El realismo chocoso de Acapulco

El realismo chocoso de Acapulco

Por Liliana Rodríguez Solís

 

Ese día se me ocurrió que Acapulco podría ser una especie de zapato limpio y medio sucio. Podía también ser un horno viejo del cual surgiesen los postres más abominables, en forma de cajón achicharrado o autobús viejo. El chocolate podría derretirse fácilmente aquí, por lo tanto, se me ocurrió que el sabor podría ser demasiado salado o demasiado picoso, no dulce, porque entonces los cielos no serían grises desde aquí.

La lógica puntiaguda de los acapulqueños bien podría lucir como figuras de insecto deformado, que si uno se esmeraba en recolectarlas y armarlas en un pequeño rompecabezas, ninguna pieza encajaría como tal. Y es que según la experiencia de una habitante, se cuente lo que se cuente, cuando se arma un lío en la costa, se arma de verdad.

No hay día en el que no circule un halo caluroso acompañado de una mueca, una cara enojada y un ceño fruncido. Carcajadas negras a la vuelta de la esquina simulan un patrón contagioso, de reojo en mi caminata por el mercado central, puedo ver a dos conductores peleando y la masa de personas es exuberante, otros voltean, se mantienen en su puesto y agudizan el oído, mientras los gatos posan, tirados, indiferentes a la situación, gratos por el olor que se respira en las mesas de pescado.

No parece un día normal, de hecho tengo la impresión de que el día de hoy un personaje me acompaña en mi paseo exploratorio, con su cigarrillo en mano y su andar firme un tanto espontáneo...

Alrededor puedo ver anuncios de leche, de maíz, de carbón y de todo lo que se requiere en una cocina. Frutos que yerguen de una rama seca en la esquina de una tienda, ojos penetrantes escogiendo con cautela las provisiones del día. Hay agua negra que se encharca por algunas calles, de vez en cuando, me encuentro saltando para no salpicarme la piel. Es elocuente andar por este lugar.

No hay nada más surrealista que la realidad, escucho decir a mi compañero ahora recostado en un cajón de madera con las piernas cruzadas y los brazos extendidos sobre su cabeza. Antes de voltear a verlo, sé quién es, el reflejo que ha representado mi mente en nombre de Salvador Dalí se ha colado de mi imaginación para ayudarme en mi tarea pero, tan pronto entra en acción, distrae mi atención, al juguetear con un tomate, moviendo vigorosamente los bigotes.

Sonrío irónicamente y continuo centrada en los detalles, Dalí tiene cierto acierto en aquella frase, pero es un juego esporádico de mentes a mentes, porque no todos concluyen lo que el pintor o yo deducimos de aquel fragmento, como dijo el escritor Édgar Pérez Pineda, una forma de ver es una forma de ser y, por este lado, me torno un tanto detective.

En el mercado central de Acapulco, se atestigua la agilidad de los vendedores y se tiene la sensación de estar en un área completamente manipulable por las habilidades que toman forma en las manos de los trabajadores; una podría lucir torpe tratando de hacer las diversas maniobras con la rapidez que ellos lo hacen.

El acapulqueño podría tener el don de hacer magia con las pocas monedas que le quedan. Esta vez, miro una revista y el título me hace visualizar una imagen que no conozco de Acapulco, una especie de ilusión que se mantiene al aire como una burbuja y pronto viene a mi imaginación Leonora Carrington, para soplarla y hacerla estallar con una entonación contundente al decir:

Me gustaría deshacerme de las ilusiones. A mi lo que me fascina es tratar de acercarme a lo real”.

En las revistas, he visto a Acapulco pintado sobre un lienzo en blanco como una musa que decide esperar y ser observada, a mi me parece que Acapulco es algo más que una ilusión que pretende ser de goma y termina siendo plástico, porque no solamente es bello como lo describen en las revistas, es una mezcla entre lo repugnante y lo excepcional.

La realidad es subjetiva de aquí que lo que les diga es una forma de untar a Acapulco en un cereal de cientos de órbitas arbitrarias, aún así me atrevo a decir que es excepcional en el sentido de que no deja de sorprender y, repugnante, en la forma que no deja de ser raptado.

Acapulco, es con todos sus defectos y cualidades un siglo distorsionado e inventivo del cual se pueden sacar a relucir las más extrañas banalidades, ¿porqué habría que ocultarlas?

Acapulco, conserva concurrencias únicas. Y, en ocasiones, cuando decido salir a degustarlo me sabe a vitamina, encuentro en él cierta inspiración que no se consigue observando solo lo bello.

Acapulco detrás de toda una escena alzada es una cláusula ecuánime, algunos lo ven como un puente hacia la época de oro, otros como un lugar resguardado en un marco azul de olores detestables, quehaceres y trabajos chocosos.

Acapulco, en sus múltiples facetas, me ha enseñado a mirarlo con excepción y no dar por hecho lo que veo a primeras, porque Acapulco es como la ópera que no se entiende en medio de la lluvia.

En la escena, escucho a Leonora Carrington colarse entre el canto y decir:

El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mi”.

Acapulco, aunque he de mencionar que nací aquí, me es ajeno y dudo que algún día termine de conocerlo.

Liliana Rodríguez Solís

Es originaria del puerto de Acapulco, Guerrero. Egresada del programa Red de Letras 2019. 
Ejerció el puesto de redactora de contenidos para ADN Cultura, las funciones que desempeñó en el medio comunicativo están relacionadas con el manejo de la información para redes sociales en las diferentes disciplinas culturales al trabajo en campo y en equipo, así como la realización de entrevistas.

Participó como locutora en “La Memoria del jaguar”, programa de radio vía online en colaboración con la misma organización cultural en el desarrollo de temas característicos a la cultura musical y literaria del estado de Guerrero.

Actualmente es participante del Programa Educativo de Arte Contemporáneo Acapulco y continúa documentandose en la creación de textos literarios como cuento, ensayo, poesía y dramaturgia.