Un sarao en Chalco, 1772
por José Antonio Palafox
Desde su creación en 1996, el grupo Segrel se ha caracterizado por su meticulosa labor de investigación y reconstrucción de la música antigua. Entre sus grabaciones podemos encontrar “Los sonidos de la épica: poesía y música en el Cantar de Mio Cid” (2003), “Antigua lírica popular hispánica: siglos XV a XVIII” (2008), “Los sonidos de la lírica medieval hispánica: siglos X a XVI” (2010) y el disco que en esta ocasión nos ocupa: “Un sarao en Chalco” (2013).
Una de las poquísimas fuentes de información que tenemos sobre la música instrumental profana del periodo virreinal en México es una impresionante colección de casi 300 minuetos, danzas, contradanzas y melodías —procedentes de Europa, México y Sudamérica— conocida como “El manuscrito de Joseph Maria Garcia”.
En realidad no se sabe con certeza quién fue el autor (o los autores) de esta recopilación musical, pero lo que sí consta es que en la portada del manuscrito aparecen tres ex libris, el más antiguo de los cuales indica: “Pertenece a Joseph Maria Garcia. Año 1772”.
El segundo nos aclara que, en 1790, el volumen —que consta de dos manuscritos cosidos a mano— fue adquirido, junto con otros “bienes de música”, en Chalco por un tal Joseph Mateo Gonzalez Mexia.
El tercer y último ex libris señala 1956 como el año en que la musicóloga estadounidense Eleanor Hague donó el manuscrito al Southwest Museum de California.
El misterio de por qué los dos dueños previos aparecen como Joseph es sencillo de desvelar, según nos indica el gambista Rafael Pérez Enríquez en el cuadernillo que incluye este disco: al parecer, en el México del siglo XVIII era usual agregar “ph” al final de ciertos nombres. Una vez pasada esta moda, los Josephs nacionales volvieron a convertirse en Josés.
Las piezas contenidas en el disco buscan recrear la atmósfera de lo que se conocía como “saraos”, reuniones o veladas donde la gente se divertía escuchando música y bailando, por lo que la selección incluye tanto danzas rápidas y lentas como minuetos y piezas cantadas, todo convenientemente agrupado en suites estructuradas de acuerdo a la tonalidad, lo cual facilita tanto la interpretación como la escucha.
Así, cuarenta y cuatro piezas de música culta de origen cortesano y melodías de corte popular, como El Tlacsacole, La Jitanilla, La llamadita, Las Enttriegas del Amor, La Ermosura La Dusmentina, La Tijera y La Tubasxa, The Hills, se entrelazan en nueve suites; por ejemplo, la Suite en re mayor para viola de gamba, arpa doble, guitarra séptima y guitarra quinta, la Suite en la menor para guitarrilla quinta, guitarra séptima y viola de gamba o la Suite en do mayor para arpa doble, quinta huapanguera y jarana huasteca.
Aparecen también cuatro sones tradicionales de la Huasteca hidalguense, la Tierra Caliente de Michoacán y Tabasco: el son de La Caña Brava, el son de La Manta Antigua, el son antiguo de La Petenera y el son de La Indita, este último acompañado con unas bellas estrofas en náhuatl.
La inspirada interpretación del grupo Segrel destaca por su calidad y el elegante sonido conseguido con los instrumentos —que incluyen guitarras barrocas, guitarrilla renacentista, fídula (también conocida como viola de arco), viola de gamba, flautas, arpa doble, jarana huasteca, quinta huapanguera, castañuelas, zapateo y voces—, y aunque inicialmente podría parecernos chocante el hecho de que a un minueto barroco lo siga un son huasteco, hay que recordar que esta última expresión musical contiene fuertes rasgos estilísticos del Barroco europeo, por lo que el atento escucha se encontrará navegando de un estilo al otro sin apenas percibir el cambio.
De hecho, la barroquísima interpretación del son de La petenera con que concluye este álbum resulta espléndida muestra del indisoluble lazo existente entre la música que nos llegó de España hace casi 500 años y la música folclórica que se sigue interpretando en nuestro país hoy en día.