Literatura Guerrerense: Luis Ricardo Palma de Jesús

LLAMAN AL TELÉFONO

 

 

 

Lucy y Lalo juegan en el patio de la terraza. Luego de unos instantes suena el teléfono. Lucy, por ser la mayor, tiene autoridad de contestar el auricular. Se levanta de prisa, baja a la primera planta y contesta:

—Bueno…

—Hola, buenas noches —responde una voz de hombre.

—Sí. ¿A quién busca? —pregunta Lucy.

—¿Hay alguien mayor en tu casa?

—No, no hay nadie. Madre aún no llega del trabajo.

La voz del hombre se detuvo un momento.

—¿A qué hora llega el señor Javier?

—¿El señor Javier? Aquí no vive ningún señor que se llame Javier.

El hombre detiene su voz y ríe.

—¿De qué se ríe, señor? Le digo que aquí no vive ningún Javier.

Del otro lado, la risa del hombre comienza a tomar más fuerza.

Lucy se despega un poco del auricular. Lalo, desde arriba, le grita que se apresure. El hombre se ríe más fuerte, hasta convertirse en una carcajada. Lucy, sin pensarlo dos veces, cuelga el auricular. Piensa que la llamada pudo haber sido una broma. Sube de nuevo, y cuando se sienta para jugar, el teléfono suena otra vez. Lalo le dice que no baje y que mejor encienda las luces de la entrada de la casa.

La madre de los dos pequeños trabaja en un hotel cerca de la costera. Es una mujer divorciada que pasa más de ocho horas en la recepción para poder alimentar a sus hijos. Ella tiene la costumbre de platicar con los pequeños, de advertirles que no le abran la puerta a nadie, que enciendan las luces de la entrada de la casa cuando oscurece, y que calienten la cena; también les platica sobre los beneficios de cepillarse los dientes antes de dormir y de tomar un vaso con agua después de tomar los alimentos. De modo que los pequeños realizan sus actividades casi de memoria, y después de jugar guardan los juguetes en el armario. Pero ese día en que sonó dos veces el teléfono, las cosas iban a ser diferentes.

Lucy baja las escaleras y mira el teléfono. Sigue sonando. Duda en contestar. Siente cómo el timbre se le mete en los oídos. Ya había tardado demasiado como para ser una broma. Levanta el auricular.

—Bueno…

—Lucy, soy Alondra. No podré llegar temprano a casa. Me acaban de pedir que doble turno. La chica encargada no va a venir. ¿Todo bien en casa?

—Sí, mamá. Entonces, ¿a qué hora llegarás?

—No lo sé. Posiblemente al otro día, muy temprano.

—Ay, mamá, ¿tan tarde?

—Sí, hija. Hay mucho turista y alguien debe cubrir el trabajo.

—Está bien, mamita.

—¿Qué pasa? No te me pongas triste.

—Es que, hace rato marcaron al teléfono. Pensé que eras tú. Pero no. Era la voz de… de un señor, ya grande, que buscaba a alguien que se llamaba Javier. ¿Tú conoces a algún Javier?

—¿Javier? Ammm… no. No conozco ningún Javier. ¿Qué te dijeron? ¿Acaso te pidieron información?

—No, nada de eso. Pero me dio mucho miedo porque no entendía qué era lo que quería. Como no supe quién era Javier, el hombre comenzó a reírse.

—Posiblemente se equivocaron de número. No te preocupes. ¿Ya encendieron las luces?

—Ya. Hace rato Lalito y yo las encendimos.

—Ahora cenen y no se olviden de cepillarse los dientes.

—Sí.

—Nos vemos al ratito.

