Los intrincados viajes de una máscara tradicional
José Luis Correa Catalán
Algunas de las máscaras fetichizadas como objetos de valor han tenido tránsitos intrincados entre mascareros y danzantes, entre danzantes y otras generaciones de danzantes, entre mascareros e intermediarios, intermediarios y galeristas, galeristas y coleccionistas; hasta llegar kilómetros y kilómetros de distancia, una distancia a veces abrumadora culturalmente y muy distinta del origen de la pieza. Posiblemente en un muro atiborrado de una multitud de rasgos lejanos, de rostros silenciosos, de miradas vacías... de misteriosa incertidumbre. Pero apreciadas como piezas de ARTE en mayúsculas que dan paso a interrogarse por las interesantes minucias del contexto repleto de historias y rituales en minúsculas que la preceden.
Eso nos pasa a muchos.
Pero algunas máscaras cambian su curso habitual de intercambios y relaciones sociales que las rodean.
Es el caso de estos Tlacololeros del circuito Tixtla-Apango-Chilpancingo, las dos últimas elaboradas por Feliciano Lorenzo 🎚️ entre 1970-1985; y la primera (posiblemente de Tixtla) que data de 1960-1975, entregada a Feliciano Lorenzo para reproducir varias como esa para una PARADA (conjunto de danzantes) en Tixtla.
Esta primera fue adquirida por un intermediario hace algunos años, posiblemente la vendió a un galerista que la vendió a un coleccionista en Nueva York, otro joven coleccionista, Alan, la adquirió para su colección en Taxco; y está de vuelta en Guerrero. Los viajes intrincados de las máscaras van más allá con el tiempo y las tendencias. Esta vuelta se debe a una tendencia en emergencia de un nuevo coleccionista que las adquiere más allá del valor comercial o por el gusto estético, es (a mi previa opinión por ahora) por una preocupación por la identidad local, social y cultural, sobre todo por un replantearse el patrimonio a partir de estas piezas, como el caso de varios.