El carácter brutal que se desarrolló durante la Primera Guerra Mundial y las terribles condiciones vividas por los soldados motivaron el consumo de la cocaína, que junto al alcohol, el tabaco y la morfina, permitía una evasión temporal de las penurias de la contienda.
El uso de las drogas como estimulante para los soldados conoció un notable auge durante la Gran Guerra, en la cual la cocaína se convirtió en la “droga maravillosa”. Pero fue casi un siglo antes, en la década de 1820, cuando William Miller, un oficial británico que había combatido en la guerra de independencia del Perú, había señalado que mascar hojas de coca era esencial para aumentar la resistencia de los soldados.
En Europa, esta droga fue objeto de estudio por el neurólogo italiano Paolo Mantegazza, que analizó sus propiedades estimulantes. En 1875, el toxicólogo escocés Robert Christison probó la droga en su cuerpo y publicó sus investigaciones en el British Medical Journal, destacando su potencial para mitigar el cansancio. En el ejército francés, Charles Gazeau la recomendaba para apoyar a las tropas de campaña.
En Alemania, en 1859, Friedrich Wöhler sintetizó la cocaína de la planta y, poco después, la farmacéutica alemana Merck comenzaba a elaborar cocaína como producto para aumentar la productividad “sin efectos secundarios”. El médico militar bávaro Theodore Aschenbrandt, familiarizado con esas investigaciones, desarrolló un experimento en el cual los soldados en campaña llevaban cocaína para disolverla en agua.
“He llamado la atención del ejército para que lleven a cabo más experimentos sobre esta sustancia; creo que he aportado pruebas suficientes de su utilidad”
Sin embargo, la atención del ejército no se centró tanto en su efecto estimulante como en su capacidad para reducir el apetito, lo que disminuiría el coste del mantenimiento de los hombres. Aquella sustancia atrajo la atención del por entonces joven estudiante Sigmund Freud, que escribió: “Un alemán ha probado este producto en sus soldados y ha afirmado que les ha hecho fuertes y resistentes”. En 1884, Freud compró un gramo de la cocaína de Merck, una gran inversión para un estudiante sin apenas medios, y comenzó a realizar experimentos con la misma. Freud se mostró tan sorprendido por los efectos, que publicó un estudio titulado Über Coca. Ansioso por hacerse un lugar en la comunidad científica, y de paso ganar algo de dinero, llegó a conclusiones precipitadas e, incluso, falsificó algunas pruebas. Otros científicos europeos emprendieron estudios más serios y fiables.
Doctores norteamericanos y europeos experimentaron con la cocaína a la búsqueda de aplicaciones revolucionarias y las encontraron, no solo en la medicina –por ejemplo, en la anestesia y en el tratamiento de la fiebre-, sino también en el deporte, que constituía un instrumento muy útil como política estatal, ya que preparaba a los jóvenes para su futuro militar.
REGALO ÚTIL PARA LA BATALLA. El ejército británico dependía enormemente de un producto cuya efectividad ya había sido probada en las expediciones polares de 1907 y 1907. Comercializada bajo el nombre de “Marcha forzada”, contenía cocaína y extracto de nuez de cola y estaba fabricada por la Burroughs Wellcome & Co., una empresa farmacéutica de Londres que logró producir cocaína en forma de pastilla, lo que alargaba la vida útil de la droga y facilitaba su almacenamiento. La dosis recomendada era una pastilla “para ser disuelta en la boca cada hora en periodos de agotamiento físico y mental”. Los anuncios del producto afirmaban: “Aleja el hambre y prolonga la resistencia física”.
No resulta sorprendente que el alto mando británico decidiera utilizarla en los soldados que formaban parte de la Fuerza Expedicionaria Británica en el continente.
MÁS PELIGROSA QUE LAS BALAS. Dada la magnitud de la epidemia de adicción, los franceses comenzaron a acusar a los alemanes de contrabandear con el producto para debilitar al pueblo francés. Sin embargo, fue en Gran Bretaña donde se desató un ambiente de pánico provocado por los políticos, los militares y los medios de comunicación. Así, el Times hablaba de un peligro mayor que las balas, un riesgo para todo el Imperio británico, y el Daily Chronicle alimentó la histeria señalando que los soldados se arrastraban para obtener la droga de los farmacéuticos. El diario relataba que los soldados enloquecían y se volvían agresivos e insubordinados, concluyendo que el ejército británico se dirigía hacia la anarquía y el caos.
Fue en mayo de 1916 cuando el Consejo del Ejército prohibió a todos los miembros de las fuerzas cualquier venta o suministro no autorizado de sustancias psicoactivas, en particular cocaína, pero también la codeína, la heroína, la morfina y el opio, excepto a aquellos casos recetados por un médico.