¡Sukit yultuk!/¡El barro está vivo!1
Wolfgang Effenberger 2
Muchas personas dedicadas a la alfarería son viudas que perdieron a sus esposos durante la guerra civil en El Salvador. Se sabe que en Santo Domingo los paramilitares asesinaron a muchos hombres por considerarlos sospechosos de estar involucrados en organizaciones sociales. Casi al unísono las alfareras manifestaron que desde entonces el barro les permitió a sus familias sobrevivir. No obstante, pese a que el barro es un agente clave en la comunidad, su origen es incierto.
Al revisar la Estadística General de 1858, en la que se registran los oficios más importantes de las diferentes alcaldías municipales, la actividad de la alfarería en Santo Domingo no aparece. Lo que sí se destaca en ese informe es que la mayoría de los habitantes de ese pequeño pueblo “acostumbran su propio idioma” y que curiosamente los pueblerinos usaban para llamar a los ladinos la adscripción mulato (López, 1974 [1858]: 171-173).
Al parecer esa práctica actualmente se mantiene. “Walajtuk se mulato” (Ha venido un mulato) es la frase que se usa en narraciones o en la vida cotidiana para denominar a cualquier desconocido que visita el pueblo y quizás ésas fueron las palabras que se escucharon en el pueblo cuando vino el extranjero que, según los relatos de muchas alfareras, les enseñó a los antepasados a trabajar el barro.
Hacer comales y ollas
En Santo Domingo el barro negro se extrae de una propiedad colectiva de dos manzanas de extensión, ubicada a tres kilómetros del casco urbano, el cual es conocido por los domingueños como El Barrial. Ahí retoña el barro, dicen algunas alfareras. Respecto de la forma en que se trabaja el barro, las alfareras suelen decir que “el barro lleva o tiene proceso”.
En el proceso hay ciertos pasos que indican la terminación de una fase y el comienzo de otra. El primero lo realizan los hombres y consiste en extraer el barro negro de El Barrial. Luego ellos lo venden a las mujeres alfareras del pueblo, quienes lo guardan en sus casas. El segundo paso consiste poner a secar el barro al sol durante dos días. Cuando éste ya está seco, las alfareras lo colocan en un recipiente con agua durante un día. Luego lo cuelan y lo mezclan con arena de río.
Antes esta arena se extraía del río Tepechapa; sin embargo, el río se quedó sin arena y hoy en día la toman del río Paz, caudal fronterizo con Guatemala. Después de haber mezclado la arena y el barro, la masa se deja debajo de un plástico para que endurezca. Cuando ya está duro, un joven lo patea para hacerlo homogéneo y blando. Luego lo colocan en el suelo y el barro comienza a sacar aires, “kixtia ihyal ne sukit” (el barro saca pedos, según una alfarera).
A partir de aquí se hacen bolas de barro que las alfareras aplastan con las manos. Algunas se redondean para hacer ollas y otras se aplastan para hacer comales. En el caso de la olla se concluye con la formación de la boca y, al final, “le dan oreja”, como ellas dicen. Al terminar los cuerpos de los comales, las alfareras los tienden en el interior de sus casas. A los tres días, cuando ya adquirieron solidez, los recogen. Después los raspan por cuatro días con un cuchillo, una cuchara o un pedazo de cáscara de morro (crescentia alata, crescentia cujete).
A partir de aquí inicia la fase de lizar. Con una piedra fina lizan la superficie tanto de las ollas como de los comales para que los productos agarren más brillo. Después de esa fase los asolean y luego los queman en hornos compartidos con familiares y, a veces, con vecinos.
La cocción dura de tres a cuatro horas, y no se sacan los comales hasta que se enfrían dentro del horno. Sólo las ollas se sacan calientes para chilatearlas con un chilate hecho de harina de pan o de masa de maíz mezclado con achiote (bixia orellana). Eso se hace para refinarla y endurecerla con el fin de que no trasmine. “Así curamos nosotras las ollas”, dijo una alfarera al respecto.
