El sábado, 30 de octubre, fui a Chilapa. Allí nací. Allí viví hasta los 12 años. Hacía mucho tiempo que no iba. Casi al llegar, la carretera corre paralela con el Río Ajolotero. Yo iba ubicando las pozas, viendo los cerros y los caminos de mi niñez. No hubo ningún rincón de esos campos que no conociera. La ciudad ya no es la misma. Allí todo es distinto. El jardín, entre el ayuntamiento y la catedral sigue siendo bello aunque ahora ya no está el enorme trueno que sembró José María Andraca, mi bisabuelo en 1901. Me senté en una de las bancas y saludé a mis amigos, algunos de mi edad. Muchos de ellos viven en otras partes, pero en estos días visitan su tierra y como yo, se inundan de recuerdos. Me acordé del tren. Así llamábamos a tres vagones que corrían del cerro del Tecoatl, donde cargaban piedras, hasta la catedral, entonces en construcción. Corrían sobre rieles ¿Cómo llegaron a Chilapa esos enormes vagones? La carretera a Chilpancingo se inauguró el 13 de diciembre de 1931. Antes de eso, los vagones ya estaban allí. ¿Cómo los cargaron?
Extrañe a los pabelloneros que ofrecían sus pabellones en las banquetas del jardín. Había uno muy famoso a quien apodaban "El Litro".
También me acordé de doña Bocha y sus enormes paletas de leche hechas en garrafa. Allí cerquita, en la banqueta de la tienda "La Firmeza" en un gran canasto una señora vendía empanadas de arroz. En la tienda de Don Esteban Bobadilla se instaló la primera Rockola, con las canciones: Viajera, Tú, solo Tú, El Gallo Tuerto, Micaela, Juan Charrasqueado, entre otras. Donde ahora está el jardín de niños Amado Rodríguez había una pequeña plaza donde vendían rebozos, atole, tamales y conserva. Todavía recuerdo los tlacos. Eran la mitad de un centavo. Un tlaco de atole y un tlaco de conserva eran suficientes para satisfacer el antojo.
Fui al Chilapa de hoy, pero viví intensamente el Chilapa de ayer.
Hace unos meses, en Chilpancingo encontré sentado en la puerta de su casa a un amigo de 96 años que me dijo que estaba aburrido allí y que ya quería regresar a Chilpancingo. Quiero ir a la miel de caña a la haciendita, me dijo. Quiero nadar en el Huacapa y tomarme un toronjil en el cerro. Comprendí que ya no se ubicaba. Yo tampoco.
Fui a Chilapa, pero a la mía, a la de calles empedradas, de casas de teja, de olor a tierra mojada, de sabores a pabellón de grosella, a Ponteduro y a espumoso chocolate con marquesote. Recordé a Don Tomás Herrera Gálvez. Me preguntó ¿Qué quieres ser cuando seas grande?, quiero escribir novelas, le dije. Me vio a los ojos y poniendo su mano en mi hombro me dijo: estés donde estés, tengas lo que tengas, siempre llevarás a Chilapa en tu mente y corazón. Aquí viste la primera luz del sol. Aquí diste tus primeros pasos. Aquí tuviste tus primeros amores que fueron tus padres. También tuviste tus primeras decepciones. Si te lo propones llegarás a ser escritor. Todo lo que escribas estará impregnado de estos paisajes, de estos colores y sabores.
Ahora siento más las palabras de Don Tomás Herrera. A nuestro terruño todos lo llevamos en nuestra mente y corazón.