Rey, el Siddharta de La Barra de Coyuca

Rey no es un personaje, porque, siendo estrictos, "personaje" se deriva del latín máscara, y él es un barquero, un pescador, un amigo transparente, donde lo genuino lo define.

Rey llegó desde su infancia a La Barra de Coyuca, lo que le permitió conocer a fondo los recovecos y secretos de la laguna y el río de Coyuca. Los diálogos que se tienen con él, mientras conduce su lancha, son cristalinos y sagaces. Durante el recorrido, lleva a las personas a un paraje paradisíaco, donde se puede disfrutar de un buen pescado y una estancia placentera y sublime. Cualquier ficción que aparezca en su discurso es una metáfora espontánea. Sus silencios también son contagiosos, invitando a admirar las aves migratorias, la corriente del río y el choque de este con el mar.

Río de Coyuca
Río de Coyuca

Un lugar que para los acapulqueños, está en la inmediatez del placer, en una geografía cercana. Entrar por Pie de la Cuesta y tomar rumbo a La Barra, no hay pierde.

Su esposa, Cata, quien es la encargada de la cocina, no tiene necesidad de competir con nadie del lugar, su pescado al ajo y sal, aderezado con aceite de oliva y perejil, es un manjar, lejos muy lejos del intento que puede ofrecer Tres Marías, que por cierto, en este último lugar mencionado ya no hay hamacas para ese ocio que nos lleva a estar ahí, al ser. Rey en su cabaña te brinda las hamacas sin el truco de la alquilada.

Es una suma teológica, Rey, Comida y Hábitat. Navegar cuesta arriba es un encuentro, y el regreso es una epifanía.

Quien haya leído “Siddharta” de Hermann Hesse, podrá evocar con facilidad al barquero que lleva al santo al otro lado del río, quien es el maestro sin asumirse como tal de Siddharta.

Aquí un fragmento de la novela del escritor alemán, Premio Nobel en 1946:

Junto a este río deseo quedarme -pensó Siddharta-. Es el mismo por el que un amable barquero me condujo al camino de los humanos, de los niños. Me dirigiré a su vivienda. Desde su choza me encaminé entonces hacia una nueva vida, que ahora ya está vieja y muerta. ¡Que mi nuevo camino también empiece desde allí!

Observaba la corriente con cariño, su verde transparencia, sus ondas cristalinas, con dibujos llenos de misterio. Contempló las perlas claras que subían desde el fondo, las burbujas que flotaban en la superficie, el espejo del azul del cielo. El río también le miraba con sus mil ojos, verdes, blancos, ambarinos, celestes. ¡Cuánto amaba aquella corriente! ¡Cuántas cosas le agradecía! Desde el interior de su corazón escuchaba la voz que despertaba de nuevo y le decía:

¡Ama a este río! ¡Quédate con él! ¡Aprende de él!

¡Oh, sí! Siddharta quería aprender del río, deseaba escucharlo. Le parecía que el que comprendiera a esta corriente y sus secretos, también entendería muchas otras cosas, muchos secretos, todos los misterios.

Hoy únicamente podía conocer un secreto del río: el que se apoderó de su alma. Se daba cuenta de que el agua corría y corría, siempre se deslizaba y, sin embargo, siempre se encontraba allí, en todo momento. ¡Y no obstante, siempre era agua nueva! ¿Quién podía comprenderlo? Siddharta, no; tan sólo tenía una vislumbre, escuchaba un recuerdo lejano, unas voces divinas.