Le pregunté a qué se refería con la palabra curar, y ella explicó que “a veces cuando la estamos raspando... se rajan las orillas, y ahí dice uno la estoy curando... la rajamos y la curamos”. Sin esta curación, dicen las alfareras, las ollas lloran porque el líquido brota a través de las rajaduras. Entonces “le damos la medicina”, dijo otra alfarera y agregó en nawat: “niunikpahtia ne kumit pal tesu nemi tsayantuk” (voy a curar la olla para que no esté rajada).
En concreto, la curación consiste en mezclar un poco de achiote con masa de maíz caliente, y luego untarla en las rajaduras. La alfarera explicó que “iyulu ne tamal nikmaka ne achiyut pal naka chiltik, ne achiyut, pal kiane weli nikpahtia ne nukun” (al corazón de la tortilla le pongo achiote para que quede roja, y se cure mi olla).
Finalmente, este proceso de producción de artefactos de barro concluye cuando las mujeres guardan las ollas y los comales en un cacaxte o mecapal para luego venderlos en diferentes ciudades y pueblos, recorrido que realizan a pie o en camión por varios kilómetros. Cabe mencionar que el tiempo de producción de un comal tarda más de ocho días y que su valor en el mercado no corresponde al tiempo del trabajo invertido, ya que las alfareras venden la docena a 17 dólares, un comal a 1.50 de dólar y la olla de dos libras a 2.50 de dólar.
“¡Sukit Yultuk!” (¡El barro está vivo!)
Fernando Santos Granero (2009: 2), en su libro The Occult Life of Things: Native Amazonian Theories of Materiality and Personhood, explora los múltiples modos en que los indígenas de la Amazonia visualizan la vida de objetos materiales. Un aspecto importante de esos objetos materiales es que su vitalidad y su agenciamiento son revelado solamente a ciertas personas.
Los datos etnográficos recopilados en Santo Domingo, El Salvador, sugieren que también sucede así, en el sentido más amplio de la palabra, con el barro, un objeto material con vida oculta, cuya existencia sólo es experimentada por algunas personas de la comunidad. Las personas que experimentan que el barro está vivo son, por supuesto, aquellas que se dedican a trabajarlo. Pero como ya lo señalaba Lévi-Strauss (2008 [1985]: 34), en su estudio sobre los mitos indígenas norteamericanos y sudamericanos acerca de la alfarería, la vida del barro es un asunto delicado, pues para crear exitosamente productos del mismo las alfareras deben tomar en cuenta “prescripciones y prohibiciones” y “especiales cuidados”.
En cuanto al barro de Santo Domingo de Guzmán, hay que destacar que evidentemente existe una gran cantidad de alfareras, cada una de las cuales se relaciona de un modo específico con el objeto de su trabajo. Sin embargo, existe un conocimiento colectivo que sale a la luz al comparar los diferentes comentarios, narrativas y prácticas de las distintas alfareras. A continuación presento algunas afirmaciones y explicaciones sobre el comportamiento del barro que me compartieron. Al consultar a dos alfareras si el barro “tenía misterio”, expresión que los habitantes de Santo Domingo suelen usar para hablar sobre lo que a primera vista no es evidente, me comentó una educadora, hija de una alfarera, que el barro, si uno no lo trabajaba, se rajaba. “Una vez —dijo— no lo trabajaba.
Al tiempo vine hacer, pero una hornada boté. Se me abrieron todos, ya quemados.” Otra alfarera dijo que cuando ella se quedó sola con sus hijos, después de la matanza durante la década de los ochenta, trabajó el barro, pero tampoco le salían buenos sus productos. Comentó que “cuando terminaba de bajar la leña se quemaban... Al sacarlos, se partían por la mitad, como si alguien les diera patadas”. Le pregunté a qué se debía eso, y me respondió que “el barro se enoja cuando uno se descuida, y cuando hay más necesidad, peor le va a uno”.
