicias con sus hábitos blancos y su aspecto de pureza, puede conmoverme profundamente.
Buñuel en sus primeros años en México afirmaría que no se quedaría mucho tiempo y que no le gustaba trabajar con mexicanos, pues actuaban de manera exagerada y movían mucho la cabeza. Aun así, la mayor parte de su trabajo y gran parte de su vida sería en México, y seria en la ciudad de México en 1983 cuando fallecería por una falla cardiaca. Quizás, al igual que Dalí creería que no hay lugar más surrealista que México.
En su libro “Mi último suspiro”, escribiría en su última página:
Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba.