A veces despierto temblando de Ximena Santaolalla
Reseña por Roxana Cortés
El 27 de mayo en la Feria del Libro de Acapulco, se presentó el libro "A veces despierto temblando", con la presencia de la autora, Ximena Santaolalla. La escritora guerrerense Roxana Cortés, fue quien presentó y dialogó con la autora. La mesa estuvo dirigida por Karhel García.
Aquí la reseña (editada para la presentación):
Existe un lenguaje del dolor, “hay una urgencia estética de decir, esto me duele”, con esta cita de Cristina Rivera Garza quisiera iniciar la charla sobre el libro que nos reúne hoy. Un libro que incomoda, apabulla y que ha rebasado mi entendimiento: A veces despierto temblando, de Ximena Santaolalla. Hago referencia al lenguaje del dolor porque la gravedad de los hechos que aborda logra cuestionarnos sobre la naturaleza humana y los alcances de la violencia y del poder.
A veces despierto temblando es contundente y estremecedora. El escenario es el periodo de la dictadura de Efraín Ríos Montt en Guatemala. Ximena teje una serie de historias que se unen por un vínculo desgarrador: el genocidio de poblaciones indígenas y las brutalidades cometidas en Guatemala de 1982 a 1983. Este contexto abruma tanto en términos literarios como históricos. Nos remite a la guerra civil de Guatemala dentro del marco de la Guerra Fría: capitalismo contra comunismo, Estados Unidos contra la Unión Soviética. En ese escenario global, las repercusiones para el pueblo guatemalteco son hirientes. Lcompartiré en términos crudos:
— En la dictadura de Ríos Montt fueron asesinadas 100,000 personas.
— En el periodo de un año, cada día morían casi 200 víctimas.
— 2,000 de las víctimas fueron de la etnia maya ixil.
— Esto significa que el estado exterminó al 33% de la población maya ixil.
La novela se compone de 20 capítulos que, a modo de rompecabezas, permiten que construyamos a los personajes y sus historias hasta obturar un cuadro completo. En un inicio aparecen personajes que son carne de cañón, engranajes que hacen operar a los mecanismos del poder: hablo de Ocelote, el Dedos y el Gavilán. Ellos se encuentran en Fort Hood (Estados Unidos) y reciben entrenamiento para ser “armas de matar” por el comandante kaibil Francisco Chinchilla. Página tras página se visibilizan escenas de violaciones, torturas y degradaciones perpetradas; sin embargo, la crudeza y el tono de cada personaje es demasiado humano: no se trata de maniqueísmos sino de hacernos sentir la supervivencia, el instinto de la vida a pesar del entorno.
El uso del lenguaje de la autora es impecable: logra acuerpar la voz de cada personaje. Ximena escribió, como dice la guatemalteca Carol Zardetto, una novela que logra que calcemos “los zapatos de las víctimas”, que comprendamos “la situación de los asesinos” y que recreemos la “experiencia radical” de los horrores de la guerra en Guatemala. Cada capítulo refiere a una historia y su marco espaciotemporal, por ejemplo: Ciudad de Guatemala, julio de 1982; La Pólvora, Petén, marzo de 1982; Pie de la Cuesta, Guerrero, 1976-78. Me detuve en ese fragmento porque la autora me hizo reconsiderar que no sólo compartimos límites geográficos con Guatemala sino un paralelismo entre la violencia y el “trauma histórico”.
Sin embargo, esta crudeza es contrastada por algunos personajes femeninos. Hablo de personajes como Lucía Flaquer o Victoria Justina Tecu. Ellas muestran el peso que, por encima de estos horrores, tiene la palabra y el testimonio. Lucía es una periodista joven que trabaja en el diario La aurora. Ella realizó una investigación sobre los crímenes de un coronel y quiere publicarla. Apuesta por la palabra como arma para compartir la verdad de las víctimas, compartiendo esa empresa con Victoria Justina, sobreviviente de las masacres del ‘82 y ’83. Quizá a ella pertenece uno de los momentos más terribles y bellos de la novela ¿Quién repondrá las muertes de nuestro pueblo?, Victoria responde: “quiero reponerte (…). Reponerte hablando de vos. Para que todos lo sepan, sí, que lo recuerden: ahí, en esas aldeas, en esos pueblos, había gente. Personas había. Y estaban todas vivas”.
Cuando terminé de leer esta novela recordé que, en el Museo de Memoria y Tolerancia en la Ciudad de México, hay una sección dedicada a la guerra de Guatemala. Usualmente es omitida por muchos visitantes, se tiene la convicción de que otros genocidios tienen más peso histórico que lo sucedido en Latinoamérica o bien, inclusive a veces simplemente se ignora. Esta tendencia al olvido o a la apatía me hace considerar que la literatura contemporánea que trata con situaciones crudas es imprescindible: por ejemplo, Temporada de huracanes de Fernanda Melchor, Antígona González de Sara Uribe o Furia de Clyo Mendonza.
Dentro de este orbe literario, siento que Ximena ha dado un paso de riesgo. A veces despierto temblando no sólo reescribe estéticamente la historia de un genocidio, sino que apuesta por reconstruir una memoria histórica. Me parece indiscutible la necesidad de su narrativa. Si ella espera “que este libro duela”, sin duda lo ha conseguido.