En otras entrevistas me explicaron que el barro también se raja en el fuego cuando se hacen las ollas y los comales en un estado de enojo. Una mujer me dijo que ella trabajaba muy bien el barro y eso despertó envidia en su suegra que también se dedicaba al mismo trabajo. Un día su suegra la invitó a quemar juntas el barro. La mujer aceptó. Pero ocurrió que la suegra puso los comales de su nuera en el horno en una posición desfavorable. La nuera corría el riesgo de quemarse. Pero la alfarera que me contó esta historia aguantó el calor y vio que, por querer hacerle un mal, todos los comales de su suegra se rajaron. En otra ocasión, una alfarera me explicó que cuando uno trabaja el barro con ambición, es decir, con el objetivo de ganar mucho dinero, el barro se disgusta y se raja.
Si bien los últimos relatos describen al barro enojado y celoso, también éste puede ponerse contento. “Ya cuando uno lo trabaja —me explicaron— salen bien las cosas. Sólo los primeros días se comportaba mal.” Otra señora recordaba que su abuela decía que el barro lloraba cuando no le hacían caso o cuando lo botaban. Además, decía: “No me lo patean… porque mi barro va a llorar si lo patean, no le gusta que le peguen… Hay que cuidarlo porque él nos da de comer”. Esta misma mujer concluía que el barro estaba vivo “porque lo trabajan, y algunos lo trabajan con alegría, pues, y se alegra”.
Los diversos comentarios de las alfareras sobre el comportamiento del barro dejan entrever que la vida oculta de éste se expresa de diferentes maneras. Con respecto a esta circunstancia, Santos Granero (2009: 8, 13) afirma que existen “multiple ways of being a thing”, por lo tanto, múltiples subjetividades en las cosas. Según Santos Granero (2009: 9), los diversos colectivos amerindios diferencian los objetos entre “objetos subjetivos”, que son considerados personas con alma, capaces de realizar “acciones significativas”, y “objetos subjetivizados”, que si bien poseen cierta sustancia anímica no pueden actuar por sí mismos.
Esta diferenciación, entre subjetivo y subjetivizado, parece ser inherente al barro; es decir, en el caso del barro, bien se puede hablar de un barro subjetivo y de un barro subjetivizado. En cuanto a la última atribución, una alfarera mencionó que el barro estaba vivo porque las alfareras lo trabajaban, circunstancia que indica que el barro requiere la intervención de los seres humanos para activar cierto tipo de agenciamiento (Santos Granero, 2009: 9-10, 13-15).
Sin embargo, la mayoría de las narrativas y prácticas permiten entrever, además, que al barro le es inherente una subjetividad innata, pues el barro reacciona ante los afectos y el comportamiento de los humanos que lo trabajan: el olvido o el descuido le causa enojo, celos y tristeza; la atención, alegría, e incluso sanciona el comportamiento de las alfareras. Por consiguiente, en el caso del barro domingueño prefiero hablar de un barro subjetivo, en lugar de considerarlo un barro subjetivizado.
Una característica peculiar de la subjetividad del barro en Santo Domingo es que tiende a celar a las alfareras que no le prestan atención. En ese sentido, en relación con los celos, el barro de los nawas de Santo Domingo no se diferencia mucho de la conducta del barro entre otros colectivos amerindios que identifican a la Madre Tierra con una vieja mujer o con demonios subacuáticos, que son los dueños y dadores del barro y la alfarería. Pese a su aparente benevolencia, ya que entregan a los humanos tanto la materia prima para la alfarería como la tecnología de producción de objetos de barro, pueden ser seres muy celosos. Si no se respetan sus necesidades, además de enviar la muerte y las epidemias, hacen estallar las vasijas de barro durante su cocción (LéviStrauss, 2008 [1985]: 36).
Reitero que, en Santo Domingo, las rajaduras durante la cocción son causadas por el barro que no está de acuerdo con el comportamiento de la alfarera. Por ello, una alfarera me decía que una actitud agradecida y oraciones dirigidas a Dios ayudan en el proceso, mientras que renegar del trabajo y de la vida propicia el fallo y la entrada del diablo. Por consiguiente, en torno del barro se expresa cierto conflicto entre Dios, el diablo y el ser humano.
