El repliegue: memoria de las enfermedades en la Montaña

El repliegue: memoria de las enfermedades

en la Montaña

Hubert Matiúwàa

El viento arreció y alargó su llanto en nuestros oídos. Desde la camioneta se podían ver las piedras que sobresalían de la tierra seca, pasaban árboles como puntadas de agujas, como si tejiéramos con los ojos un vestido para la Montaña. De lejos, alguien movió las manos y marcó el alto. Las policías comunitarias de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC) instalaron un retén. De sus hombros colgaban rifles y cubrebocas, un nuevo añadido al conocido uniforme verde olivo. El sol se alineó en nuestras cabezas y nuestra sombra perdió su forma.

— ¿A dónde van?

— Vamos a Zilacayota. Sólo hay paso hasta las 2 de la tarde, los sábados. Dicen que viene una enfermedad y no queremos que entre al pueblo.

La CRAC-PC resguardaba su territorio ante el COVID-19. Las comunidades de la Montaña decidieron tomar el control de sus territorios, instalaron filtros de seguridad en puntos clave para acceder a la región, en una asamblea sacaron un boletín donde anunciaban el cierre del territorio comunitario, fijaron días para salir abastecerse de provisiones y no permitir el ingreso de foráneos.

Ante la propagación de la enfermedad, las comunidades se replegaron para cuidarse, tal como lo hacen todos los seres ante el peligro que acecha: las hormigas suelen cambiar de casa antes de la inundación y las calandrias cortan las nubes antes de la tormenta. El virus representa una amenaza. Sería catastrófico que llegara a las comunidades pues se tiene conocimiento de que esta enfermedad puede causar la muerte a personas con salud vulnerable.

En la región de la Montaña casi toda la población está en riesgo, los motivos son varios: un sistema de salud precarizado, desplazamiento del saber propio sobre el tratamiento de las enfermedades, pero sobre todo, la diabetes, desencadenada por los cambios sustanciales en la alimentación.

En los últimos años, el número de enfermos de diabetes en la región ha aumentado, casi todas las familias tienen a alguien con el padecimiento. “Desde el 2015, Guerrero registraba el primer lugar por mortalidad de diabetes mellitus. En 2020 las defunciones han aumentado a causa del COVID-19”1, que afecta predominantemente a las personas con problemas crónicos de salud2.

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Mujer Na’ Savi en las calles de Tlapa, Guerrero.
Foto: Tlachinollan.

A la diabetes algunos la llaman “enfermedad del miedo”, por la semejanza en la sintomatología, endulza la sangre y hace que el cuerpo pierda fuerza, está relacionada principalmente con el consumo de refrescos. En la comunidad de Tlacoapa ellos tienen su propia historia, se cuenta que cuando la gente probó la Pepsi Cola “les gustó tanto, que eligieron a dos personas de la comunidad para ir a buscar el lugar donde la vendían, se fueron caminando hasta Colotlipa y Tlapa. Así empezaron a comprar esta agua, después, todos los domingos se vendía en la plaza y la gente la consumía, la usaban para pedir a las novias, se ofrecía a las visitas importantes, la tomaban en las reuniones, en las fiestas y cuando iban a trabajar, para todo Pepsi Cola, hasta hubo niños que se les bautizó con ese nombre.”3

En la Montaña, los enfermos de diabetes son principalmente los maestros jubilados, quienes tenían mayor posibilidad económica para consumirla.

Aquel bastión de lucha magisterial de los años 60's y 70's, por quienes se conoció a la región como “La Montaña Roja”, son ahora parte del cuerpo de la comunidad que se encuentra vulnerable. Perderles sería un golpe duro, las abuelas y abuelos, son quienes preservan el saber y la lengua.

Sólo los adultos mayores hablan el Mè’phàà, idioma que en algunos municipios como Zapotitlán Tablas, Azoyú, San Luis Acatlán y Malinaltepec está perdiendo la batalla por ser lengua madre. La muerte de estos adultos implicaría una pérdida irreparable, desaparecería una generación como la vuelta de un tornado: polvo y fantasmas de la memoria de una lengua sin sonidos.

