PAL KEPENYES
Por Edmundo Font
PAL KEPENYES cerró los ojos para siempre hace unos cuantos días, dejó nuestra mirada suspendida en el azoro de su genial creatividad: transformaba una colosal filigrana férrea en sueños de belleza y libertad. Trazó en la bahía más bella del mundo (Acapulco) dibujos para elaborar en hierro, que surgían etéreos, pero que nacían en la fragua pesando ya varias toneladas. Lo suyo fue la manufactura histórica de quien nació en un condado vecino a Budapest, Hungría, país de villas equiparables en grandeza a Roma, Praga o París. Ciudades de portentosa hermosura y equilibrios milenarios arquitectónicos. La lección de armonía del paisaje urbano lo acompañaría siempre, hasta integrarse en el paraíso tropical de nuestro puerto amado -el mismo que el crimen de la avidez especulativa inmobiliaria amenaza con acabar de destruir-.
Una de sus valiosas vertientes creativas que lo inspiró fue la lucha por la libertad. A él lo atenazó el totalitarismo que masacra todo vuelo interior, corporal y espiritual. El sufrimiento de su gente y de millones de europeos pisoteados por los extremismos de derecha y de izquierda, le marcó los surcos de su rostro y de sus manos poderosas. Eran como juncos hercúleos. No obstante las crueles vicisitudes que se cebaron en él durante 5 años prisionero en soledad, fue el ser de sonrisa más generosa que haya tratado yo.
El portentoso alquimista transformador de metales en arte que fue Pal Kepenyes era dueño de un talento puesto a prueba victoriosamente en muchos de los proyectos que emprendía, dejó una huella, no retóricamente hablando sino palpable, en generaciones de jóvenes artistas que se depararon con su ejemplo de rigor y de entrega total. Personalmente constaté cómo llegaba al límite de sus energías para concretar su trabajo este titán de la escultura. Lo perdurable también será la lección de humildad que nos deja: fue dueño de un lenguaje trascendente en el arte que no requirió justificarse, y en lo mundanamente humano nunca se apoyó en provincianos oropeles presuntuosos, como los de tantos falsos valores que sustenta el mercado y el dudoso gusto de la clientela.
Es una pena que la megalomanía de algunos políticos a lo largo del país, quienes administran con inciertos criterios las partidas de gastos, se erijan en mecenas oficiales y destinen millones de pesos para negociar adquisición de cuadros o monumentos de discutible legitimidad estética, sin asesoría debida, a la vez se hurten de reconocer y apoyar la labor de maestros de la talla del propio Pal Kepenyes; como muchos artistas de la historia no recibió suficientemente el reconocimiento que merecía la altura de su talento.
Cuando abordo este tema pienso que una ciudad de la talla internacional de Acapulco carece de un museo, (a excepción del bello Fuerte de San Diego) no solo de arte, sino arqueológico, para mostrar los vestigios de civilizaciones como la de Mezcala y otras manifestaciones de la historia precolombina y colonial del estado de Guerrero. Alguna vez planteé la idea de emular, sí, de copiar el detonante que a una ciudad que iba en picada como Bilbao, le representó albergar el Guggenheim, y ser pujante de nuevo. Hasta me atreví a proponer que el sitio ideal sería ese elefante blanco en que se convirtió el edificio “La Fortaleza”, en la eminencia más bella de la Bahía, -lo que llamo la Península de las Playas-. La propuesta entró por oídos burocráticos distraídos y salió por otros iguales, mostrando insensibilidad supina, pero eso es harina de otro costal. Lo fundamental ahora es recordar la genialidad y la figura de un hombre que como Pal Kepenyes representó un impulso vital significativo también para quienes tuvimos la fortuna de aproximarnos a él. Yo le debo mucho a su generosidad. A mi llegada al puerto para desempeñar una tarea laboral en el 2005, publiqué mi primera crónica en “El Sol de Acapulco”, dedicada al maestro, quien me abrió las puertas de su casa y me ofreció su amistad. Para escribir estas líneas quise encontrar ese lejano texto entre mis papeles, pero no tuve éxito. Hubiera sido un material útil en la revisión de este ciclo que se cierra con el homenaje que dedico ahora en su memoria. Otro gesto de generosidad extrema que ahora también honro, fue el haberme ofrecido su taller para lo que se convirtió en mi primera exposición de pintura en Acapulco. Hasta entonces, yo solo había exhibido fotografías en la Ciudad de México y la muestra sobre diversas catástrofes en los Jardines Borda de Cuernavaca. De la muestra que cuidó afectuosamente Pal han quedado imágenes de las invitaciones y algunas de las instantáneas tomadas a su lado, con textos significativos. Ahora cobran un peso de trascendencia especial:
“Pal Kepenyes construye, destruye y reconstruye sus obras, marcando en ellas el paso del tiempo desde el inicio. Principio y fin unidos. Caos y orden en una misma sintonía. Su proceder escultórico dota de vida intemporal a los metales. Las transformaciones constituyen parte de su estética, con lo cual se asegura la perennidad y fugacidad en un mismo objeto. Las combinaciones alcanzables en una misma obra las eleva a una categoría interminable, dotan al espectador de posibilidades que sobrepasan la genialidad y la locura”.
Escribe el propio Pal:
“Como Edmundo Dantés, Edmundo Font busca un tesoro invaluable, el coraje. El coraje y la fortaleza para mostrar un mundo imperfecto y que debe ser denunciado. Font parece vengarse de la ignominia de los desastres sociales a través de los lienzos; y plasmar el sufrimiento humano con una técnica personal que grita desde su pintura. Los que han visto su obra se confunden por las noches pensando en la grandeza de la expresión que Edmundo les mostró, especialmente en los jardines de la Casa Borda en Cuernavaca, donde presentó la exposición “Kathastrophe” y se expusieron estos sentimientos en crudo”.
Con la tristeza que representa la desaparición de este gran hombre, cuando estaba próximo a llegar a los 100 años, recomiendo que nos acerquemos a su trabajo; doy la primicia de un gran documental: “Arte sin fin”, dirigido por el joven y prometedor artista plástico Luis Vargas Santa Cruz, bajo la dirección de fotografía de Jesús Espinosa, con la Producción de Inshots y Flotante Cinema.
Finalmente auguro que el esplendoroso y majestuoso monumento de ocho metros de diámetro y 17 toneladas, “Los hijos del Sol”, en el camino a Punta Diamante, nos siga iluminando con el vigor y la fe en el efecto transformador del arte en el que creyó siempre su gran creador.
POSDATA: vale la pena cerrar esta crónica-homenaje con la voz emotiva del propio escultor, en las que fueron sus últimas palabras publicadas en un libro póstumo sobre su vida y su obra:
“De repente, sin anunciarse en mi vida, apareció Lumi, ¡casi de la misma manera como cuando Dios creó al primer hombre! Viendo que estaba mal, que no tenía inspiración, de sus mismas células creó a la mujer y la nombró Lumi. Un poco más tarde yo agregué algunos nombres como Urganda la desconocida, Himalaya Lumi y Pal-oma-lumi. Ambos somos seres completos pero con dos cabezas, cuatro ojos, cuatro brazos y cuatro piernas. Parecemos aquellos míticos personajes invencibles e intemporales que nos ven desde el pasado y sabemos que nos esperan en el futuro. ¡Además, con el mismo corazón y voluntad agradezco el destino de mi vida a los amigos desconocidos, hombres y mujeres, vivos y muertos, que con sus escritos o su música, con su aspecto, su voz y su imaginación, me ayudaron a vivir! Del mismo modo agradezco a los ángeles que me visitaron en la cárcel y a mis antepasados, que no desperdiciaron aquellas fuerzas mágicas y me las regalaron, a mí, que tanto las necesito hoy. Dedico estos recuerdos a Lumi ”.