He olvidado mi nombre,
todo será posible menos llamarme Carlos
Carlos Pellicer (16 de enero de 1897)
Poeta mexicano de más amplio registro y mayor intensidad de la primera mitad del siglo XX. Premio Nacional de Literatura.
La obra de Carlos Pellicer es amplia, apreciando las distintas temáticas de su obra, con una constancia jamás debilitada. Algunos de los títulos de mayor renombre fueron Piedra de sacrificios, Camino, Estrofas al mar marino, Discurso por las flores y Con palabras y fuego. en los cuáles destaca su mirada voraz sobre el paisaje, su cristianismo pagano, la devoción al héroe y al ángel poético, utilizado para embellecer la naturaleza humana y la fé dentro del modernismo, el cual al paso de sus poemas fue dando forma a una intención de volver al discurso, a la retórica del paisaje, a la poesía de conciencia.
Compartimos cuatro poemas que demuestran la transición en la poética de Carlos Pellicer, retratando paisajes azules, cantos desde los rezos a la madre, una elegía al personaje N, el cual puede ser cualquiera que entre en sus versos, así como la búsqueda de la persona, por medio del espejo.
PAISAJES
I
Cuando los árboles entraban a la casa
húmedos de aurora y con una mirada
ponían azul lo que era blanco, y altas
voces de juegos y poemas rompían la ventana
tibia aún de los diálogos ─palomas─,
no pasaba nada.
La mañana que vendía relojes de seis horas
y desayunos de paisajes con toalla limpia
y cuadernos con el arca de Noé y sus
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al grito de amor y fe,
como tenía los dedos en cristales
y los ojos inmemoriales
y los oídos de plata,
no pasaba nada.
Y mientras rezaba con mi madre,
la puerta y yo pensábamos en ti,
tan dulce, tan ligera y tan amante,
que yo veía a los ciegos sumar,
dividir y multiplicar las estrellas;
y a los sordos
dirigir el concierto de los ángeles.
Tú, que eras un lirio en la noche
con caminos y canciones
y recuerdos de años con lágrimas
y sangre y degollaciones de corazones inocentes.
II
Yo estaba azul de ausencia
─pedazos de mar y puertos urgentes─
y mis cartas se quemaban en el camino
lleno de palabras y poemas.
¡Nuestro amor silencioso y ágil como un signo!
Nuestro amor que maté
porque lo necesitabas muerto
para que fuésemos novios toda la vida
en la bahía con luna de mi voz y de tu silencio.
Y ahora soy ya la imagen opuesta a cien espejos:
una gota de agua en los divinos ojos esféricos.
Y te amo como los árboles al alba
y por ti enseño a cantar a las águilas.
Y tu belleza es mi tesoro que gasto
en sostener el lujo de la aurora
y los grandes robos al aire libre, de la noche.
Eres la mujer morena de todas las épocas,
la espiga bíblica,
el pretexto colérico de la Ilíada,
el encuentro anecdótico de Florencia,
la fiesta de Quetzalcóatl y mi canción mecida
entre las olas y las estrellas.
El teléfono llama pero todo es inútil, porque tú y yo
estaremos siempre azules de ausencia.
* * * * * * *
NOCTURNO A MI MADRE
Hace un momento
mi madre y yo dejamos de rezar.
Entré en mi alcoba y abrí la ventana.
La noche se movió profundamente llena de soledad.
El cielo cae sobre el jardín oscuro.
Y el viento busca entre los árboles
la estrella escondida de la oscuridad.
Huele la noche a ventanas abiertas,
y todo cerca de mí tiene ganas de hablar.
Nunca he estado más cerca de mí que esta noche:
las islas de mis ausencias me han sacado del fondo del mar.
Hace un momento,
mi madre y yo dejamos de rezar.
Rezar con mi madre ha sido siempre
mi más perfecta felicidad.
Cuando ella dice la oración magnífica,
verdaderamente glorifica mi alma al señor y mi
espíritu se llena de gozo para siempre jamás.
Mi madre se llama Deifilia,
que quiere decir hija de Dios, flor de toda verdad.
Estoy pensando en ella con tal fuerza
que siento el oleaje de su sangre en mi sangre
y en mis ojos su luminosidad.
Mi madre es alegre y adora el campo y la lluvia,
y el complicado orden de la ciudad.
Tiene el cabello blanco, y la gracia con que camina
dice de su salud y de su agilidad.
Pero nada, nada es para mí tan hermoso
como acompañarla a rezar.
Todos los días, al responderle las letanías de la virgen
-torre de marfil, estrella matinal,
siento en mí que la suprema poesía
es la voz de mi madre delante del altar.
Hace un momento la oí que abrió su ropero,
hace un momento la oí caminar.
Cuando me enseñó a leer me enseñó también a decir versos,
y por ese tiempo me llevó por primera vez al mar.
Cuando la pobreza se ha quedado a vivir en nuestra casa,
mi madre le ha hecho honores de princesa real.
Doña deifilia cámara de pellicer
es tan ingeniosa y enérgica y alegre como la tierra tropical.
Oigo que mi madre ha salido de su alcoba.
El silencio es tan claro que parece retoñar.
Es un gajo de sombra a cielo abierto,
es una ventana nueva acabada de cerrar.
Bajo la noche la vida crece invisiblemente.
Crece mí corazón como un pez en el mar.
Crece en la oscuridad y fosforece
y sube en el día entre los arrecifes de coral.
Corazón entre náufrago y pirata
que se salva y devuelve lo robado a su lugar.