Sin embargo, las comunidades actúan rápido y deciden cerrarle el paso al virus, pero ¿realmente las comunidades han tomado el control de su territorio? Entendiendo por territorio, el lugar donde jugué de niño, donde caí y lloré, los cerros donde corrí cerrando los ojos para no ver a los espíritus, las hojas bajo las que acaricié el pecho amado y donde me hicieron la ceremonia Xtámba-Piel de tierra.

El territorio no nada más es el espacio físico, si no el lugar donde se sitúa esa memoria, la espiritualidad y el sonido de la lengua, la constitución de un todo para ser. La memoria hace posible la defensa del territorio en una lucha a muerte por la vida.

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Ritual para recibir a los fieles difuntos el Día de muertos, octubre 2020, Atlamajalcingo del Monte, Guerrero.
Foto: Tlachinollan.

Las personas Mè’phàà decimos, Numbaa para referirnos al mundo. Num-indicativo de lugar, mbaa/tierra, el mundo es nuestra memoria y la tierra lo que la hace florecer; como la raíz al agua y la carne a la piel. La palabra Numbaa refiere que no hay una visión del mundo sin territorio y consideramos que hay deidades de todo lo que existe en ella.

La deidad de la enfermedad es Àkùùn nándí, se manifiesta cuando hay una ruptura en el orden cósmico, por eso, en los rituales le amarran flores y queman velas, para que pare su camino sobre nuestros cuerpos. También existe Bègò nándí- Rayo de la enfermedad, se manifiesta si se dejan de hacer rituales para el ciclo agrícola.

Hay enfermedades que surgen por faltar a las normas, principios éticos y espirituales establecidos por la comunidad. Estas enfermedades tienen cura, los enfermos sanan al reestablecerse el orden, pidiendo disculpas en un rito por el error cometido.

Los ritos los hacen los Xi’ña xuajen-abuelos del pueblo, su base para curar es el conocimiento de Thána-medicina. Algunas de estas enfermedades son las convulsiones y la locura, causadas por la caza inmoderada y se curan con el ritual Idxún xúkù-Cabeza de los animales, que consiste en reconstruir la cabeza y los huesos de los animales cazados, mismos que se llevan a una cueva, donde vive Akùùn júbà-Deidad corazón de la Montaña. La inflamación de los testículos y los granos en la piel son provocados al no respetar el ritual Mikáá ixe-Quema de leña, y se curan pidiendo disculpa a Mbatsúm-Lumbre. Los vómitos, la hinchazón del estómago y la falta de apetito son causados por cometer faltas ante Bègò-Rayo.

Las pandemias son enfermedades que la comunidad desconoce y no sabe qué hacer ante ellas porque son extrañas. La región de la Montaña ya fue afectada por varias epidemias. Sus indicios se pueden rastrear en algunos rezos sobre la salud; se recuerda principalmente Xndú skúni-viruela negra, Xíngii-tosferina, Xndú mañán-viruela y cólera. Éstas provocaron muchas muertes y marcaron un tiempo de la tristeza-Nìweje rí tsíngina, por eso hasta la fecha, en los rituales se pide a las deidades Bègò-Rayo, Mbatsún-Lumbre, Xtoaya’-Piel de agua, Akúún júbà-Deidad corazón de la Montaña, que cuiden el mundo de sus hijas e hijos Mè’phàà; que hagan frente a las deidades de las enfermedades y las ausenten.

La ritualidad es la reactualización de la memoria espiritual del territorio, en ella hay una conexión de respeto entre el territorio, lo humano y las deidades.

Estas enfermedades, casi siempre vienen de fuera, de Mbaa rídáa-la tierra de enfrente, concepto que refiere a la gente que vive del otro lado del mar, los vecinos de la casa del mundo. Se recuerda a ellos como los primeros que trajeron las enfermedades desconocidas y mortales ante lo que surge la incógnita: ¿De dónde se originan los males y cómo curarlos si son desconocidos?

