La decadencia del cine nacional

La decadencia

del cine nacional

 

Recientemente se estrenó en los cines una de las últimas producciones mexicanas, 108 costuras, está demás el mencionar que la película aparte de aburrida tiene evidentes errores en la continuidad y de edición, así como una dirección pésima y de los diálogos ni hablar. No gasten su tiempo en ir a verla. 

De un tiempo para acá el cine mexicano ha estado estancado en un hueco enorme del que parece no va a tener una pronta salida, a pesar de ciertas producciones que salen a flote y no parecen pertenecer a éste grupo de cintas que toman las salas de cine.

Corría el año de 1939 y los Estados Unidos y Europa entraban en conflicto, la Segunda Guerra Mundial comenzaba y los fondos monetarios destinados a la industria del cine en ambos países era ahora usada para la carrera armamentista. Consecuencia de ésto y que las cintas producidas por Estados Unidos eran principalmente bélicas, México tuvo la oportunidad de mostrar a Latinoamérica el cine que se había empezado a dejar de hacer, ese cine de entretenimiento que las grandes productoras habían olvidado.

El Cine mexicano en su Época de Oro, imitó el Star System que imperaba en Hollywood. De esta manera, y a diferencia de otras industrias fílmicas, en el cine mexicano se comenzó a desarrollar el "culto al actor", situación que propició el surgimiento de estrellas que causaron sensación en el público y se convirtieron en auténticos ídolos, de una forma muy similar a la de la industria fílmica estadounidense. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía en Hollywood, los estudios cinematográficos mexicanos nunca tuvieron un poder total sobre las grandes estrellas, y esto permitió a estas brillar de una forma independiente y desarrollarse en una multitud de géneros, principalmente las figuras surgidas en el cine mexicano en la década de los 1950, mucho más versátiles y completas que las de la década previa.

Con el surgimiento de figuras como Pedro Infante, Jorge Negrete, Mario Moreno (Cantinflas), Dolores del Río, María Felix, Pedro Armendariz entre muchos otros, la industria mexicana logró colocar grandes producciones en su haber, cintas que se hicieron del gusto del público tanto mexicano como latinoamericano, mismas que hasta la fecha siguen siendo acogidas por las generaciones actuales, aunque no con el mismo impacto (evidentemente) que el de hace algunas décadas.

Las primeras transmisiones de la Televisión mexicana se iniciaron en 1950. Ese año entró en operaciones XHTV-Canal 4. XEWTV-Canal 2 y XHGC-Canal 5, comenzaron transmisiones en 1952. En pocos años, la televisión alcanzó un poder enorme de penetración en el público, especialmente cuando las tres cadenas se unieron para formar Telesistema Mexicano, en 1955. Para 1956, las antenas de televisión eran algo común en los hogares mexicanos, y el nuevo medio se extendía rápidamente en la provincia.

Las primeras imágenes de la televisión, en blanco y negro, aparecían en una pantalla muy pequeña y ovalada, y eran bastante imperfectas: no tenían la definición y la nitidez de la imagen cinematográfica. Sin embargo, no solo en México, sino en todo el mundo, el cine resintió de inmediato la competencia del nuevo medio. Esa competencia influyó decisivamente en la historia del cine, obligándolo a buscar nuevas vías tanto en su técnica, como en el tratamiento de temas y géneros.

El 15 de abril de 1957 el país entero se estremeció al conocer la noticia de la muerte de Pedro Infante. Con él, simbólica mente, moría también la época de oro del cine nacional. Poco o nada quedaba ya de aquellos años de esplendor. El cine mexicano experimentaba a fines de los cincuenta una inercia casi completa. Las fórmulas tradicionales habían agotado ya su capacidad de entretenimiento; comedias rancheras, melodramas y filmes de rumberas se filmaban y exhibían ante un público cada vez más indiferente. Hasta Emilio Fernández, el director más importante de la época, comenzaba a repetir sus filmes con otros actores pero con los mismos temas. A fines de los cincuenta, la crisis del cine mexicano no era solo advertible para quienes conocían sus problemas económicos: el tono mismo de un cine cansado, rutinario y vulgar, carente de inventiva e imaginación evidenciaba el fin de una época.

