LA ANTITESIS DEL PESIMISMO
Arthur Schopenhauer, el filósofo alemán que dejó su huella en el mundo y nos dijo adiós un 21 de septiembre como este, en 1860, tenía una manera de ver la vida profundamente sombría y, sobre todo, pesimista. No por nada es considerado como el padre del pesimismo. Su filosofía giraba en torno a la idea de que la vida está impregnada de sufrimiento y que la voluntad es la causa de nuestros deseos insaciables, lo que nos condena a un constante estado de insatisfacción.
Schopenhauer veía la existencia humana como un perpetuo conflicto entre nuestras ansias y los obstáculos que se interponen en el camino hacia la realización de nuestros deseos. Esta visión pesimista contrasta de manera llamativa con su apreciación de la música, que consideraba como un bálsamo para el alma.
Para Schopenhauer, la música era un enigma, una excepción a la regla de su filosofía pesimista. Mientras que su obra abordaba la vida desde un enfoque crítico y desesperanzado, veía la música como un refugio de este mundo de sufrimiento. La música, en su perspectiva, no era un mero entretenimiento, sino una vía directa hacia las emociones y los sentimientos más profundos. En lugar de confrontarnos con la realidad cruda, la música nos sumergía en un estado de contemplación y éxtasis, alejándonos temporalmente de nuestras preocupaciones terrenales.
Como él mismo dijo una vez, "La música no habla de las cosas, sino del bienestar y de la aflicción en estado puro (únicas realidades para la voluntad), y por eso se dirige al corazón, pues no tiene mucho que decirle directamente a la cabeza." Schopenhauer decía con esto que la música era como el canal directo al alma. No se trataba de representar cosas como hacen las pinturas o las palabras, sino de sacar lo más profundo de nuestras entrañas y ponerlo en notas y melodías. Es como si la música nos hablara en el idioma de la emoción pura, sin palabras, sin necesidad de explicaciones.
Schopenhauer también dijo, "En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad." Schopenhauer decía con esto que la música es una manifestación fundamental de la realidad misma. En otras palabras, veía la música como una expresión primordial y universal de la esencia de la existencia. La música, según su filosofía, trasciende las limitaciones del mundo material y nos conecta con una dimensión más profunda y espiritual de la realidad.
Si echas un vistazo a su obra "El mundo como voluntad y representación" te das cuenta de que Schopenhauer estaba completamente obsesionado con la música. Le dedicó un volumen entero, y eso no es algo que hagas a la ligera. Para él, la música era una especie de hechizo mágico que nos permitía escapar de los problemas de la vida cotidiana.
Schopenhauer tenía una forma única de ver las notas musicales en términos de representación de la naturaleza y la existencia, que más allá de una representación literal, era como sentir la naturaleza siendo tú, experimentándote a ti mismo." Su visión se materializaba en una especie de partitura cósmica, donde las notas musicales encarnaban una vertiginosa escala descendente, desde las cumbres majestuosas hasta los diminutos habitantes de la tierra. Este concepto se asemejaba a una sinfonía universal que, como la sinfonía de la existencia, abarcaba lo inmenso y lo minúsculo.
Visualicemos el inicio de esta sinfonía: las notas iniciales, con sonidos poderosos y majestuoso, evocaban la grandeza de las montañas o los mares, con su imponencia reverberando en la mente del oyente. A medida que la sinfonía avanzaba, las notas descendían con gracia y fluidez, como las aguas de praderas y ríos, traduciendo la serenidad y la armonía de estos paisajes naturales en sonidos que acariciaban el alma.
A medida que la música se adentraba en su desarrollo, las notas se tornaban más delicadas y ornamentadas, personificando la vida vegetal que infunde vida a nuestra tierra. Podíamos percibir la cadencia melódica de las hojas susurrando en el viento y el suave murmullo de un arroyo que fluye con gracia.
En el siguiente acto de esta sinfonía cósmica, la música encontraba su experimentación en los seres vivos, como los osos, tiburones, elefantes y otras criaturas de la naturaleza. Las notas adquirían un ritmo y una intensidad que imitaban la vitalidad y la energía desplegadas por estas formas de vida.
Finalmente, la música descendía hasta el nivel más ínfimo, donde los sonidos se volvían efímeros y veloces, como el aleteo de las alas de un insecto o el zumbido de una abeja en su danza. Era como si estas notas musicales pudieran capturar la fugacidad y la vivacidad de estos seres diminutos.
Así, a través de esta visión, podemos imaginar y sentir con una profundidad sin igual todo un ecosistema, desde las grandiosas cumbres hasta los insignificantes insectos, a través de las notas de una sinfonía que resuena en la conciencia del oyente. Schopenhauer nos invitaba a conectar con la riqueza y la complejidad del mundo natural, transformando la música en una puerta de acceso a la belleza y la diversidad de la existencia en su totalidad.
Este contraste entre la visión sombría de la vida de Schopenhauer y su aprecio apasionado por la música sigue siendo un enigma en su legado filosófico. Aunque su filosofía pudiese parecer pesimista y nihilista, su amor por la música nos recuerda que incluso en medio de la oscuridad más profunda, podemos encontrar belleza y consuelo en las notas y melodías que nos rodean. La música, en palabras de Schopenhauer, es un recordatorio de que, a pesar del sufrimiento y la aflicción que experimentamos en la vida, la belleza y la emoción pura todavía pueden brillar en la oscuridad, ofreciéndonos un escape temporal de la tristeza existencial.