Los Xi’ña-abuelos del pueblo, piensan que surgen al romperse un orden cósmico, son enfermedades que vaticinan el fin del mundo, por eso, hacen rituales de forma colectiva, se juntan por pueblos, suben a los cerros sagrados dónde viven sus deidades para pedirles protección, usan todos sus poderes de curación, adivinación y sueños para saber el origen de la enfermedad y su posible cura. Y cuando nada ayuda, entender a la nueva enfermedad requiere de Mbi’i-tiempo, mientras tanto, el miedo hace casa en los cuerpos, pueden surgir problemas internos en la comunidad, cómo ha ocurrido con otras enfermedades.

Al respecto, Danièle Dehouve recupera algunos casos de 1834, época en que la cólera afectó a la Montaña:

“En ese año, la provincia de Tlapa fue azotada por una epidemia de cólera (Archivo Judicial de Puebla, rollo 10, microfilm del Museo Nacional de Antropología de México). En varios pueblos indígenas, las autoridades políticas (los alcaldes) se reunieron con los vecinos (el común) en su casa comunal y decidieron ejecutar a ciertos individuos acusados de «introducir» la enfermedad en la localidad. Por estos hechos, las autoridades indígenas fueron acusadas ante los jueces de la ciudad de Tlapa. La lista de los juicios se abrió el primero de octubre de 1833 con una queja en contra del «alcalde y viejos» del pueblo náhuatl de Coapala, por haber convocado una asamblea y mandado fusilar, un mes antes, a Agustín Juan, supuesto responsable de la llegada de la epidemia. Sigue una lista de 13 pueblos en los que se produjeron eventos semejantes: Petlacala (“por haber matado en tumulto a Diego Juan por brujo”), Zapotitlán, Ostocingo, Xalpatláhuac, Aquilpa, Petlacala, Tepetlapa, Xalatzala, Quauchimalco y Pochula, a los cuales se añadían, por haber ejecutado a varias personas: Totolapa (ocho hombres), Tlaquetzalapa (tres hombres) y Chiepetepec (tres hombres y una mujer).”4

¿Qué hemos aprendido de ello? Rí ngamí/el miedo también es una enfermedad y es causada por kunine’, espíritu malo que se anida en los ojos y en el corazón, nos hace estar fuera de sí por lo que hacer una memoria de las enfermedades es necesario para saber cómo actuar ante las nuevas. COVID-19 parece común, pero es distinta y mortal, de ahí el caos, todo síntoma es una posibilidad.

El repliegue

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La pandemia por COVID-19 ha afectado a las personas más desprotegidas, pese a ello, el sentir comunitario sigue siendo el motor que fortalece.
Foto: Tlachinollan.

El repliegue de la policía comunitaria ante la pandemia es un control aparente, las condiciones para que florezca la enfermedad ya están adentro. No hay un control sobre lo que se consume, no hay soberanía alimentaria y la tierra desde hace tiempo depende de los abonos químicos y nuestros cuerpos se han enfermado poco a poco con los alimentos que vienen de fuera. El virus ya estaba enquistado en nuestro territorio.

Al Coronavirus no se le puede cerrar el paso con retenes, la prevención es importante pero no resuelve el problema, esta enfermedad sólo nos ha demostrado que no tenemos el control territorial, y sobre todo, que existe la urgencia de repensarnos desde el saber propio, sobre la salud.

La pandemia es una enfermedad de escala global que se derivó de la relación depredadora con el medio ambiente, del impacto y funcionalidad del capitalismo. Repensar el saber local de la salud, implica pensarse forzosamente en una escala universal, en diálogos y usos de la tecnología y la ciencia, mirar desde Numbaa/mundo tierra, para saber qué podemos resolver desde lo nuestro y qué no, así como el momento en el que tenemos que seguir exigiendo la salud como un derecho.

Akùùn nándí, ha soplado sobre el mundo, su aliento mata a los más vulnerables. Sin rituales ni flores para la memoria, sin música para caminar en la oscuridad, es como ir a tropezones y no encontrar a quien nos ha de cruzar el río, ser polvo y no ser devuelto a la tierra es perder nuestro lugar en el mundo.

Las personas Mè’phàà consideramos que toda enfermedad surge porque hay una ruptura entre lo humano-mundo-tierra y lo espiritual, la cura está en restablecer este orden sagrado, Mi’tha- jañií-.

