Valquirias
Por Astrid Paola Chavelas
“Sí, yo quiero ser, esa mujer…”
Belanova
“Dos grandes acontecimientos atraviesan mi cuerpo” es una de las frases con las que da inicio la obra de teatro Sin Salvavidas, de la Compañía Revolcadero, que se presentó en la sede de lo que llaman Antiguo Ayuntamiento, dentro del Festival Internacional La Nao 2021. El espacio utilizado como escenario emergente para su representación, corresponde a las nuevas instalaciones del viejo Ayuntamiento que llevan construyendo desde hace años.
Confieso. Batallé mucho para empezar este texto. El día de la presentación salí eufórica y conmovida, decidida a escribir todo lo que la obra me había provocado. Tras varios intentos, me dio por pensar que, quizá no avanzaba porque no atinaba el enfoque desde el que quería escribirlo, pero luego de un cigarro (o varios) y de pensarlo más detenidamente, me di cuenta que, en realidad, no sabía cómo empezar por el chingo de implicaciones personales que me atraviesan.
Dentro de estas líneas decido no hacer observaciones técnicas, primero, porque, a mi parecer, es mucho más relevante el contenido de la obra, y segundo, porque no es algo de lo que tenga muchas referencias, aunque el sonido era malísimo, eso sí, no por la producción, que me queda claro que hizo su mejor esfuerzo, sino por el espacio en sí, descubierto desde todos los ángulos y justo al lado de una de las calles más transitadas del Puerto, quizá en tiempos normales, podríamos hablar de una elección poco acertada, pero en tiempos de pandemia, ninguna precaución está de más, y creo que se ponderó el espacio abierto y la circulación del aire a las cuestiones técnicas, también me queda claro que el equipo organizador del Festival hizo su mejor esfuerzo. El sonidero vehicular, por supuesto, no impidió que la emoción se transmitiera entre todas las personas que asistimos ese día. En lo personal, decidí, en algún punto de la obra, que el ruido de coches que se escuchaba al fondo, sólo era el rumor del mar haciendo eco en las palabras que llegaban desde el escenario hasta la séptima hilera donde estaba sentada. Ante casi setenta personas, Myriam y Marianela presentaron una obra que estruja emocionalmente, pero que nos cuestiona a partir de pocas preguntas, que no por breves menos vitales, sobre las que hilan todo el entramado que se teje dentro del universo de contradicciones que habitamos quienes nos nombramos y también de quienes cuestionamos eso, a lo que le dicen: “ser mujer”.
Y ¿qué es ser mujer? Durante más de una hora, las dos actrices, comparten en el escenario y, desde sus experiencias de vida, las posibles respuestas. En estos tiempos donde discusiones necesarias como ésta se observan, me parece que, por lo pronto, no hay algo tangible que defina ser mujer, y que esto va mucho más allá de los argumentos biologicistas, tan de moda. Quizá aquí, dentro del universo de este texto, ni en tan corto tiempo, pueda atinar una respuesta, lo que sí me queda claro, es que Sin salvavidas provoca más preguntas que respuestas, lo cual, como decía al inicio, abre discusiones enteramente necesarias no sólo a lo que corresponde al ser mujer, sino al papel y el trabajo que realizamos.
Pero, qué nos define como mujeres, ¿los genitales? ¿la capacidad de concebir?¿las opresiones que vivimos? ¿La discriminación, el acoso, las situaciones de violencia por género? ¿las desigualdades? Pareciera que para algunas personas, este argumento tiene peso y entonces nos valida desde el abuso, la misoginia, la violencia sexual ejercida contra nuestras cuerpas. Pero, ¿y dónde queda el gozo? La capacidad de agencia, la libertad de elegir. Porque desde este argumento espetado desde los feminismos blancos, ser mujer es algo que se sufre para ser válido.
Desde mi experiencia, en la que no quiero ahondar en este texto -quizá porque no tengo el mismo asomo de valor que las protagonistas- somos mujeres desde el gozo y también desde el placer. Desde la obra, ser mujer es obviar red flags porque alguien te gusta, porque esa noche sólo quieres sexo, o buscar un compromiso a largo plazo, o preferir tu vida antes que al amor de tu vida, porque las vidas perfectas existen sólo en nuestra imaginación, y en esta vida imperfecta, puedes gozar desde tu libertad de disfrutar y compartirte, desde asumir las decisiones que tomas, sin juzgarlas como buenas o malas según lo que dictan las blancas y desatinadas conciencias. Las protagonistas deciden si sus decisiones son buenas o malas, para ellas y sólo para ellas, que a final, es lo que importa.