Cabe mencionar que, al contrario de la opinión de Lévi-Strauss (2008 [1985]: 55-56), que atribuía al ser humano un papel de espectador en el combate entre los seres celestiales y los seres ctónicos por el barro, entre las alfareras indígenas de Santo Domingo, como veremos a continuación con más detalle, los humanos juegan el papel de mediadores entre las fuerzas del barranco asociadas a lo húmedo y lo oscuro, y las fuerzas solares.
Pero antes de revisar esa cosmopolítica me gustaría analizar si la subjetividad del barro es innata y no activada, y hablar del barro en términos de un híbrido entre objeto subjetivo y objeto subjetivizado, sobre todo por el impacto que tiene la actitud decisiva de las alfareras respecto de la reacción emotiva del barro. ¿Cuál es el origen de la subjetividad del barro y cuál el componente subjetivo innato de éste? Con el propósito de responder estas preguntas vuelco mi atención al espacio de donde se extrae el barro.
El encanto del barro
Me enteré del encanto del barro cuando le pregunté a una alfarera si las ollas y los comales de barro tenían túnal (espíritu, alma del ser humano) (Cortez, 2014; Campbell, 1985). Después de reflexionarlo, me respondió que ése no tenía, pero “el barro [que] se va a sacar sí tiene también misterio”. Enseguida, me narró una historia relacionada con El Barrial, que trataré más adelante. Lo que quiero destacar ahora es que a partir de que conocí esa narración comencé a indagar con otra actitud sobre el barro y El Barrial.
Desde ese momento pregunté a las alfareras si el barro o El Barrial estaban encantados. Las personas con las que conversé me dieron diferentes respuestas. Algunas alfareras negaron rotundamente que el barro estuviese encantado. Así que las conceptualizaciones que presento a continuación sólo son válidas, evidentemente, para las alfareras de la comunidad que me dijeron que existía una relación entre El Barrial y el encanto. Por eso mi exposición no es de ninguna manera representativa de todos los habitantes y las alfareras de Santo Domingo.
Ahora bien, las alfareras que me confirmaron que sí existía un encanto indicaron que la particularidad misteriosa de El Barrial se debía, por un lado, a que el barro negro siempre se reproduce en ese lugar, pese a que la gente año tras año lo está sacando; por otro lado, algunas mujeres entrevistadas relacionaron el Barrial con un encanto porque ahí se han muerto varias alfareras como consecuencia de accidentes de trabajo. Me explicaron que los accidentes no fueron “eventos naturales”, ya que antes de que sucedieran en el lugar donde ocurrió la desgracia aparecían gallos o perros negros encantados, anticipando o, quizá, causando la tragedia. Precisamente, relacionado con las apariciones o los augurios de la cercana muerte, la historia que mencioné al inicio de este apartado nos puede brindar luces sobre el encanto del barro y su subjetividad.
A continuación resumo la historia que me contó la alfarera que también enseña nawat en una universidad de la ciudad capital. Hace mucho tiempo una señora tenía tres hijas muy hermosas que no querían casarse con ningún hombre. Las muchachas rechazaban todas las propuestas de matrimonio que les hacían. Las tres doncellas solían sacar barro de un barranco cercano. Una vez encontraron en el lugar donde extraían el barro tres piedras muy adecuadas para usarlas en la tarea de refinar y lizar los comales y las ollas. Las recogieron y se las llevaron a su casa.
A partir de ese día las muchachas comenzaron a hacer comales y ollas muy bonitas, al contrario de los comales y las ollas que hacían las demás alfareras del pueblo, que salían mal porque se quemaban en el horno. Eso disgustaba a la gente. Ocurrió que un día las tres hijas y la madre fueron nuevamente a sacar el barro. Cuando una de las hijas comentó a su mamá que sentía muy fresco el lugar y que ya no se quería ir de ahí, de repente le cayó una gran cantidad de tierra encima y la joven murió al instante. Unos días después del accidente, la mamá soñó que su hija le decía que Dios les había dado la suerte y la riqueza que tenían con la producción de comales y ollas.
