Imprecación: un poema de Gaba Romualdo

Imprecación

 

Entre penumbras la abuela susurraba sus oraciones 

 

—Al padre hay que pedirle, para que oiga, para que quiera, 

y trazar la cruz sobre nuestro cuerpo—

En el nombre del Padre (injusto)  

del hijo (caprichoso) 

y el Spiritus Sanctus (Fuerza chapucera)

 

esperaba la noche para postrarse arrepentida

frente a un altar tapizado de santos,

por una veladora que  le prendió a  Yisus

para que se llevara lejos al tío Patricio. 

Ella cree que le cumplió.

 

Abuela, Jesús está muerto y Dios murió con él,

hace años que estamos solos,

el que tiene mucho tiene su propio método o un gramo de suerte. 

 

Padre e hijo eran amor, y están muertos

Por los siglos de los  siglos.

Tierna abuela, ilusa de ti, postrada rezando al Rey de Reyes 

cien por ciento selectivo, que está sentado a la derecha 

de otro ser supremo cumpliendo caprichos;

abuela, la religión es un partido político,  Estado corrupto,

o por qué crees que los malos oyen misa.

 

Tu Dios, abuela, creo en él, pero está muerto. 

Si está vivo observando todo, esperando el momento perfecto 

para mover un dedo, reniego, porque entonces es un sujeto retorcido: 

multiplicador de panes y peces al que no le reza: Palabra “divina” 

pronunciada por sacerdotes que practican el onanismo mirando al niño 

Dios en pañales: Ser supremo que acepta el canje de favores 

por coronitas de oro y veladoras: 

Mirón estéril que casi nunca puede hacer nada 

porque el destino no es jurisdicción suya.

 

Estamos solos, o Padre e hijo no quieren saber nada de nosotros

Si no, que alguien explique las muertas, la sed, el hambre y tus ruegos

haciendo ecos que barrenan la noche.

Abuela, llevo años escuchándote, preguntándome

¿Dónde está Dios y su hueste cuando se les necesita?

 

Jesús nos padeció. Fue sepultado

y el primero en creer que íbamos a cambiar con amor.

  

Dios de Dios se extinguió marchito. Vacío de lágrimas. 

Descansa en paz. 

 

Dios vivo existe solo para los pasajeros del opio, 

abuela, en una luz breve y turbadora que se nos enciende al morir, 

Descansa, si tu fe no bastó para que tu hijo volviera

tampoco alcanzó para hacerlo partir.

 

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Poema de Gaba Romualdo

Foto original de ADN Cultura