La Biblioteca

La biblioteca

—Maestro ¿Qué es la biblioteca?

—Es un almario —contestó.

La biblioteca es aquel lugar donde residen las almas, es decir, el espacio infinito que comparten innumerables seres que dedicaron su vida al saber, a la escritura. Es el tiempo fuera del tiempo y el espacio dónde no hay espacio, allí se concretan todas las artes de los dioses, todos los saberes, todas las ciencias, allí habitan para siempre todos los personajes de la historia, incluso aquellos de los que no se ha escrito.

Al morir, bien decía Bradbury, cada uno debe buscarse un receptáculo de su alma, un lugar a donde huir, cuando el cuerpo decaiga y se pudra. Algunos seres transmutan su alma en objetos que no son libros, pues son escultores, pintores, jardineros, constructores, arquitectos, carpinteros y herreros. Pero otros, quién sabe por qué misterio del cosmos, deciden, que su alma debe vivir allí, entre las hojas y el papel: en los libros.

Las bibliotecas (e incluso los archivos), están lejos de ser lugares inertes, pues en su interior, habita la vida de nuestros muertos, sus pasiones, sus intrigas, sus sufrimientos, su felicidad, todos esos temas fundamentales de los cuales se ha escrito una y otra vez, desde el Gilgamesh y de los cuales seguiremos escribiendo, mientras la humanidad, siga siendo humana, mientras el tiempo, la muerte, el amor, la amistad, el poder y la inmortalidad existan. En la psique todo es atemporal, dijo el viejo Freud.

Desde las repisas de la vieja biblioteca nuestros ancestros nos susurran, nos cuentan sus historias, narrar es de las pocas cosas valiosas y trascendentes que hemos aprendido a hacer, un hombre culto, es aquel que tiene más historias que contar, aquel puede hacer que el día de ayer se viva en el hoy, en el eterno presente. Algunos libros, dicen, son más valiosos que otros, pero ¿cómo saber qué alma vale más que otra?

Para los estudiosos la biblioteca es también un campo de batalla, desde allí se establecen las coordenadas de la crítica a su vivir, a su tiempo, incluso algunos se congratulan de tener una mayor colección dentro de su almario, desde las obras completas de Platón, hasta Foucault, desde San Agustín, hasta Juan Rulfo.

Para el poeta, al igual que para los infantes, la biblioteca es aquel lugar donde se regocija su alma, es allí, donde todavía habita la ambrosía, el néctar de los antiguos dioses, dónde la voz de mamá sigue siendo, dónde la voz de la creación sigue aconteciendo, es el espacio donde Ulises sigue llorando frente al mar, es el tiempo donde Aureliano Buendía conoce una y otra vez el hielo, siempre con el mismo asombro, siempre siendo otro.

Mucho se ha especulado, que, con la tecnología, y el avance del mundo digital, nuestras bibliotecas irán, poco a poco, desapareciendo, migrando del mundo de lo físico, a lo aparencial, que nuestros almarios, habitaran ahora sólo detrás de una gran pantalla (como lo ha venido haciendo todo últimamente), pero me gusta creer que acontecerá todo lo contrario.

Que con el pasar el tiempo y de los años, la humanidad inaugurará por fin, el gran lugar que merecen los libros en nuestra casa, y en nuestra alma. Que los seres de ese almario serán por fin escuchados, y que tendremos un recinto para cada una de las voces, que seremos todos Quijotes, en lugar de Alonsos.