Valente
Por Verónica Vicente
Corre, corre Valente, que atrás te persigue el amor, ese amor que mata, que enloquece; el amor que embriaga la sangre y te ciega, y solo quedan tus suspiros que sentiste al nacer. Corres por la Playa Luces en el Mar y llegas a la Barra, ese espacio donde el mar y la laguna se entregan en una hermosa conjunción de placer, y ahí, es donde paras, y no encuentras esa pasión que te arrancó tu calma, tu juventud de esos sueños que te invitaban al paraíso, y, que solo quedó un recuerdo que intentas alcanzar en esos extensos kilómetros de playa, que se desvanecen en cada ola que rompe en tus pies.
Corre y corre para alcanzar a tu amada y la puedas recoger en pedazos, y armarla para volver a sus brazos y a sus labios de miel. Tocar esa piel morena que huele a aceite de coco recién puesto y sal espesa de mar. No te agobies más Valente en esa carrera de desamor, porque sólo queda tu locura en el mar y tus pasos en la arena, lo cual nos recuerdan a todos, que amar no es un tema de cuerdos, sino de locos.
En las mañanas, cuando el café me invita a salir y me acerco a mirar el océano, te encuentro y atrás de ti corren los que no alcanzan al amor, sino lo esperan, en la calma melodiosa del amor donado, esos no conocen tu amor, ese amor de sufrimiento, que en el budismo no existe, pero en tu religión es tu rezo permanente. Sufres por ella, y ella, sólo te recuerda cuando de repente le llega tu olor en el sudor del abrazo de otro, pero sabe que tu forma de amar es sutilmente dolorosa y es por ello que se quedó atrás de ti, mirándote en tu eterna prisa de encontrar lo amado.
Ahora Valente detente, detente... para saber si realmente estas completo, después de esa gran carrera entre tiburones y mantarrayas, donde solo recoges tus pedazos de cielo que caen en tu roto, loco y desafinado corazón.