Red de Letras | Olla molera
Mi olla molera se quebró y supe que mi Jacinto se me iba a morir. Me levanté temprano para hacerle su mole a mi viejo, pero me faltaban los cacahuates; entre tanta cosa que lleva el mole se me retepasó comprarlo. Así que me bajé al mercado. Ya’stando ahí compré otras cositas; que su mezcal, que su aguardiente, que más bolillo, que tantita jamaica, hasta un mantelito para la mesa compré. Pa’ que se viera bonito y mi viejo estuviera feliz.
Después, me regresé a la casa. Saqué las cosas de mi bolsa del mandado y empecé a juntarlas todas sobre la mesa de madera en la cocina, habrían sido como las 8 de la mañana porque el piar de los pollitos del vecino de junto ya se escuchaba en la casa y el olor a café comenzaba a salir de las ventanas; “le tocó buen día para cumpleaños a mi viejo, domingo pa’ poder levantarse tarde”, pensaba mientras metía el pollo en la cazuela con agua, junto con media cebolla y un diente de ajo.
Pasó un rato y mi viejo no se levantaba, ya había terminado de asar las tortillas y el bolillo. Ya hasta el pollo estaba cocido, según yo, ya hasta olía rico y mi viejo no se levantaba; me puse nerviosa.
De repente, en todo el cuerpo se me metió el miedo. Mi piel sintió un recorrer frío, la parte baja de mi espalda se tensó y en mi pecho se arremolinaban todas mis ganas de llorar; pero me calmé y mejor me puse a moler. Mientras molía, recordé que mi viejo me había dicho algo del compadre Ignacio, segurito se había ido con él antes que yo llegara del mercado, ¡Porque si es para la bebedera no conocen de horas! Pero era el cumpleaños de mi viejo, de mi viejito, de mi Jacinto, estaba contento de cumplir otro año y ni modo que me enojara porque ya se había ido a festejar. Además, así estaba mejor, así no tendría que darle de almorzar, ni él tendría tiempo de enojarse conmigo por el mantelito que compré, así no tendríamos que pelear otra vez, ni tendría que luchar por quitar sus manos de mí. Así estaba mejor.
La leña crujía, el fuego estaba listo, el aroma a chiles reinaba en la casa, la manteca esperaba por ser puesta pero la olla molera que había ocupado en la noche nomás no aparecía. La busqué dentro de la cocina, debajo de la mesa, en los trastes sucios y limpios, nada. Me asomé afuera en el lavadero, tampoco estaba; busqué por todos lados de mi pequeña casa y cuando mi mirada llegó a la entrada del cuarto, de golpe todo el miedo del mundo se guardó dentro de mí. Me quedé tiesa, fría, fría; por más que intentaba no podía llegar a la cortina del cuarto para saber si otra vez me estaba enloqueciendo, como decía mi viejito. El único sonido que alcanzaba a distinguir eran los quejidos de la leña que ardía con la misma intensidad con la que mi corazón palpitaba, igualito que en la noche anterior, cuando mi Jacinto llegó a la casa después de estar con el compadre Ignacio. Quería que le diera de cenar pero yo nomás quería dormir, ya era tarde y me tenía que levantar temprano por unos cacahuates que se me había olvidado comprar; no le gustó que le contestara, menos que no me dejara pegar. De las greñas me sacó del cuarto y me arrastró a la cocina, gritó que le sirviera y aprovechó mi cuerpo en el piso para darme una patada en las costillas. Como pude, me levanté y puse a preparar arroz mientras trataba de llorar bajito, mi viejo se metió al cuarto para cambiarse. Pasó el tiempo y no salía, “segurito se quedó dormido, descansando, por eso no ha salido a pegarme aunque siga llorando” pensaba mientras buscaba dos trapos.
Con el calor del recuerdo y de la cocina, se me había soltado el cuerpo, por fin pude llegar a la cortina del cuarto. Al abrirla encontré a mi Jacinto, seguía dormido mi viejo, nomás que bañado en sangre, trocitos de barro y arroz crudo; también encontré mi olla, estaba sobre mi Jacinto, nomás que estaba toda quebrada igual que la cabeza de mi viejito.
Marianela Fiesco
Nació en el árido pueblo de Cuaxoxoca, Estado de México, pero, florece en el bellísimo puerto de Acapulco. Amante de los diminutivos, la cotidianeidad y de la nieve de mango. Crece rodeada por libros e interesada en la lectura, pero no es hasta el taller de creación literaria, Red de Letras Acapulco 2019, que comienza a dar sus primeros pasos en la escritura, logrando presentar sus textos en eventos como el II Festival del Libro Acapulco Paralibros Papagayo 2019 y La Semana de las Mariposas en el Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados, además de lecturas grupales.
A su vez, colabora en la difusión cultural del puerto de Acapulco, a través de ADN cultura.
Estudió Comunicación y Relaciones Públicas en la Universidad Español, ha sido parte de los talleres de creación literaria “Red de Letras 2019”, impartido por Edgar Pérez, Lauri García, Miryam Orva y Ángel Vargas; y del taller de ensayo literario “Acapulco en su Tinta 2019”, impartido por Ingrid Solana.
Su interés en otras disciplinas referentes al arte la han llevado a tomar lugar en el módulo de “Arte Público” en el Programa Educativo de Arte Contemporáneo Acapulco, impartido por Larisa Escobedo y en el taller intensivo “Desarrollo de propuestas relacionales, acciones y activaciones”, impartido por Andrea Ferreyra.