Septiembre
“Septiembre es ese hombre que está echando sus redes melancólicamente,
sin ganas de pescar, ¿ves la primera estrella?
Asúmela, si puedes comprender la infinita desolación del mar”.
Carlos Peciller
Septiembre es un anciano bucólico que contiene en su interior sólo bilis negra. Un hombre de edad, con miles de arrugas, cansado del vigor de la juventud y con innumerables fisuras en su corazón.
Septiembre da a luz a seres melancólicos (con olor a tierra mojada), nacidos bajo la regencia de virgo y libra. Es decir; trabajadores y soñadores. Porque ¿qué es la melancolía sino la conciencia exasperada de la imposibilidad del deseo frente al principio de realidad?
Septiembre es el mar negro de media noche, un mar voraz. Lleno de sirenas y criaturas del abismo.
Septiembre es el mes donde se revuelven las entrañas de la tierra. A veces estas se agitan tanto que provocan vómito, y la tierra ruge, salta, se desploma, muere y vuelve a comenzar.
Septiembre sólo tiene noches de gin y melodías claras. La luna, quizás las lunas de septiembre son menos amargas que los días.
En septiembre me nace también la bilis negra, emerge desde lo profundo de mi corazón y se me posa en los ojos. Y así ando, con odio en la mirada. Con la misma bilis que lleva invadiéndome todo el año. La misma que enfermó al ángel de Durero. ¡Es la misma! La que habita en mis pulmones, mi sangre y mi boca. La que me escurre todas las noches por la nariz frente al espejo y, que es de una naturaleza más viscosa que el barro. (Imposible de desprenderse una vez tocada por ella).
En septiembre nació Cervantes y Tolstoi, pero ¿Qué hombre hace septiembre de mí cada que vuelvo a su puerta?
Imagen de portada: Torralba Fotografía