A estas alturas, nos queda claro, desde la obra y desde nuestra experiencia que se ve reflejada, las mujeres asumimos, desde nuestra decisión, sí, pero también desde una imposición histórica, las labores de cuidado. La diferencia es justo la reivindicación de asumirlas desde un lugar más comprometido, bajo nuestras propias consideraciones. Cuidar, nos dice Daniela Rea, implica casi siempre una acción y no un mero pensamiento. Cuidar, nos dice en el mismo texto desde Marcela Lagarde, que actualmente es el verbo más necesario para hacerle frente al neoliberalismo patriarcal. La obra no habla en sí misma de la labor de cuidados, pero muchas de las acciones que llevan a cabo las protagonistas, sí. Una está a cargo de las infancias en un espacio que permite trabajar a otras madres, la otra ha sido madre durante la pandemia y todas las implicaciones que tiene ser cuidadora de una persona que depende totalmente de ella. Daniela Rea nos dice que sostener la continuidad de los cuidados en la vida cotidiana durante toda la vida es agotador, que para cuidar, extendemos los límites más allá de lo posible, como quedó demostrado en la pandemia. Como queda demostrado en el escenario.
En su texto, Daniela Rea explica cómo, la crianza permite que el sistema económico capitalista exista y se reproduzca. En la obra, las protagonistas comparten desde la cotidianidad de sus espacios cómo, además, este sistema económico no sólo las oprime, sino que las desaparece. Dentro de la última parte se comparten estadísticas de personas desaparecidas. Una persona ha desaparecido diariamente en el Puerto durante los últimos trece años, la edad de mi hija. La estadística por sí sola, es demoledora, pero acompañada de la experiencia compartida desde una de las protagonistas que comparte el dolor y la rabia de tener una familiar desaparecida, nos parte a todas las presentes. Su ausencia nos golpea. Para ese momento, el ruido de la calle es infernal pero dentro del espacio construido teatralmente, el infierno está en otro lado. Enmudecemos.
La obra transcurre y yo no dejo de hacer anotaciones en la pequeña y maltratada libreta que me ha acompañado desde hace meses. Escucho la música y las luces de la discoteca, veo el disfraz de dinosaurio y me quedo fija en la referencia al sismo del 2017, pienso cómo las tragedias y las respuestas a éstas se tejen también desde el cuidado colectivo. A contraluz observo los tatuajes sobre el escenario. Un tatuaje es una herida que cicatrizó con tinta. Miro sobre mis brazos, cicatrices de historias, dolores que sanaron, huella de lo que nos atraviesa. Somos un conjunto de cicatrices, rastros de memoria indeleble en nuestra piel.
Al final, lanzar una moneda, acto simbólico del deseo. Lanzar una moneda y desear, desde la entraña, que el pensamiento se materialice. Que las desaparecidas vuelvan a los brazos que las esperan desde que ocupan el limbo existencial al que las condenaron sus agresores. Están presentes, pero no están. Están, pero no podemos verlas. No están pero desearíamos que estuvieran. Al final, una moneda para miles de deseos, para que ya no haya más ausencias que nos duelan, por violentas, por absurdas, por inexplicables.
Esta obra es el reflejo de lo que somos como mujeres, a pesar del sistema, y en resistencia a éste. Nuestra batalla es otra, más allá de delimitar un estereotipo, de cuadrarlo a lo que dicta la sociedad en turno, ejercemos, también desde cuerpos disidentes y en nuestros términos, nuestra libertad sexual, política y económica, asumimos los dolores, sin revictimizarnos, matrioskas a veces incompletas, acuerpamos desde el pleno derecho de poder quejarnos y desde la libertad de nuestro gozo.
Sin Salvavidas, también es el canto de guerra que las valquirias Nelly, Myriam y Marianela, desde su posicionamiento político, levantan la voz y nos dicen que las cruzadas no sólo se libran en el campo de batalla, y que las mujeres, todas, también somos heroínas encargadas no sólo de cuidar y de curar heridas, de levantar juguetes y sostener una casa, sino capaces de llegar hasta el Valhalla.
Astrid Paola Chavelas
A la memoria del querido Abraham.
[1] Daniela Rea, Esta noche, ellas me cuidan, Revista de la Universidad de México, 2021 https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/d2150e3d-c7af-47c8-84a5-d113c457b74d/esta-noche-ellas-me-cuidan