Las panaderas de San Marcos
Historias de tradición y sabor
El resplandor de los primeros rayos del sol, a eso de las cinco, anuncia el inicio de la jornada. La harina, el huevo y la levadura, están listas para las caricias de las manos de ellas, las mujeres de la familia.
Abuelas, madres, hijas, sobrinas, nueras, ahijadas, primas se reúnen de madrugada en la covacha, para amasar, decorar y hornear las piezas de ese exquisito manjar que se vende calientito al caer la tarde. Son ellas, las panaderas tradicionales de San Marcos, quienes con su saber y dedicación a este oficio, se encargan de preservar y transmitir de generación en generación el arte milenario del pan artesanal que se produce en esta tierra.
Aunque la costumbre indica que sólo ellas pueden dedicarse a estas labores, la realidad es que durante los últimos años, los hombres de la familia se han incorporado a la producción en algunos casos, así lo recuerda la señora Lambertina Hernández, mejor conocida como La Chata.
“Antes era la gente más delicada que ahora, primero preguntaban quién había hecho el pan y decían, sí lo hizo un hombre no lo compres, no como ahora que se comen cualquier pan, lo haga quien lo haga”.
Visité a La Chata un lunes por la tarde cuando había terminado de hornear, en la botella de vidrio aún quedaba un cuarto de Coca Cola no muy fría, un elemento indispensable en sus jornadas frente al horno y que en ocasiones suele disfrutar con una pieza de pan.
En el lugar, su hija separaba de los moldes unas tortas de pan que llevan azúcar encima, mientras su hermana vendía las primeras piezas a la gente que acudía a comprar al domicilio. De vez en cuando a la jornada se integra otra de sus hijas y una sobrina, todas mujeres, así le enseñó su madre, pues sólo ellas son capaces de elaborar el pan más delicioso.
“Yo soy quien soy y no me parezco a nadie” se lee en el marco que bordea la puerta del horno construido en el año de 1972, la frase es por puro orgullo porque la panadera que aquí trabaja se considera la mejor, porque se esmera como nadie.
No hay truco, dice, la clave es la dedicación que le ponen a todo lo que hacen, desde que amasan hasta que hornean “nadie se esmera como nosotros, de verdad, yo le digo a mis sobrinas, las panaderas que trabajan también en su casa, que lo hagan más bueno, que no por querer hacer mucho pan lo hagan así rápido, como salga” comenta con el peso de la voz de una mujer que ha entregado cerca 70 años de su vida al oficio.
El pan artesanal que se produce en San Marcos se puede dividir en dos variedades, está el chiquito con piezas para disfrutarse individualmente como las chalupitas, chinas, chivarras, chiles, besos, doblados, gusanitos, pechugas, pitallas, el panadero, tapaditas y volcanes.
Las piezas de pan grande, son para compartir entre cuatro o cinco personas según el apetito y también se producen en una amplia variedad están el burro, la colorada, la china, la doncella, la emponchada, la hojaldra, el mamey, el gusano y las tortas de huevo.
Desde comunidades de San Marcos y otros municipios de Costa Chica llegan compradores que adquieren canastas llenas de pan caliente para vender en las calles, plazas, terminales del transporte público o mercados municipales. Hay también personas que lo envían o lo llevan en cartones a Estados Unidos donde lo venden en las comunidades de migrantes o lo obsequian como un presente a sus familiares o amigos que emigraron al vecino país del norte hace años en busca de conquistar el sueño americano.
“Me dijo mi sobrino que está en San Diego, ‘tía yo quisiera que se viniera a San Diego a enseñarme hacer pan, yo la traigo y le pago todo y la mandó de regreso también’ Pero ¡Ay no, yo ya estoy grande!” comentó La Chata entre risas.
Adela Alcaide Villasana es otra panadera tradicional de San Marcos, tiene 49 años de edad y lleva 40 en este oficio que le enseñaron su madre y su abuela desde muy pequeña. De la venta de pan sacó adelante a sus cinco hijos.
La visité en su casa un viernes por la tarde, el pan ya estaba en los anaqueles que tiene en la entrada de la vivienda y aún permanecía calientito; aquel olor era insoportablemente exquisito, la sensación que entra al cuerpo a través de las fosas nasales en cuestión de segundos se apodera de todos los sentidos.
Antes de concretar la entrevista, no pude evitar comerme un volcán y luego una china, también lo hicieron así mis acompañantes Romina y Zhania, esta última de inmediato fue en busca de unas Coca Colas para acompañar el suculento banquete "Ora prima, pa´ que se te pegue el pan" me dijo Zhania burlándose de mi dieta, al tiempo que me obsequió una bien fría de 500 mililitros retornable.
Mientras Adela horneaba las últimas piezas y nosotras comíamos, las vendedoras llegaban una tras otra con sus enormes canastas listas para surtirse de pan caliente y llevarlo en su carretilla, triciclo, o en la cabeza para empezar a venderlo esa misma tarde.
Son las hijas de Adela quienes atienden el negocio mientras ella hornea. El pan se vende todos los días desde las doce horas aproximadamente y siempre se acaba.
A la vivienda situada en lo que los sanmarqueños conocemos como “La bajada del río” llegan lo mismo personas que lo revenden en distintos lugares, como gente del pueblo para comerlo en sus viviendas.
Adela Alcaide comenta que antes lo vendía en el mercado, pero desde hace un año lo hace desde su vivienda porque la gente la busca ahí, pues quiere llevar pan caliente en las tardes. Las piezas se venden en poblados de San Marcos como El Médano, Anáhuac, Las Vigas, Rancho Viejo y otros municipios como Acapulco, Cuajinicuilapa y Florencio Villarreal.
La historia de esta panadera tradicional inició a muy temprana edad, ni siquiera recuerda los años que tenía cuando le robaba las bolitas de masa a su hermana y hacía pequeñas tortitas para jugar a ser panadera, lo que sí recuerda es que cuando cumplió los nueve, las bolitas que hacía ya no eran para jugar, sino para ayudar a su madre de con la producción.
En aquel entonces, en el año de 1977 se construyó el horno con el que actualmente trabaja, es una creación rústica que ocupa la mitad de una habitación, mide aproximadamente dos metros de altura, está hecho de tabique y revocado con barro, en su interior hay un espacio para depositar leña.
Dicen en San Marcos que las características del horno, la manteca y los huevos de gallina de rancho con los que se prepara este pan es lo que lo hace tan delicioso.
La fruta de horno es el polvito amarillo azucarado y porocito que llevan algunas piezas en la parte de arriba y en el centro, probarla es como subir al cielo, su sabor es la gloria. La propia Adela quien lleva 40 años en el oficio no se cansa de comerlo, dice que aunque ya no como antes, al menos una o dos veces por semana comparte una pieza grande con sus hijas.
Después de 40 años ¿Aún disfruta hacer pan o ya se cansó? Pregunté, y con una sonrisa en el rostro respondió “A mí me gusta este trabajo porque de aquí vivo, es de aquí de donde mantengo a mis hijos, nunca me ha llamado la atención otra cosa”…
¿Es buen negocio? “Pues buen negocio, buen negocio así para ir guardando pues no, de aquí vestimos, de aquí comemos y para los hijos el que quiere estudio de aquí se le da, la pasamos bien”.
Tomado del blog Historias Jocundas