De los primeros recintos que uno identifica al crecer es el baño, siempre estará uno ligado a esa íntima recepción del despojo y del misterio de observar cómo una materia orgánica se desaparece en un inodoro cualquiera, cómo el agua hace lo suyo, la corriente, el remolino que vira siempre a la derecha como un torbellino secreto que se lleva lo que casi nadie quiere ver, esa olorosa evidencia que todos dejamos al llegar a la tierra y que de una u otra manera nos relaciona a todas y todos en un ejercicio universal que nadie puede eludir. El inodoro -también llamado trono- es un refugio al que todos acudimos, un campo de exterminación orgánico, un lugar en donde se flexiona y a veces se reflexiona sobre diversos asuntos estéticos, telenovelescos, éticos-etílicos, cognoscitivos o extraterrestres.