Hablar con entereza, consiste en acomodar las palabras para volver a estar entero, por lo general Mi’tha jañii se traduce como pedir disculpas, se piden disculpas por faltar el respeto o por alterar el orden de lo establecido para la armonía de la vida.

Cuando alguien está enfermo se dice nándojañu’-está muriendo. Nándi’-la enfermedad, al manifestarse en el cuerpo de cualquier ser, es una potencialidad de la muerte/wuajèn.

Desde un principio, la vida fue medida con el día-tiempo de la muerte, mantenerla implicó conocer el ciclo agrícola para garantizar el alimento y una buena salud, pero a la par nació la enfermedad, como una memoria de lo endeble de la vida y con la enfermedad también nace el conocimiento de la cura, Thána/medicina, que surge del conocimiento territorial, como esperanza ante la oscura piel de la finitud.

En la Montaña se siembra maíz, plátano, café y se crían animales, todo es para autoconsumo, no hay flujo monetario para poder acceder a un doctor, por eso, muchos emigran a Estados Unidos o siembran la amapola, para tener dinero y solventar las necesidades básicas.

Migrar para morir

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Cenizas de Manuel Morelos García, migrante del municipio de Xalpatláhuac, quien volvió de Nueva York, Estados Unidos en una caja, luego de haber sido víctima de Covid-19.
Foto: Tlachinollan.

Con la pandemia, muchos migrantes perdieron sus trabajos y se vieron forzados a regresar, pero en algunas comunidades se les impiden entrar, se les considera como “apestados”, “sospechosos de traer la enfermedad”, les niegan hospedaje, comida. Las miradas fustigan al migrante, ¿a dónde irán? no los quieren en EE.UU., ni en el mundo-tierra que los vio nacer ¿Cómo debemos actuar ante el miedo de una enfermedad? ¿Dónde late el corazón de lo comunitario ahora que ya no hay dólares ni remesas? ¿Qué medidas de cuidado debemos tener con los nuestros que vuelven a casa?

Una pandemia representa una grave amenaza ¿Qué y cómo aprenderemos de esta situación? ¿Qué significa el control territorial? El problema de la salud corresponde al territorio, a la memoria de un saber tierra-mundo-tiempo, la presencia de la pandemia en nuestras comunidades demostró que hay una urgencia de pensarnos territorialmente desde la soberanía alimentaria. El repliegue nos permite conocer la amenaza, unirnos y compartir las experiencias en la tristeza ¿Cuál es la memoria que tenemos de nuestras enfermedades?

El cielo se puso gris, como si hubieran quemado las nubes, algo raro traía el aire, una brisa que se pegaba al cuerpo. Descansamos en una loma, a nuestro lado un perro negro se echó para masticar pasto, se desparasitaba del dolor del día.


1 COVID-19 se convirtió en este 2020 en la principal causa de muerte: De la Peña”, Enfoque Informativo Guerrero, 16 de octubre 2020. Disponible en: http://www.enfoqueinformativo.mx/covid-19-se-convirtio-en-este-2020-en-la-principal-causa-de-muerte-de-la-pena/

2 Estrategia Estatal para la Prevención y el Control del Sobrepeso, la obesidad y la diabetes del Estado de Guerrero”, Secretaría de Salud. Disponible en:http://www.cenaprece.salud.gob.mx/programas/interior/adulto/descargas/pdf/EstrategiaSODGuerrero.pdf

3 Una historia del mercado global en la Montaña Hubert Matiúwàa”, Asymptote Journal. Disponible en: https://www.asymptotejournal.com/nonfiction/hubert-matiuwaa-the-global-market-in-the-mountains-of-guerrero/spanish/

4 Danièle Dehouve. La concepción político-religiosa de la vida y de la muerte. El caso Tlapaneco.


Texto tomado del XXVI informe de actividades Tlachinollan.

Foto de portada: Retén sanitario de la Policía Comunitaria para la prevención de la propagación del COVID-19 en el territorio comunitario, marzo 2020, Ayutla de los Libres, Guerrero.

Fotos: Tlachinollan.