Reitero que esa historia me la compartió una alfarera a la que le pregunté si los comales y las ollas también tenían túnal. Pero ¿qué es lo que me quiso decir la alfarera al responder a mi pregunta con esa narración? Como veremos en la siguiente parte del ensayo, el túnal es un espíritu muy importante para la vida plena del ser humano; quizás por eso con la narración la alfarera me quiso mostrar que el barro también tenía vida, vitalidad y misterio, parecido al del ser humano y de otros seres vivos.
La conceptualización de que el barro es un ser vivo se expresa en la secuencia en la que tres alfareras encuentran las tres piedras de lizar, que en lo sucesivo les darán suerte en su trabajo. Cabe mencionar que El Barrial no es el único cuerpo vivo que contiene piedras que facilitan y transfieren capacidades extraordinarias al ser humano. Un ejemplo por excelencia son los bezoares de los venados que, como me explicó una señora de Chiltiupan, departamento de La Libertad, le dan suerte al cazador de venados. Gracias a amplias investigaciones sabemos que en otras regiones de Mesoamérica y la Amazonia, en el caso de la cacería de venados, estas piedras están vinculadas al dueño de los animales (Olivier, 2015: 148-149, 200-204).
En este caso es importante mencionar que en la narración de la alfarera de Santo Domingo encontramos una situación similar; es decir, en el sueño la hija fallecida aclara a su madre que fue Dios quien les entregó la suerte, esto es, las piedras. Infiero de ese dato que Dios es el dueño del barro. Ahora bien, pese a que la narradora usó la palabra Dios para los espíritus presentes en los lugares remotos, como El Barrial, en Santo Domingo con mucha más frecuencia los habitantes del pueblo suelen nombrar a estos seres con la palabra kujkul, con la que se denomina al diablo (Cortez, 2014: 41), un espíritu malo y engañoso.
Una alfarera destacada de Santo Domingo me explicó que El Barrial está conectado con el Arco, lugar donde se realizan pactos con el kujkul. De ahí que sugiero que la palabra Dios, similar a la noción tuteku (nuestro señor, nuestro padre), que en comunidades indígenas vecinas de Santo Domingo refiere al “dios católico”, al sol y a los dueños de barrancos y ríos (Hartman, 2001 [1901]; Crespin, 2016), denomina tanto al padre celestial como al dueño del barranco, de la cueva o del río, que, en cambio, frecuentemente es denominado “diablo” y se le asocia con fuerzas malignas y diabólicas.
Cabe mencionar que teku (padre) también forma la palabra <tekuyu (dueño) (Campbell, 1985: 487); por consiguiente, sugiero queu tukuyu connota también una relación de dominio y pertenencia. De todas formas la asociación del “hábitat” del diablo, del kujkul o de los tutekus, con espacios fríos, húmedos y oscuros no es causal. Abundantes etnografías de otras regiones de Mesoamérica constatan que, en términos cosmológicos, el diablo y sus consortes son espíritus no solares, provenientes del otro lado, cuyo estado ontológico se asemeja a la oscuridad, la humedad, el frío y lo blando, es decir, a lo continuo (López Austin, 1990: 218; Milanezi, 2016; Pitarch, 2013).
Por consiguiente, el barro que es extraído de un espacio con características amorfas similares también comparte ex hypothesi cierto grado de subjetividad del espíritu que habita esos ámbitos. Precisamente las alfareras que encontraron las piedras de la suerte, al tomarlas establecieron una relación con el dueño de El Barrial. Esta “relación” les facilitó la suerte, pero al mismo tiempo provocó un malestar entre los vecinos del pueblo, pues en las comunidades indígenas campesinas se considera muy sospechosa la acumulación de riqueza y las personas que se hacen ricas de la noche a la mañana, porque indica que esta suerte fue causada por un pacto con el kujkul (diablo) y no fue adquirida con el trabajo propio.