Lucy cuelga el auricular y mira a través de la ventana cómo un árbol se mueve por el viento que salpica las hojas. Sube las escaleras y, antes de llegar a la terraza, mira que Lalo está hablando. Él juega con los osos de peluche, haciendo como si platicara con alguien a quien conoce desde hacía tiempo. Lucy se inmuta. Camina lento, ocultándose en la pared. Es la primera vez ve a Lalo así. Y le extraña porque la mayor parte del tiempo la pasan juntos, salvo en la escuela; pero comen juntos, duermen en la misma habitación, comparten los mismos juguetes. Y en ningún momento ha presenciado algo similar. Así que sin pensarlo dos veces decide que eso no fuera más lejos.

—¿Lalito? ¿Con quién hablabas?

—Con nadie.

—Pero si yo te vi que estabas hablando.

—No, no estaba hablando. Sólo jugaba con el oso.

—Lalito, no me mientas. Sabes que no es bueno decir mentiras.

—No, hermanita, no te miento.

—Está bien. Te creo. Pero sabes que no debes decir mentiras, ¿verdad?

—Sí.

—Bueno, está bien.

—¿Quién era?

—Era mamá. Dijo que no podrá llegar esta noche.

—¿Dormiremos solos?

—No, Lalito. Mamá nos cuida.

—Ya tengo hambre.

—Yo también. ¿Te parece si caliento la cena mientras tú me ayudas a levantar los juguetes?

—Sí.

—Muy bien. Te espero abajo, en el comedor.

—Sí.

Lucy hace como si bajara las escaleras; pero se oculta tras la pared y ve que Lalo, de nuevo, habla. Mira, tratando de no ser descubierta. Después se da cuenta que no hay nadie más. Lucy se siente mal al pensar que su hermano le oculta algo, y baja las escaleras, hasta llegar a la cocina. Lucy saca del refrigerador la comida y la calienta en el microondas. Mira por la ventana la oscuridad, la noche templada que inunda toda la cuadra. Y es cuando se da cuenta que una luz está apagada. Es la que está arriba de la ventana, la que da a la calle. Sale a la puerta principal y la enciende. Regresa de nuevo a la cocina y ahora una bola de luz se mete por los cristales. Cuando el microondas suena, Lucy toma con cuidado el guante y saca la comida. Le grita a su hermano para que baje a la cocina. Encienden la televisión para ver los Simpson.

Antes de levantar los platos de la cena, el teléfono suena otra vez. Lucy escucha el timbre, como si fuera un sonido familiar, y mira a Lalo, que desde abajo le lanza una mirada de niño indefenso.

—¿Vas a contestar?

—Sí. Supongo que ha de ser mamá.

—Pero ya es muy noche.

—Sí, pero pudo haber pasado algo.

—No vayas…

—Sí, iré. Mientras vé a dejar los platos a la barra.

—Sí.

Lucy camina hacia la sala y mira el teléfono. Sigue sonando como si fuera la primera vez. Levanta el auricular.

—Bueno…

La voz de Lucy tiembla un poco, como la luz decrépita que se desprende del techo.

—Bueno… —insiste Lucy.

—Hola de nuevo —responde la misma voz de hombre.

—Diga, ¿qué es lo que quiere?

Lucy trata de no alterarse.

—Busco al señor Javier.

—Ya le dije que aquí no vive nadie que se llame Javier.

—Pero él me dio este número de teléfono.

—No sé. Pero aquí no vive nadie con ese nombre.

—¿Hay alguien mayor en tu casa?

—No, no hay nadie.

—Entonces, ¿con quién vives?

—No le puedo dar información.

El hombre suelta una carcajada. Lalo, desde la puerta, observa a su hermana. Intenta decirle que cuelgue el auricular. Pero no puede. Baja la mirada y se sienta en el piso. Después, sube las escaleras y entra en la habitación. Lucy aún sigue en el auricular. Aquella llamada ha cambiado el color de la noche.

—Entonces, pásame a tu mamá.

—Mi mamá no está.

—Llamaré más tarde.

—No llame. Ya le dije que aquí no vive ningún Javier.

