Lengua, Tierra, Lucha, en la poesía de
Hubert Matiúwàa
Miguel Ángel Real1
En Xtámbaa, Piel de Tierra, el poeta mexicano Hubert Matiúwàa (1986) nos habla de la naturaleza primigenia y de cómo identificarse con ella es sinónimo de entrar en contacto con la guardiana de la palabra («Yo, crisálida ensalivada / de colores vestí la noche en tus ojos de ámbar, de golpe tragué insectos que pulularon montañas/ para que durmiera nuestra palabra»).
Él mismo explica:
“El poemario Xtámbaa está escrito en la lengua Mè’phàà, y el título hace referencia a la ceremonia que se le hace a un niño al nacer, para saber quién es su hermano animal y así encomendarlo a la tierra, a los bosques y a los ríos para que lo cuiden. “Xtámbaa da principal importancia al cuidado de la palabra, porque para los Mè’phàà todo tiene palabra, lo vivo y lo muerto. De esta manera, la obra trastoca dos tiempos, el de la memoria ancestral y el tiempo de lo actual.”
Porque es la naturaleza el verdadero actor de los poemas y en ella se esconde la indignación de un pueblo, así como la determinación feroz de reivindicar y encumbrar la palabra. Pero a sabiendas de que el compromiso en la defensa de ese objetivo esencial no puede ser solamente verbal: la acción es indispensable para la lucha («Cuando amanezca la noche en que no duerma dos veces, / agarraré mi rifle e iré a visitar la milpa») o («Me dijo el gallo: «crecerá mi palabra cada día / hasta que tiemble tu corazón / y dejes de agachar la cabeza»)
Nos encontramos ante un poemario físicamente hermoso, ilustrado con sensibilidad exquisita por Alec Dempster. Los versos son constantemente una voz en equilibrio entre la serenidad que otorgan los orígenes y la desesperación y el desgarro ante el doloroso destino en el que vive México (y más precisamente el estado de Guerrero, lugar natal de Hubert Matiúwàa) frente al expolio al que les someten gobierno y ejército federal: fuerzas artificiales que quieren apoderarse de la tierra y a los que en el poema se les atribuyen atributos naturales que de este modo se ven profanados («en gusanos de acero bajan / los que vienen a mandar nuestra memoria / extienden su telaraña en la madre, / no respetan la palabra nuestra»).
Desde algunos puntos de vista, podríamos hacer un paralelo con ciertos aspectos de «Anteparaíso», de Raúl Zurita. En ambos autores la naturaleza es origen, pero en el poeta chileno los paisajes se erigen al comienzo del libro como un mundo mineral cargado de un dolor que se confunde con el sufrimiento físico y moral, hasta que en la parte final se asocia a la naturaleza revivida y global con un renacimiento del país. Decía Zurita: «para que empecinado este vocear comience a levantarse desde los campos hasta que todo lo que vive sea el retumbe de un dios mío clamándose en esas llanuras»; Matiúwàa, sin embargo, hace reposar la esperanza en el polvo mismo: «aquí en el polvo / anduvo nuestra esperanza / en el estómago del mundo» y en él la naturaleza es más concreta porque se identifica con la persona física que es mancillada, convirtiéndose así en un elemento inseparable de la acción. En realidad, es la tierra de Matiúwàa la que impulsa toda la visión poética del libro y la que determina el deseo de intervenir y defender la Historia, en lugar de llegar a ser el «vislumbre de la felicidad» con el que concluía el libro de Zurita, para el que la visión física de Chile terminaba siendo un punto de apoyo para una reconciliación.
El vientre de la tierra, precisamente, no es sólo sinónimo de origen, sino que en él se explica la razón de la fuerza que mueve a Matiúwàa: una determinación atávica que «traería el aliento a nuestro pueblo». En el capullo familiar reside asimismo la respiración indispensable del poeta y del hombre, que venderá cara su piel: «si hemos de irnos, que sea con la sangre caliente, que sea en los ojos de nuestro padre, de nuestra madre». E incluso cuando los muertos cedan su lugar, nos dejarán como herencia el deber sagrado de la palabra («Como dijo la abuela: / si he de irme / con las primeras lluvias / me llevaré tu silencio / y tus ojos / para que tú brotes palabra»).
Precisamente, este libro es el primero escrito en lengua Mè'phàà o tlapaneca (hablada en la actualidad, tal y como explica el autor, en la región de la montaña del estado de Guerrero) como una reivindicación ante el silencio al que se han visto condenados los pueblos autóctonos de México «silencio que abre la historia de nuestro pueblo», y contra el que Matiúwàa se alza, si no como portavoz, al menos como indispensable testigo. («abriré la tierra para sembrar tu ausencia»). Más aún, su grito se alza contra aspectos tristemente concretos, como la desaparición de Mauricio Ortega Valerio el 26 de septiembre de 2014 en Iguala (Estado de Guerrero), adquiriendo así el libro un anclaje dramático que culmina en el poema que da título a la obra.
La cólera, el ansia, la rabia se multiplican al encontrar siempre ecos en la tierra y en los elementos («esa bala que vio tu nombre / levantó el polvo / y el asombro de los árboles»). Las raíces, en su doble sentido vegetal y cultural, son tanto el punto de partida como el destino del canto del poeta, cuyo estilo no se complace nunca en el dolor y en el pathos. Antes al contrario, se concretizan constantemente las imágenes en ese deseo de acción ante el sometimiento del poder central: «Mauricio, / de la Montaña / vienes de lluvia, / abrazas mi estómago / y en silencio / crece el fuego / de nuestra tierra en tu memoria», adquiriendo el texto reminiscencias del Neruda más comprometido («Hermano, / ¡levántate! / mira la cicatriz de nuestra piel, / las vueltas de nuestra madre / y el coraje con que teje tu nombre, / hasta encontrarte.».
1 Poeta, profesor y traductor. Licenciado en Filología Francesa. Reside en Francia desde 1991, trabaja como catedrático de español en el Lycée de Cornouaille de Quimper (Bretaña). Forma parte del equipo de Redacción de Crátera (como delegado de la revista en Francia). Sus poemas han sido publicados en las revistas La Galla Ciencia, Fábula, Saigón (España), Letralia (Venezuela), Marabunta, El Humo y La Piraña (México). Aparece en la antología de poesía breve Gotas y hachazos (Editorial Páramo, España, 2017). Autor de los poemarios Zoologías (Ediciones En Huida, 2019) y Como dados redondos (edición bilingüe, Editorial Sémaphore, Francia, 2019).
Foto: Andrea Semplic.