Al respecto, una alfarera me comentó que en El Barrial “hay pisto… el barro es encanto… donde hay dinero, hay encanto… y el encanto es el diablo”. A cambio de la riqueza las personas que pactan deben entregar al dueño del barranco, de la cueva o del cerro, el alma de un ser querido, condición que, en la historia narrada, se cumple con la muerte de la hija. Lo que suele suceder con las personas que pactan es que su espíritu (túnal) se integra a trabajar arduamente en la hacienda del kujkul, que a veces también se denomina takat istak (hombre blanco) (Lemus, 2015). Al parecer, el espíritu de la alfarera se comunica, por medio del sueño, desde ese otro “espacio” con su madre.
Pero no sólo las almas de los fallecidos pueden entablar una comunicación desde el otro lado; en términos generales, también las personas vivas pueden acceder a ese “otro mundo” por medio del sueño, de la suerte, de los ayunos y de las oraciones. Algunos relatos manifiestan que lo que en la cotidianidad parece un entorno natural, desde esa otra perspectiva estas personas ven la pertenencia cultural del dueño, es decir, su habitación. Pero lejos del ámbito y la comunidad humana, el ingreso a estos lugares no humanos, oscuros y fríos, es una operación delicada; por eso muchas personas antes de adentrarse en ellos toman ciertas medidas.
En cuanto a El Barrial, la hija de una alfarera me contó que su madre, antes de ir a extraer el barro, se hace baños con plantas (ajo, tabaco y ruda) que se consideran calientes y protegen de los malos aires y de la brujería, sea ésta practicada por humanos o no humanos. No obstante, si bien las alfareras extraen el barro de un lugar altamente delicado, hay que decir que El Barrial no es peligroso para todas las personas. En el pueblo frecuentemente se escucha que los accidentes en lugares encantados ocurren sólo a personas a las que les “convenía” morir, o sea, a personas que por su relación con el diablo, o por su destino, les correspondía morir.
Por consiguiente, la actitud de la persona que acude a El Barrial es decisiva en cuanto a la reacción del dueño del lugar, cuya agentividad depende en gran medida de la voluntad y de la actitud ética y espiritual de la persona que se acerca a ese espacio. Asimismo, en relación con el trabajo con el barro, la producción exitosa depende también de la actitud de la alfarera, quien, por medio de ella, ciertamente puede moldear la subjetividad del barro. Esto es, no es el barro en sí el que actúa, sino el barro inmerso en una red de relaciones entre humanos y no humanos.
Ahora bien, para cerrar la parte correspondiente al barro y El Barrial, quisiera reiterar que en la narración el barro y las piedras de lizar son entregados por el dueño de El Barrial. Recordemos que la tecnología, o sea la alfarería, fue entregada a los humanos, no como en la abundante mitología amerindia por serpientes y espíritus femeninos (LéviStrauss, 2008 [1985]: 34), sino por un hombre extranjero.
A pesar de que la elaboración de barro, tanto en Santo Domingo como en el resto del continente, es una actividad predominantemente femenina, el fundador es de género masculino. Además, en este caso el barro se extrae de un espacio que se asemeja a un barranco o a una cueva, por lo que es húmedo y frío, y lo habita un espíritu masculino, que escucha y actúa. Por lo tanto, el barro, como muchas otros “objetos materiales” en las ontologías amerindias, está dotado de cierta subjetividad poseída de una vida social (Santos Granero, 2009: 2). En fin, ambas circunstancias destacan la presencia fundadora de un ser extraño en la comunidad, condición que en otras etnografías sobre colectivos indígenas de Mesoamérica ha sido denominada “alteridad constituyente” (Neurath, 2008).
1 Extracto del ensayo del mismo título, para leer el texto completo visita: https://bit.ly/2EF89rZ
2 Es doctorante del Posgrado en Estudios Mesoamericanos en la UNAM, donde desarrolla una tesis sobre cosmopolíticas y prácticas de conocimiento de los nahuas en el occidente de El Salvador.
Fotos: Wolfgang Effenberger.