Ilustración por Alan Tostado
Ilustración por Alan Tostado

 

Lucy cuelga el auricular. Piensa que eso no era una broma y, para ser una equivocación, ya ha sido el colmo llamar dos veces al lugar equivocado. Mira alrededor, buscando a su hermano; pero no lo encuentra. Llama una vez. Nada. Apaga la luz de la sala y sube las escaleras. Cuando entra en la habitación, mira a Lalo acostado.

—Te dije que no contestaras.

—Lo sé, Lalito; pero pudo haber sido mamá.

—Te dije que no lo hicieras.

—Ya, Lalito.

—Mejor hay que dormir.

—Sí, mejor hay que dormir.

Antes de apagar la lámpara de la cómoda, el teléfono suena.

—No vayas a contestar, Lucy.

—Pero… ¿y si es mamá?

—No contestes.

—Es que… puede ser mamá, Lalito.

—No contestes.

El timbre del teléfono se apaga.

—¿Y si era mamá?

—No era ella, Lucy. Mejor hay que dormir.

—No podré dormir.

—¿Por qué?

—Porque no sé quién era ese hombre que llamó al teléfono.

—¿Qué te dijo?

—Que le pasara a un tal Javier. Y yo no conozco a ningún Javier.

—Tampoco conozco a ningún Javier.

—Pensé que era una broma. Cuando mamá llamó le conté. Me dijo que no me preocupara.

—Mamá tiene razón. No tienes por qué…

—¡Otra vez el teléfono! Tengo que contestar.

—No contestes. Ha de ser ese señor.

—Pero puede ser mamá.

—No lo hagas. No me quiero quedar aquí solito.

—Entonces, bajemos los dos.

Sin dudarlo, Lalo baja con Lucy las escaleras. Cuando levanta el auricular, ya habían colgado. Ambos se miran a los ojos.

—Enciende la luz.

—¿Apagaste la que está afuera, arriba de la ventana de la cocina?

—No. Cuando calenté la cena la encendí.

—Está apagada.

—No puede ser. Si yo la prendí.

—Mira, ven…

—Pero… no… si yo la…

—¡Ay! ¿Qué fue eso?

—No sé. Creo que alguien… en la puerta.

—Voy a apagar la luz.

—Shhh… espera. Con cuidado, Lalito.

—Qué fue eso… sentí mucho miedo.

—No sé. Mejor subamos despacio las escaleras y nos encerramos.

—Pero…

—No tengas miedo...

Lucy toma de la mano a Lalo y pasan por la cocina. La luz del foco ha muerto. Suben lentamente las escaleras y de nuevo se escucha un golpe en la puerta principal. Lalo trata de gritar, pero Lucy le tapa la boca con las manos.

—No grites, Lalito.

Lalo está con los ojos abiertos, mirando hacia la nada.

—Vamos a la habitación.

Lucy sube a Lalo a la cama y le dice que se calme, que ella va a bajar a la sala para ver qué es lo que sucede.

—Tengo miedo. No me dejes solo.

—No tengas miedo. Dejaré encendida la lámpara.

La puerta principal emite un ronquido; de la madera se desprende un sonido áspero. Lucy trata de bajar sin hacer ruido. Piensa en llamar a su mamá al hotel. Se acerca al teléfono mientras el ruido, afuera, se mezcla con la noche en una espesa negrura insondable. Marca.

—Buenas noches —dice Lucy— me puede comunicar con la señora Alondra. Habla su hija.

—En estos momentos no puedo comunicársela —responden del otro lado del teléfono, mientras otro golpe nace de la puerta.

—Es urgente, por favor.

—Lo siento, no puedo. Marque en unos diez minutos.

—Muchas gracias.

Lucy mira cómo la puerta está ahí, ahora callada, apenas golpeada por la fuerza del viento. El silencio habita de nuevo la oscuridad de la casa y ella se siente aliviada. Espera un momento más hasta que ya no hay golpes. Se asoma por la ventana: la noche parece un inmenso lago escuro en cuyas profundidades duerme el silencio. Sube las escaleras y ve a Lalo ahí, sentado en la cama.

