“Por su contexto histórico, no recuerdo haber leído una novela como esta desde los tiempos de José Vasconcelos”, Álvaro Mutis.
Una galería de personajes contextualizados en un magistral tiempo narrativo es con lo que nos deleita el escritor tapatío Rodolfo Naró en su novela “El orden infinito”, cuya historia se basa en una mujer que ha vivido lo suficiente para desarrollar tantas historias dentro de un realismo mágico en el pueblo de Analco.
Sobre esta obra, el poeta y narrador mexicano Daniel Sada mencionó que en “El orden infinito” el tiempo narrativo y sus diversos personajes “hacen que se asemeje a la novela rusa del siglo XIX”.
Durante la trama de la novela Naró realizó un recorrido de un siglo a través de su protagonista, Nina Ramos, “la única mujer que ha bailado con dos emperadores el mismo vals y en el mismo castillo aunque en diferente época: Agustín de Iturbide y Maximiliano de Habsburgo”. Consejera de presidentes e inspiración de poetas y músicos, también es anfitriona del buen dictador Porfirio Díaz, de Amado Nervo y de un sinfín de personalidades en una época que se niega a morir”.
La ficción en los diálogos es una constante durante la novela, sobre todo en los realizados por los revolucionarios Pancho Villa y Emiliano Zapata, quienes integran parte de la trama en el periodo de la Revolución Mexicana, en donde la anfitriona y dueña de todo un pueblo -la Nina Ramos- se propuso no intervenir en el conflicto, sin embargo éste llegó hasta Analco, cobrando la vida de hombres de su confianza, así como los abusos por parte de los revolucionarios, que dejan más que claro el sufrimiento vivido durante ese periodo en el país.
También se hace eco la llamada “Guerra cristera”, el conflicto armado que se prolongó en México desde 1926 a 1929 entre el gobierno y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que se resistían a la aplicación de la llamada Ley Calles, que se proponía limitar el culto católico en la nación.
FIEL AL REALISMO MÁGICO
En esta exuberante novela varias generaciones enlazan su pasión, mientras fuerzas ocultas traman el surgimiento de una nueva realidad en los fondos más lejanos de la tierra, amenazando con destruir el orden en el paraíso, que propiamente el autor lo considera el pueblo de Analco.
Por la forma de enumerar paisajes y personajes, esta novela mantiene el fiel estilo del realismo mágico implementado por Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, en sus novelas de Pedro Páramo y Cien años de soledad, respectivamente. Con el Orden infinito se corre un siglo de historia cuyo principal testigo es una mujer de mano eterna que mueve todo a su voluntad.
La importancia que el autor retoma de Juan Rulfo lo plasmó en la novela con una mención muy significante:
“Abundio Martínez había dejado Comala después de haber matado a Pedro Páramo. Se hizo arriero de vacas ajenas y compró un par de burros para mercar novedades en los pueblos de Los Altos”.
LA HISTORIA DE MÉXICO EN LITERATURA
A través de la literatura, Rodolfo Naró nos muestra diversos pasajes históricos de gran relevancia para el país, cuyos diálogos ficcionados intentan hacer una idea de la personalidad de los personajes que vivieron las más grandes transformaciones de México.
Dentro de la novela nos remite a momentos de la Independencia de México, la época en las que México tuvo monarcas, las Leyes de Reforma, la dictadura de Porfirio Díaz, la Revolución Mexicana, la Guerra cristera y la modernidad que atravesó el país.
La parte más importante de El Orden Infinito fue la investigación, empleando en ella fotografías de la historia nacional, como la clásica de Zapata y Villa en el Salón Presidencial en 1914.
En una entrevista con Vanguardia, el escritor explicó que “mientras observas que Zapata siempre está muy serio, como somnoliento, mientras que Villa siempre tenía la boca abierta, osea que siempre estaba riéndose o sonriendo”. Naró reconoció que estos elementos lo ayudaron a desarrollar a ambos personajes, por lo que a partir del contexto crea un diálogo tras ese momento.
“...En un rincón del despacho estaba la silla presidencial del general Porfirio Díaz, con su vivo oro de hoja y sus dos águilas reales labradas en sus patas delanteras, con la cabecera de su respaldo también dorado y el escudo nacional erguido en el centro. La misma silla que tantas veces ocupó don Porfirio, no sólo para trabajar o recibir a los embajadores, sino también para dormir la siesta, después de regresar a comer, porque según él, allí dormía mejor que en su casa. A una indicación del ministro, movieron el pesado sillón de las sombras y Vasconcelos le ofreció la silla al general.
-Después de usted, general Zapata-, dijo Villa con la mirada llena de ganas.
-No mi amigo, vaya usted a saber a saber qué chinches tenga-, rezongó Zapata.
-Pues yo sí me voy a sentar, nomás para ver qué se siente-, dijo Villa. -Ora pues, dónde está el fotógrafo, para que todos se enteren hasta dónde llegó la División del Norte”.
Así fue el diálogo que llegó a ficcionar Rodolfo Naró en la novela El orden infinito sobre el encuentro “diplomático” que sostuvieron Zapata y Villa en la Ciudad de México.
“En la foto se ve que están diciendo algo, y a mi siempre me causó mucha curiosidad qué era lo que estaban diciendo”, dijo.
Tras estar encacillado por 20 años en el género de la poesía, a Rodolfo Naró le tomó 10 años escribir El orden infinito, haciendo en esta obra uso de la historia, el realismo mágico, varias voces narrativas y más de 40 personajes.
“-Analco es un refugio-, repite la Nina”.