Zona roja, de Astrid Paola Chavelas

Zona roja

La calle no te enseña, uno desprende solito el oficio de ser humano. La calle mata poco a poco, sus lecciones son letales, y uno sobrevive sólo para seguirla alimentando, para traerle sangre y carne fresca. La calle es un animal que devora, que nunca está satisfecha.

     Llegué para salvarla o por seguirla, ya no sé.

     Emputecer también era una opción, la zona roja, apenas una pálida metáfora.

     La dejé detrás de ese intento de excusa, agazapada. En espera de un evento mejor que la contraiga, que la retraiga, la revuelva y la devuelva al origen, etérea, aún pura, inmaculada.

     Olvidarla fue un golpe todavía más agudo y desgarrador que el que le asesté en el vientre cuando la encontré desnuda, viciosa, revolcándose por apenas tres pastillas en aquel muladar. Crucé al otro lado sin hacer caso de su llanto, la dejé tras esa persiana de aire insalvable, como el eco de los disparos.