Compás en tres tiempos
Cuento de Sofía Alvarado Cortés
Para la familia Reyes Salazar, Marisela Escobedo, Nepomuceno Moreno, Sandra Luz Hernández, Norma Bruno, Miguel Ángel Jiménez Blanco, Luis Abraham Cabada, Brenda Cabada, Cornelia San Juan, José Jiménez Ganoa, Heriberto López Gastelum, Gerardo Corona Piceno, Miriam Rodríguez, y todos los que buscan, a pesar del olvido colectivo y de la memoria desechable entre los que vivimos
Este día Iván se levantó pensando en sus papás. Hace ya un año que no los ve. Extraña mucho a su mamá, tiene miedo de que se le olvide su rostro, o su voz. No entiende por qué no lo llevaron con ellos. Iván nunca había visto tanta tristeza en los ojos de la abuela como cuando se llevaron a su madre.
Esta vez iban caminando a casa en silencio. La mirada de su abuela le parecía de desesperanza y de abatimiento, aunque él no supiera aún el significado de estas palabras. No se veía nada a través de ellos, sólo un vacío que en ocasiones se quedaba fijo, contemplando una imagen invisible que sólo ella podía ver. Iván arrastraba los pies, no quería llegar y otra vez enfrentarse con la casa, con el abandono.
Son muchas veces ya que la abuela ha tragado saliva para no llorar frente a Iván. Este día ella también ha recordado a su hija con esta sopa y ha hecho las tres llamadas que cada día hace para encontrarlos: a la Procuraduría de Justicia, al Centro de atención de personas extraviadas y a la morgue. En los tres lugares ha escuchado voces ásperas, rasposas al oído. En los tres, un No rotundo: No, señora, si sabemos algo nosotros le marcamos; no, los cuerpos que llegaron hoy, no cumplen con las señas particulares de sus familiares; no, las fosas que encontramos aún las están escavando, marque mañana.
Ha viajado por toda la República, ha descubierto fosas clandestinas en las afueras e incluso en los centros de las ciudades, ha ido a la presidencia con un grupo de madres, ha hablado con personas que no sabía quiénes eran y que han respondido con una afirmación compasiva de búsqueda, pero han pasado meses y no se ha sabido nada de ellos. Ha hecho una huelga de hambre. Y nada, siempre nada.
Los No de un año se le acumulaban en la memoria, cada día se levantaba a una pesadilla. Su hija y el esposo de su hija no estaban y no sabía ya a quién, en dónde preguntar por ellos.
Los recuerdos de la abuela
Recuerdo el día en que Adela no llegó a la casa, tampoco Rafael. Se suponía que ellos pasarían por el niño a la escuela, pero nunca pasaron. Cuando Iván preguntó por qué no estaban sus papás, no supe qué decir. Desde entonces no sé cómo explicarle a un niño tan pequeño que busco en la morgue a sus padres. No entiendo. Me pregunto por qué ellos, una y otra vez, como una cinta vieja que se repite, mientras trato de dormir cada noche. Sólo en el sueño encuentro consuelo, cada día despierto en la ausencia. Los vecinos y mis propios hermanos me han dicho que deje de buscar, de obsesionarme con lo que no tiene remedio. ¿Cómo les explico que es mi hija la que desapareció, que es mi nieto el que se ha quedado huérfano?, quisiera preguntarles, ¿hasta cuándo, hasta dónde, hasta qué parte nuestra habríamos de buscar a alguien a quien amamos?
Me han llamado de la Procuraduría, dicen que existe la probabilidad de haberla encontrado. Pensé que el día en que escuchara esto, sentiría un alivio, pero no, esto no ha pasado. Me he quedado muda. Es raro cómo se envejece cuando le quitan a una la vida.
Los recuerdos de Iván
Mi padre, al irse, regaló medio siglo a mi niñez.
Antonio Porchia
Dice abuelita que nací el día más frío del año y que mi cuerpo era un bulto arropado con varias cobijas que asomaban una cara de dos colores. Ser niño es extraño, sobre todo, supongo, si tienes un color del lado izquierdo y otro del lado derecho.
Dice abuelita que un día de otoño, cuando aún el frío era soportable, estuve un largo rato contando las estrellas sobre el cofre del carro de Pancho, y que, de un momento a otro, nadie sabe cómo, resbalé hasta la calle, cortando toda mi pierna izquierda con alguna parte del carro que no recuerdo cómo se llama. Dice que mamá y papá se asustaron mucho, que estuve con yeso por varios meses, pero lo único que recuerdo es el olor a medicina y el dolor que sentí, que era mucho más fuerte que el de mis raspones que siempre traigo en las rodillas.
Dice abuelita que cuando era más pequeño me gustaba caminar descalzo en el patio y llenarme de lodo. Dice que un día Tico me persiguió hasta la esquina de la cuadra porque traía un bolillo en la mano y se lo quería comer. También dice que, cuando era más, más pequeñito, me subía en Tachito, como a un caballo.
Yo no recuerdo muchas cosas, pero a veces, cuando no estoy jugando, me acuerdo de mamá y siento un hoyo en mi panza, como cuando no como. Nadie me dice por qué no están mamá ni papá. Los niños de mi salón son muy malos, dicen que mamá me dejó porque no me quería, que soy un niño gordo sin papás. Yo me aguanto de llorar y luego me enojo mucho y también soy malo con otros niños. Abuelita y la maestra Lupita me dicen que no lo sea, que ese no soy yo, y tal vez tengan razón.
El otro día soñé que mamá venía a la casa y me hacía una sopa riquísima y después me daba un helado de chocolate y reíamos mucho porque Tachito tenía una cara chistosísima de antojo, hasta se sentaba y se acomodaba y se lamía los bigotes. Fue un gran sueño.
A veces me siento a recordar a mamá, a repasar sus fotos una y otra vez, porque temo que desaparezca junto a mis otros recuerdos.
Y a veces, cuando estoy en medio de mucha gente, siento que nadie me ve y cierro los ojos muy, muy fuerte para no llorar. Cuando eso pasa creo que sólo mamá y papá podrían verme y salvarme, llevarme lejos, con ellos.
Sofía Alvarado Cortés.