El niño tortuga
Martín Tonalmeyotl
En repetidas ocasiones me han preguntado si yo he sufrido de racismo por pertenecer a una comunidad nahua y siempre he contestado: -que no- o -no me acuerdo-; todo con la idea de no romantizar el asunto y no agarrarse de ahí como lo hacen muchos hermanos, victimizándose exageradamente para obtener un puesto o reconocimiento (para que los otros miren con ojos de: -pobrecito, hay que darle chance, ha sufrido demasiado). Pero haciendo acto de memoria creo que he visto y vivido muchas experiencias.
Empezando en mi comunidad, allá en Atzacoaloya, Guerrero en donde la primera escuela que se creó para educar, enseñar a leer y escribir a los niños (casi salvajes) fue una escuela primaria monolingüe en español cuando en los años setentas y ochentas, solo había dos o tres personas que hablaban español en la comunidad, aun así, las nuevas generaciones de niños y jóvenes tenían que educarse con una lengua desconocida y con profesores que no podían pronunciar ni entender una sola palabra en lengua náhuatl.
Fue también en los años ochentas cuando Francisco Rebaja, profesor originario de este pueblo y asesinado hace poco, junto con otras personas de la comunidad fundaron una primaria bilingüe náhuatl-español. En los inicios muy pocos padres de familia mandaron a sus hijos ahí porque las escuelas bilingües tenían la mala fama de no enseñar bien porque a los niños se les habla en su lengua y ello era la razón de que no aprendían a leer, escribir ni hablar el español. La mayoría de los padres buscaban que sus hijos llegasen a aprender el español para tenerlo como herramienta cuando fueran a trabajar a las ciudades.
Otro aspecto negativo era que los profesores bilingües eran personas conocidas de comunidades vecinas y de ellos se podría aprender poco o casi nada, a diferencia de los maestros de la ciudad que tenían mejores conocimientos y entendían mucho mejor la educación. Este fenómeno de despreciar a las escuelas bilingües, sigue ocurriendo actualmente en los pueblos de habla distinta al español en donde apenas llega la “educación bilingüe” como es el caso del pueblo totonaca de Tuxtla, Zapotitlán de Méndez, Puebla.
De niño, uno se pregunta muchas cosas, indaga hasta encontrar una respuesta posible, cuando se llega a ese punto mira que se pueden cambiar algunas cosas y otros no porque son establecidos como leyes de la naturaleza. A los maestros por lo general se les cree todo y de los libros, uno no puede contradecir porque es la verdad absoluta. Así, uno aprende la historia de otros, la geografía de otros, las matemáticas, la literatura, la biología "De Otros" porque todo lo que hay en el pueblo no es importante y no sirve para la educación.
La lengua náhuatl lejos de servir para educarnos como personas o como nahuas, en realidad era un estorbo y nos hacía unos niños salvajes, por ello en la escuela, se prohibía hablarlo. Pero las prohibiciones eran un desafío y todos los niños hablábamos en náhuatl para jugar o para preguntarnos que decía el maestro (casi todo el tiempo), cuando nos cachaban por supuesto, nos ganábamos un reglazo en la espalda o unos tirones en los cabellos que sonaban a gritos de pulga. Primero duelen mucho, pero después uno se acostumbra.
Me acuerdo de un compañero que tuve, Víctor o el Ayotsin, así lo apodaban porque caminaba muy despacio por un problema de cintura que tenía, decían los otros que se parecía a Miguel Ángel de las Tortugas Ninja. Él era un niño terco, inquieto y duro, tan así que hasta su quinto año de primaria no aprendía a hablar y escribir el español (casi ninguno lo sabíamos, pero todos le echábamos ganas) y para ese entonces ya habían roto cerca de siete reglas en la espalda. Dice que no le dolían porque tenía un caparazón en la espalda, por eso le apodaban el Ayotsin. Era normal que todos los maestros lo golpearan (que nos…) y él estaba más que acostumbrado, solo se reía de ellos al partirles la regla en dos con su espalda. Su hermana Martha que iba en el mismo salón que nosotros, era una chica muy noble y respetuosa, sabía hacer todas las labores del campo y hacer tortillas a mano del tamaño de un comal, pero era muy mala para las matemáticas, aprender el español y otras materias (eso decían los maestros), ello era la causa de ganarse algunos reglazos en las nalgas, jalón de orejas y muchos maestros le gritaban “burra” cuando no entendía lo que se le explicaba, de tanto llamarle así, ella se tuvo que acostumbrar a eso.
El Ayotsin era de los niños más grandes del salón y fue el primero en abandonar la escuela para buscar trabajo cuando apenas iniciábamos el quinto año. Medio año después su hermana también abandonó la escuela porque no había quien lo defendiera de los maestros porque de burra nunca la bajaron. Al menos cuando estaba su hermano lo defendía de todos los niños, muchas veces recibía él, los golpes porque les gritaba groserías en náhuatl a los maestros cuando maltratan a su hermana. El maestro o la maestra siempre nos preguntaba qué era lo que le decía el Víctor y nosotros le inventábamos otras palabras menos groseras para proteger al compañero. Seguramente nunca se convencieron de nuestras traducciones y por eso terminaban golpeándolo.
Quizá estos hermanos hubieran terminado la primaria si hubieran tenido otros maestros menos golpeadores como aquel chilapeño de nombre Armando. Quizá solo necesitaban otra estrategia de enseñanza, otra forma de adentrarse a los saberes, otra lengua más cercana a ellos, otra manera de conocer la geografía que es maravillosa cuando se toman los ejemplos desde el pueblo. Pero a ellos les marco esa otra escuela que nos tocó a muchos y quién sabe si ahora ellos estén mandando sus hijos a la escuela porque no tienen recuerdos agradables.
Narro esto porque en los últimos días, se ha vuelto a retomar el tema del racismo. Actores, artistas, activistas hombres y mujeres, entre otros, han generado polémica al denunciar el racismo que han sufrido hacia su persona porque en México existen muchos tipos de racismo. Uno cuando sale a la calle lleva ya una etiqueta en la frente (chaparro, pobre, flaco, moreno, indígena, mujer, homosexual, lesbiana, indio, etc.) y esto no solo sucede en las grandes urbes, muchas veces en las pequeñas ciudades y comunidades, el tema del racismo está aún más radicalizado y más violento. Creo que los que vivimos en comunidad o visitamos muy seguido a estos pueblos tendríamos que empezar a registrar estos hechos que nos han marcado desde décadas o siglos. Tenemos que empezar a abrir los ojos y mirar con otro color la violencia ejercida hacia nosotros o la violencia de racismo que ejercemos hacia otros.1
1 Recomendación: Leer los libros de Federico Navarrete México racista/ Una denuncia (2016) y Alfabeto del racismo mexicano (2017) que documenta algunos casos de racismo.