Luego del evidente resentimiento por la llegada de la televisión, el cine nacional necesitaba reinventarse, y fue con ello que llegaron las míticas películas de luchadores en las que veíamos a Blue Demon o a El Santo luchar contra seres extraños malévolos y salvar al mundo, lo cual, serviría de ventana al mundo para mostrar otra parte de la cultura que el mexicano tiene bien arraigado, la Lucha Libre. 

Con la apresurada recuperación de territorio que tenía la industria de Hollywood, el cine nacional necesitaba encontrar de nuevo esa fórmula que durante la época de Oro tanto había servido. Fue con la llegada del Cine de Ficheras, el Cabrito Western y demás filmes que pudieran quedar en el olvido muy pronto que el cine nacional trataba de mantenerse en el gusto de los espectadores mexicanos, pero con grandes joyas del cine de los 80 y 90, fue sumamente complicado mantenerle el paso a Estados Unidos, tanto en calidad como en tecnología.

Al asumir la presidencia de México en 1982, Miguel de la Madrid Hurtado heredaba un país sumido en la más profunda de las crisis económicas y sociales. El gobierno mexicano se olvidó casi por completo del cine, una industria poco importante en tiempos de crisis. Si la producción cinematográfica mexicana no se extinguió en esos años, fue debido al auge de la producción privada —plagada de ficheras y cómicos albureros— y por las escasas producciones independientes, que encontraron en el sistema cooperativo la forma de producir escasas muestras de cine de calidad.

Para el público mexicano de los noventa, títulos como La tarea (1990), de Jaime Humberto Hermosillo; Danzón (1991), de María Novaro; Sólo con tu pareja (1991), de Alfonso Cuarón; Cronos (1992), de Guillermo del Toro, o Miroslava (1993), de Alejandro Pelayo, poseyeron un significado de alta calidad, muy distinto al que se le atribuía al cine mexicano pocos años antes. Las nuevas películas mexicanas hicieron que el cine volviera a formar parte activa de la cultura de México. En general, el cine mexicano experimentó un feliz reencuentro con su público. La asistencia a las salas de cine para ver películas mexicanas aumentó considerablemente entre 1990 y 1992. La renta de estas mismas películas en video sobrepasó las expectativas de los distribuidores.

En México, existen (según una nota periodística aparecida en el periódico mexicano El Economista del 9 de febrero del 2016, un total de 6.011 salas de cine, de las cuales 2.541 son propiedad de Cinemex (42.3 por ciento del mercado), 3.037 pertenecen a Cinépolis (50,5 por ciento del mercado) y 433 son independientes (Cinemagic, Henry Cinemas y Citicinemas, entre otros, que en conjunto representan el 4.1 por ciento del mercado).

Según la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica de este país (Canacine), México tiene el cuarto lugar en el mundo, según la cantidad de boletos vendidos, y el décimo, según los ingresos en el mundo. En el 2015, la asistencia al cine por habitante 16 por ciento (2,5 veces). La taquilla mexicana total creció 14,8 por ciento en un año, en comparación con el 6 por ciento del crecimiento de la taquilla internacional. En el 2015, se exhibieron en la cartelera comercial 85 de las 140 películas producidas, según el Imcine. Sin embargo, sólo tres películas mexicanas obtuvieron más de 100 millones de pesos. De las películas estrenadas en México, 85 (18,5 por ciento) fueron mexicanas, 192 fueron estadounidenses y 182 fueron de otros países.

