Canción del sainete póstumo
Rubén Martínez Villena
Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa,
(¿el estómago, el hígado, la garganta, ¿el pulmón?),
y como buen cadáver descenderá a la fosa
envuelto en un sudario santo de compasión.
Aunque la muerte es algo que diariamente pasa,
un muerto inspira siempre cierta curiosidad;
así, llena de extraños, abejearé la casa
y estudiará mi rostro toda la vecindad
Luego será el velorio: desconocida gente,
Ante mis familiares inerte de llorar,
con el recelo propio del que sabe miente
recitará las frases del pésame vulgar
Tal vez una beata neblinosa de sueño,
mascullará el rosario mirándose a los pies;
y acaso los más viejos me fruncirán el ceño
al calcular su turno más próximo después…
Brotará la hilarante virtud del disparate
o la ingeniosa anécdota llena de perversión.
y las apetecidas tazas de chocolate
serán sabrosas pausas en la conversación.
Los amigos de ahora —para entonces dispersos—
reunidos junto al resto de lo que fui «yo»,
constatarán la escena que prevén estos versos
y dirán en voz baja: —¿todo lo presintió!
Y ya en la madrugada, sobre la concurrencia
gravitará el concepto solemne del «jamás »;
vendrá luego el consuelo de seguir la existencia…
Y vendrá la mañana… pero tú, ¡no vendrás!
Allá donde vegete felizmente tu olvido
—felicidades bien lejos de la que pudo ser–
bajo tres letras fúnebres mi nombre y me apellido,
dentro de un marco negro, te hará palidecer.
Y te dirán: —¿Qué tienes?... Y tú dirás nada:
mas te irás a la alcoba para disimular,
me llorarás a solas, con la cara en la almohada,
¡y esa noche tu esposo no te podrá besar!...