—¿Qué era ese ruido?

—Era el viento, Lalito.

—No es cierto.

—Sí, Lalito. Mejor hay que dormir.

—Pero no era el viento. El viento no tiene brazos como para golpear la puerta.

—Era un viento muy fuerte.

—Tengo miedo.

—No te preocupes. Mejor hay que dormir porque mañana tenemos clases.

—Está bien.

Lucy tapa a su hermano con la sábana y apaga la luz de la lámpara. Ella se acuesta, también, mirando por la ventana la luz de la luna. Esa noche es diferente a todas las noches anteriores. No sabe en qué momento se queda dormida. Al día siguiente, la alarma la despierta.

—¿Y mi mamá? —pregunta Lalo.

—Supongo que habrá llegado cansada. Ha de estar en su habitación.

—Ya fui a ver y no está. Tampoco en la sala.

—Qué raro.

Lucy se levanta y se asoma en la habitación de su mamá. Nada. Sólo el eco del viento. Baja a la sala y marca al hotel. Suena.

—Buenos días, disculpe, ¿la señora Alondra sigue trabajando?

—No. Ella salió a las cuatro de la mañana.

—Pero, no está en casa.

—Entonces, no lo sé, pequeña.

—Bueno, muchas gracias.

Lucy cuelga el auricular. Recuerda que su mamá le dijo que llegaría al día siguiente. Cuando Lucy sube las escaleras, el teléfono suena.

—Bueno…

—Buenos días. ¿Son familiares de la señora Alondra?

—Sí…

—¿Hay algún mayor en tu casa?

—No, no hay nadie más. Yo soy la mayor.

—Hablamos del ministerio público. La señora Alondra fue asesinada afuera del hotel Playa Suites…

Lucy queda helada. Lentamente baja el auricular y dijo “no, esto no puede ser. Esto sí es una broma”.

Lalo baja las escaleras y le pregunta a su hermana qué pasa. Lucy está ida, en la llamada telefónica, en las palabras del ministerio: Alondra asesinada.

—Qué pasa, Lucy…

—Nada, Lalito. Otra vez se equivocaron de número.

—¿Por qué no llegó mamá?

—Lalito, sólo era una broma, no te asustes.

El teléfono suena por última vez.

—Contesta, Lucy. Puede ser mamá.

—No, Lalito. Mamá está bien. Sólo es una broma. Se equivocaron de número.

—Lucy, contesta. Puede ser mamá.

—No, Lalito. Mamá está bien. Se equivocaron de número de nuevo… *

 

 

 

* Este cuento forma parte del libro Las maneras de conjugar la muerte (Libro ganador del Programa Editorial 2016 Cuarta Edición, Secretaría de Cultura de Guerrero)

 

 

 

Luis Ricardo Palma de Jesús
Luis Ricardo Palma de Jesús

Luis Ricardo Palma de Jesús (Acapulco, 1990)

Es licenciado en Literatura Hispanoamericana y Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma de Guerrero. Inició su formación con el taller impartido por Patricia Laurent Kullick. Obtuvo el Premio Estatal al Tercer Lugar de Ensayo organizado por CONACYT (2014), el XVIII Premio Estatal de Cuento y Poesía María Luisa Ocampo (2016) y ganador del Programa Editorial de la Secultura con el libro de cuentos Las maneras de conjugar la muerte (2017). Ha sido corrector de estilo en la Revista de Humanidades de Rojo Siena Editorial y ha publicado cuentos en las revistas Revolución, Revista Asalto y Círculo de poesía y el libro de cuentos El sueño que no era, editorial Praxis. Becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Guerrero (PECDAG, 2015) y del Programa Los signos en rotación dentro del Festival Cultural Interfaz 2017.