Perales por José Luis Perales
- Hoy cumple 75 años, muchos de ellos emocionándonos con su música.
Mi infancia transcurrió en Castejón, un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca, donde nací el 18 de enero de 1945. Desde niño aprendí a amar la música, abrazando mi primer instrumento musical: el laúd con el que formé parte de la rondalla del pueblo. Dicen mis amigos de entonces que en la clase de solfeo fui un alumno aventajado. Creo que llevaban razón. Todavía hoy conservo en la memoria la melodía de alguna de aquellas lecciones.
Fui el tercero de cuatro hermanos y el único varón, por tanto supongo que bastante consentido. A los trece años salí de Castejón para estudiar en la Universidad Laboral de Sevilla. Reconozco que no fui brillante, estudié lo justo para sacar adelante durante siete años la beca que disfrutaba, ya que mi familia no disponía de demasiados recursos económicos. Estudié electrónica y nunca tuve vocación de ingeniero, y un día, por culpa de la música, interrumpí mis estudios.
En aquel colegio tuve la fortuna de conocer la música en estado puro. Un cuarteto de cámara nos regalaba algún que otro concierto y nos educó el oído y el alma para percibir cada matiz de unas partituras escritas por los clásicos y que disfrutábamos con verdadera pasión.
Con otros compañeros, formamos un grupo musical, The Lunic Boys, influenciados por los grupos que entonces escuchábamos en la radio. Compaginábamos las clases con los ensayos en un pequeño cuarto que los curas nos proporcionaron, y las guitarras nos las fabricamos nosotros mismos en los talleres de la universidad.
Mi primer premio llegó con motivo de uno de los festivales de música que se celebraba cada año en la plaza de la Universidad, interpretando con una melódica la canción Orfeo Negro. Era una copa que soñaba ser de plata sobre una peana de plástico marrón, que delataba su verdadero origen, y que lejos de servir para celebrar el triunfo, sirvió, una vez llena de un barato vino espumoso, para proporcionarnos nuestra primera borrachera de éxito.
Como si de un juego de magia se tratara, se me pasó el tiempo del colegio y me encontré en Madrid, para continuar los estudios de electrónica, que definitivamente nunca terminé. Trabajé para sobrevivir, y poco a poco la música, una vez más, me llevó de la mano a cualquier lugar donde un músico, un cantante, o un artista cualquiera, dejara escapar el alma en sus acordes o en sus voces.
Nunca podría haber imaginado que aquella canción «Niebla», escrita a los dieciséis años en mi cuarto de estudiante en Sevilla, fuera el principio de una posterior y larga trayectoria de como autor.
Todo comenzó a finales de los años sesenta cuando llegué con cierto miedo a mi primera cita con un director discográfico, gracias a que mis amigos, dueños de un estudio de grabación, se empeñaron en presentar una maqueta mía con unas cuantas canciones, sin yo saberlo. Era una época en la que las grandes voces, como Nino Bravo, ocupaban los primeros puestos en las listas de éxitos. Mi única aspiración era que alguna de esas grandes voces llegara a interpretar alguna de mis canciones.
Después de una larga espera, el director de aquella compañía me recibió en su despacho, de cuyas paredes colgaban los discos de oro y platino, símbolo de éxito de sus artistas.
“He recibido unas maquetas con canciones tuyas grabadas con tu voz y tu guitarra. Debo ser sincero contigo – me puse nervioso – . Creo que como cantante no tienes mucho futuro, ya que no tienes una gran voz – era obvio – y físicamente, no eres un galán de cine – yo asentí -, sin embargo creo que eres un buen compositor de canciones – respiré -.” Estaba a punto de proponerme lo que yo deseaba: ser autor para cualquier cantante que me solicitara una canción. Me propuso escribir para los artistas de su compañía.
Escribí para gente tan diferente como Marián Conde, el grupo Tartesos, Basilio, Juan Bau, Jacobo, Fórmula Quinta, etc… Mi nombre sonó rápidamente en la radio como autor de canciones para artistas de estilos y voces muy diferentes. Algunas sonaron, encaramándose a los primeros puestos de las listas, como “Te conocí”, del dúo Hierbabuena. Precisamente de la mano de uno de sus miembros, Josele, entré a formar parte como autor de la compañía Hispavox, escribiendo una canción para Jeannette, llamada “Palabras Promesas”, que dio título a uno de sus discos.
Poco después escribiría para ella “Por qué te vas”, banda sonora de la película “Cría Cuervos” del director Carlos Saura, y que después de más de veinte años sigue siendo versionada por artistas de cualquier lugar del mundo y en cualquier idioma. La versión en japonés es especialmente curiosa.
Sería muy larga la lista de artistas que a lo largo de más de treinta años han grabado mis temas. Todos fueron igualmente importantes para mí, aunque no todos fueron tan conocidos ni tuvieron la repercusión artística de Lola Flores, Rocío Jurado, Mocedades, Jose Luis Rodríguez, “El Puma”, Isabel Pantoja, Vicky Carr, Vicente Fernández, Daniela Romo, Yuri, Alejandro Fernández o José Feliciano, por citar algunos, y a los que quedo agradecido por hacerme crecer como autor a lo largo de todo este tiempo.
Mi primer premio profesional fue la Ibérica de Oro, por “Cosas de Doña Asunción”, y que me entregó Luis del Olmo en el festival de Roda de Barà. Inevitablemente pocos días después me ofrecieron mi primera actuación en la discoteca más importante en aquel momento en Barcelona, Don Chufo. El grupo que habitualmente acompañaba a Dyango se ofreció a ensayar conmigo mi escaso repertorio.
Y debuté. Todavía me tiemblan las piernas. Miraba entre las cortinas rezando por que hubiera poca gente, para que mi temido fracaso tuviera la menor trascendencia posible. Una vez más me equivoqué. La gente me quiso más de lo que me merecí. Entendieron mis nervios y me perdonaron todo. Pocos días después debuté en Madrid en Cleofás. El resultado fue el mismo.
Paralelamente los éxitos de España repercutían en todos los países de América, lo que me obligó a dividir mi tiempo entre las dos orillas del “Charco”.
Hoy, después de casi cuarenta años de profesión, sigo esperando escribir mi mejor canción. No sé si algún día llegará, pero lo que nace en mí cada día al despertar es un agradecimiento profundo a la vida por tanto como me ha dado.
Mi abrazo sincero a los que me habéis ayudado a caminar por este universo de la música, en donde todos necesitamos de todos, y donde una canción no habría sobrevivido de no haber alguien dispuesto a escucharla. Hoy, lejos de haberme marchado, siento que tomo aire para intentar un nuevo vuelo a caballo de alguna nueva canción. Ahora ya no soy el tercero de cuatro hermanos y único varón de la casa, ahora soy el más mayor de este pequeño grupo que es mi familia, en una casa donde la música sigue jugando al escondite.