El 24 de julio de 1915, 844 personas se ahogaron durante una excursión de recreo en el lago Michigan. La causa más probable del naufragio fue el peso excesivo de los botes salvavidas.
El naufragio del Titanic en abril de 1912 y el hundimiento del Lusitania tres años después, causaron estupor a comienzos del siglo XX. Sin embargo, apenas diez semanas después del naufragio del Lusitania, una nueva catástrofe naval volvió a horrorizar a los estadounidenses, cuando lo que iba a ser un apacible crucero fluvial se convirtió en un naufragio que superó en muertes a las dos anteriores tragedias.
Un accidente desgraciado y, en cierto modo, irónicamente vinculado con la tragedia que tres años atrás había dado con los restos del Titanic en el fondo del océano. Fue el trágico caso del S.S. Eastland, al que se le conoce también como el “Titanic de agua dulce”.
El 24 de julio de 1915, la compañía Western Electric había decidido organizar una excursión en barco desde Chicago hasta un pequeño parque situado en el lago Michigan para los empleados y sus familias. Había fletado cinco buques para transportar a más de siete mil personas.
A partir de las 07:00 de la mañana, comenzaron a subir a bordo del Eastland los pasajeros que habían sido asignados al buque, un total de 2,573. El Eastland estaba diseñado para albergar a unos 2,500 pasajeros además de la tripulación.
Los momentos previos a zarpar eran de emoción. En la cabina principal, una banda de música, igual que aquella que tocaba en el Titanic, amenizaba el tiempo de espera mientras subían los pasajeros. La llovizna que refrescaba aquella mañana de julio había hecho que muchos niños y sus madres buscasen refugio bajo la cubierta, aunque los más atrevidos se agolpaban en la misma intentando encontrar un buen sitio para la travesía. Todo parecía listo para poner el barco en funcionamiento y comenzar el crucero fluvial hasta el parque del lago Michigan.
Entre las 07:10 y las 07:15 de la mañana, con el Eastland prácticamente lleno, el barco comenzó a ladearse ligeramente, aunque al principio nadie se alarmó por esta circunstancia. Sin embargo, unos minutos después, a las 07:23 el buque presentaba un aspecto mucho más escorado. La inclinación propició que el agua comenzase a entrar por las pasarelas abiertas y llegase hasta la sala de máquinas, que la tripulación, sabedora de la calamidad que se avecinaba, abandonó para salir a la cubierta del barco.
A las 07:28, el S.S. Eastland se encontraba ya inclinado en un ángulo de 45 grados, provocando que en el interior del buque los objetos se desplazaran violentamente y sembrando el pánico entre los pasajeros.
A las 07:30, el Eastland estaba ya completamente ladeado sobre las aguas del río. Había girado tan rápido que no se pudo hacer nada para seguir los protocolos de salvamento. Los más afortunados pudieron subirse encima de la barandilla de estribor y caminar por el casco del barco hasta tierra firme. El resto se vio atrapado en una pesadilla.
Un reportero del Chicago Herald relató así el trágico momento: “En un instante, la superficie del río estaba negra, con gente luchando, llorando, asustada, ahogándose…”. Los que estaban en la orilla no daban crédito a lo que veían, y muchos intentaron socorrer a los náufragos. Se vivieron escenas de verdadero horror en un lugar de apenas seis metros de profundidad.
A las 08:99 de la mañana, la mayoría de los supervivientes habían sido sacados del río y estaban siendo atendidos por los sanitarios, pero quedaba la parte más dura: rescatar los cuerpos de aquellos que no habían tenido tanta suerte. Al lugar acudió un cuerpo de buzos para comenzar la penosa tarea de sacar los cuerpos atrapados en las entrañas del Eastland y, hacia el mediodía, comenzaron a subirlos ante el estupor de aquellos que presenciaban la dantesca escena.
FILAS DE CADÁVERES. Poco a poco, los cadáveres fueron llevados a un recinto cercano perteneciente al ejército, donde se colocaron en filas de 85 cuerpos para que se pudiese proceder a su identificación. Cerca de la medianoche, se permitió la entrada de los familiares para el reconocimiento.
A medida que el improvisado y enorme depósito de cadáveres se fue llenando de personas buscando a sus familiares, los llantos de dolor invadieron la noche de Chicago. En apenas media hora, el desastre había arrojado una horrenda estadística. En el naufragio habían perecido 844 pasajeros, superando la cifra de víctimas de los pasajes del Lusitania, 785 pasajeros muertos, y del mismo Titanic, 829.
Pronto se creó una comisión de investigación para esclarecer los motivos de aquella tragedia y, tras los funerales de las víctimas, se iniciaron las pesquisas.
Harry Pedersen, el capitán del Eastland, el ingeniero jefe Joseph Erickson y otros miembros de la tripulación, fueron detenidos y llevados a declarar sobre lo ocurrido.
El mismísimo presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, se interesó por el caso y mandó al secretario de Comercio, William C. Redfield, para que se hiciese cargo de la investigación.
Durante los veinticuatro años que duró el litigio, se investigó acerca de lo sucedido y, finalmente, la muerte del ingeniero jefe Erickson proporcionó el chivo expiatorio perfecto al declararlo culpable del mal manejo de los tanques de lastre situados en la bodega para enderezar el barco y evitar el desastre. Los restantes implicados fueron absueltos.
FAMA DE “MALA SUERTE”. Construido en 1902 para realizar travesías fluviales, el Eastland había adquirido fama de barco “mala suerte” cuando en 1904 casi se había hundido con tres mil personas a bordo. La mala fama aumentó cuando en 1906, de nuevo, estuvo a punto de zozobrar. Pero no fue la mala suerte la que produjo la tragedia, sino otro factor que puede resultar irónico.
Tras el naufragio del Titanic, en el que se comprobó que no hubo botes salvavidas suficientes, el Congreso debatió la necesidad de aumentar el número de botes. Algunas voces se alzaron para alertar que ese sobrepeso podría ser perjudicial para los barcos fluviales. Sin embargo, el presidente Wilson, en 1915, firmó la La Follete Seaman’s Act, una ley en la que se materializaba dicho proyecto.
El Eastland, diseñado para llevar seis botes salvavidas, cargaba once botes, más treinta y siete balsas salvavidas, sin que se hubiera realizado un estudio previo acerca de cómo afectaría ello al sobrepeso al barco. Paradójicamente, esta obsesión por la seguridad de los pasajeros fue lo que propició que el barco zozobrase, atrapando a unos visitantes que tan solo querían disfrutar de una excursión veraniega.
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