La noche ahonda su ondulación serena
como la mano que en el agua va la esperanza a colocar.
Hermosa noche. Hermosa noche
en que dichosamente he olvidado callar.
Sobre la superficie de la noche
rayé con el diamante de mi voz inicial.
Mi voz se queda sola entre la noche
ahora que mi madre ha apagado su alcoba.
Yo vigilo su sueño y acomodo sus nubes
y escondo entre mi angustia lo que en mi pecho llora.
Mi voz se queda sola entre la noche
para decirte, oh madre, sin decirlo,
cómo mi corazón disminuirá su toque
cuando tu sueño sea menos tuyo y más mío.
Mi voz se queda sola entre la noche
para escucharme lleno de alegría,
callar para que ella no despierte,
vivir sólo por ella y para ella,
detenerme en la puerta de su alcoba
sintiendo cómo salen de su sueño
las tristezas ocultas,
lo que imagino que por mí entristece
su corazón y el sueño de su sueño.
El ángel alto de la media noche,
llega.
Va repartiendo párpados caídos
y cerrando ventanas
y reuniendo las cosas más lejanas,
y olvidando el olvido.
Poniendo el pan y el agua en la invisible mesa
del olvidado sueño.
Disponiendo el encanto
del tiempo enriquecido sin el tiempo;
el tiempo sin el tiempo que es el sueño,
la lenta espuma esfera
del vasto color sueño;
la cantidad del canto adormecido
en un eco.
El ángel de la noche también sueña.
Sólo yo, madre mía, no duermo sin tu sueño!
* * * * * * *
Elegía
a nadie
Desde el balcón, se ve:
han pasado muchos automóviles.
Desde el balcón, se piensa:
odio todos los libros.
Estoy porque no soy bueno.
Domingo. Unos deseos estúpidos
domingos sin sol.
La Catedral parece que está hipotecada.
Yo me muero de ganas
de huir
de mí.
Parece que he comido manzanas
yanquis.
Una sola mujer hay en el mundo,
pero está ausente.
Si yo fuera pintor,
me salvaría.
Con el color
toda una civilización yo crearía.
El azul sería
rojo
y el anaranjado,
gris;
el verde saltaría en negros estupendos.
¡Sabidurías
de los colores nuevos!
Mi taller estaría en las llanuras
de Ápam. Cesaría la duda
actual. No pintaría hombres sino volcanes.
Vendrían los más ilustres
de la América del Sur:
el Tunguragua y el Sajama
dejarían su anticuado fondo azul,
su seriedad y sus várices
colosales.
Yo tendría ojos en las manos
para ver de repente.
Unas meditaciones llenas de cantos
nuevos, encenderían mi frente.
Pero es imposible.
De pronto atraviesan horripilantes
soldaditos de Meissonier.
Mi vida está llena de gritos
bajo un ciego crepúsculo de fe.
* * * * * * *
He olvidado mi nombre
He olvidado mi nombre.
Todo será posible menos llamarse Carlos.
¿Y dónde habrá quedado?
¿En manos de qué algo habrá quedado?
Estoy entre la noche desnudo como un baño
listo y que nadie usa por no ser el primero
en revolver el mármol de un agua tan estricta
que fuera uno a parar en estatua de aseo.
Al olvidar mi nombre siento comodidades
de lluvia en un paraje donde nunca ha llovido.
Una presencia lluvia con paisaje
y un profundo entonar el olvido.
¿Qué hará mi nombre
en dónde habrá quedado?
Siento que un territorio parecido a Tabasco
me lleva entre sus ríos inaugurando bosques,
unos bosques tan jóvenes que da pena escucharlos
deletreando los nombres de los pájaros.
Son ríos que se bañan cuando lo anochecido
de todas las palabras siembra la confusión
y la desnudez del sueño está dormida
sobre los nombres íntimos de lo que fue una flor.
Y yo sin nombre y solo con mi cuerpo sin nombre
llamándole amarillo al azul y amarillo
a lo que nunca puede jamás ser amarillo;
feliz, desconocido de todos los colores.
¿A qué fruto sin árbol le habré dado mi nombre
con este olvido lívido de tan feliz memoria?
En el Tabasco nuevo de un jaguar despertado
por los antiguos pájaros que enseñaron al día
a ponerse la voz igual que una sortija
de frente y de canto.
Jaguar que está en Tabasco y estrena desnudez
y se queda mirando los trajes de la selva,
con una gran penumbra de pereza y desdén.
Por nacer en Tabasco cubro de cercanías
húmedas y vitales el olvido a mi nombre
y otra vez terrenal y nuevo paraíso
mi cuerpo bien herido toda mi sangre corre.
Correr y ya sin nombre y estrenando hojarasca
de siglos.
Correr feliz, feliz de no reconocerse
al invadir las islas de un viaje arena y tibio.
He perdido mi nombre.
¿En qué jirón de bosque habrá quedado?
¿Qué corazón del río lo tendrá como un pez,
sano y salvo?
Me matarán de hambre la aurora y el crepúsculo.
Un pan caliente —el Sol— me dará al mediodía.
Yo era siete y setenta y ahora sólo uno,
uno que vale uno de cerca y lejanía.
El bien bañado río todo desnudo y fuerte,
sin nombre de colores ni de cantos.
Defendido del Solo con la hoja de toh.
Todo será posible menos llamarme Carlos.
Garrido F. (1996), La vida en llamas, una pequeña antología de Carlos Pellicer, Ciudad de México, México: Asociación Nacional del Libro, A. C.
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