El Imcine apoyó en el 2015 a 140 películas (documentales, animaciones y ficción) con un presupuesto total de 750 millones de pesos mexicanos, a través del Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine), del Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (Fidecine) y el Eficine. Un problema constante en la exhibición de las películas mexicanas es el hecho de que la mayoría no permanecen en la cartelera comercial más de dos semanas, debido a lo cual obtienen pocos ingresos y la recuperación de la inversión del Estado en el cine es poca.

Ahora bien ¿De quién es la culpa? ¿Por qué las productoras no nos ofrecen (en general) un buen trabajo? Pareciera que a las casas productoras y a los directores no les importara mucho el producto final a mostrar, pues, muchos de los fondos que se destinan para las películas hechas en el país vienen de nuestros impuestos. Si, nosotros pagamos por No manches Frida 1 y 2. 

Tal parece que la falta de compromiso por parte de los guionistas y directores al no querer llevar historias nuevas al cine es una tendencia, desde remakes innecesarios y espantosamente malos, claro ejemplo la cinta Como si fuera la primera vez, un remake por más nefasto de la cinta protagonizada por Adam Sandler "50 First dates" la cual si bien no es una eminencia, es una cinta que logra entretener y maneja un humor más o menos decente (la original obviamente). 

Pero la culpa no sólo es de ellos, también del público que sigue consumiendo éste producto, ejemplo claro es que No Manches Frida 2 es una de las películas más taquilleras de la historia del país en su primer fin de semana, cosa triste. ¿Estamos acostumbrándonos a recibir basura? O a caso el mexicano no está preparado para apreciar el cine artístico, ese cine que cuenta mucho entre líneas y a primera vista deja ver muy poco del mensaje original en lugar del cine vulgar y de humor corriente que se está presentando de un tiempo atrás, repito, salvo pequeñas excepciones.

El apoyo igualmente a películas por parte de las oficinas gubernamentales es crítico. Claro ejemplo es el caso de la aclamada ROMA de Alfonso Cuarón. El presupuesto para la cinta fue dado enteramente por una productora privada (Netflix) y aunque las recaudaciones de ésta cinta no se han hecho públicas, al día de hoy a casi un año de su estreno, es una cinta que puede seguir siendo vista (de forma legal) a diferencia de muchas de las estrenadas el año pasado. ¿A qué pretendo llegar? Pareciese que los directores mexicanos únicamente realizan cintas para recibir un recurso, que evidentemente no se ve reflejado en el producto final.

Si bien el cine nacional nunca ha sido precisamente el mejor del mundo, hubo un tiempo en el que se respetaba por mercados internacionales, y sobre todo, se respetaba a sí mismo, existía un amor propio hacia el cine. Tal ves la televisión abierta y su contenido mayormente basura sean responsables también de la decadencia de nuestra filmografía. Hoy vemos las cintas como Los Olvidados de Buñuel, Amores Perros de Iñárritu como esas cintas que son prácticamente de culto para el amante del cine. Muchos vimos a Roma como una llamada de atención para los productores y guionistas, como una luz que recompusiera el camino del cine nacional, pero evidentemente no ha sido así. Tristemente.

Hoy la industria filmográfica nacional se encuentra por los suelos, con cintas más que deprimentes por su baja calidad, su humor estúpida e innecesariamente vulgar, pésimas direcciones, malas actuaciones y abandono del compromiso por hacer algo medianamente decente. Hoy la industria filmográfica nacional pareciera que pretende burlarse de la inteligencia de la persona que va a la sala de cine y paga por ver un producto hecho en su tierra, pero lo que nos dan es menos que basura, y de la que tiene gusanos, y apesta.

Tal vez con el tiempo nuestro cine recobre el lugar que debería tener, ese que en los años 50 tuvo como un de los productos de mayor calidad en el mercado y podamos volver a disfrutar de cintas magistrales como muchas de la época del cine de oro de nuestro país. Pero por lo tanto, tendremos que seguir viendo fiasco tras fiasco cada semana en las salas del país.

 

ivan@adncultura.org