Huerto en casa: agricultura del futuro

Huerto en casa: agricultura del futuro

“Llego la hora de cultivar nuestros propios alimentos”

 

 “El mayor cambio que debemos hacer
 es el consumo y la producción,
 aunque sea a pequeña escala,
en nuestros propios huertos.
Si solo el 10 por ciento
de nosotros hace esto,
hay suficiente para todos”.
 
Bill Mollison

Hoy en día, no sólo el estado de Guerrero, sino gran parte del territorio mexicano y del mundo, están marcados por una oleada de crisis muy peculiares, con perturbadas aristas: alimentarias, ecológicas, climáticas, energéticas, económicas, sanitarias, entre otras, que no pueden abordarse por separado, ya que estos problemas están conectados uno del otro, es decir, cuando uno de estos problemas empeora, los efectos se despliegan en un todo, de arriba hacia abajo, como una mancha de aceite. En tal sentido, la pandemia sanitaria ocasionada por el virus Sars-CoV-2, denominado Covid-19, ha expuesto la vulnerabilidad de los actuales sistemas de producción industriales y los efectos sobre la agricultura familiar, y esto nos revela cuánto está ligada la salud humana y no humana, alimentación, producción y equilibrio ambiental y ecológico. Por lo tanto, se necesita con urgencia transitar hacia alternativas agroalimentarias que estén adaptadas a los contextos locales. Sin duda la pandemia es un llamado de atención que nos lleva a repensar desde lo local nuevas acciones estratégicas de relacionarnos con el entorno. Los tiempos turbulentos exigen respuestas rápidas a la actual crisis sanitaria, plagada de temores y emociones encontradas que mutan hacia una esquizofrenia social aberrante.  

La implementación de huertos familiares en casa, representa un modo viable ante la pandemia, producir alimentos -verduras y frutas frescas- a escala local y familiar en la zonas rurales y urbanas/suburbanas, revitaliza la organización (con las medidas pertinentes) y la relación entre campo/ciudad. Esto puede ayudar a explorar los vínculos entre el huerto y la salud humana, demostrando que la forma en que se practica la agricultura urbana familiar, favorece al sistema inmunológico, fortalece e incrementa nuestras defensas de manera natural, prevé problemas de alimentación y sanidad en estos momentos de contingencia.

Huerto en casa 1
Jitomates frescos recién cortados del solar o traspatio familiar en La Lima, municipio de Coyuca de Benítez. Guerrero. Foto: Marcos Cortez


Alimentación: antes y durante la pandemia

Antes y durante la crisis sanitaria la población guerrerense incorpora cada vez más a su dieta alimentos chatarras con un alto consumo de azúcares y grasas. Los niños y jóvenes son quienes más los consumen, afectando a 8 de cada 10 en edad escolar.[1] La comida chatarra como: embutidos, endulzantes, jugos embotellados y una variedad de frituras con alto nivel en calorías vacías,[2] trajeron otros males, que se convirtieron en dependencia y compra de alimentos, poca producción y consumo de alimentos tradicionales nutritivos elaborados en casa.

Dentro de los alimentos básicos (energéticos) promedio destacan: las tortillas de maíz amarillo y blanco, azúcar, arroz, galletas, aceites y pan de dulce. La fuente de proteínas (formadores) está representada principalmente por el frijol, pescado, queso, carne de gallina y huevo. Las frutas y verduras (protectores) las consumen en lo mínimo, pues únicamente aparecen: el chile, cebolla, jitomate y el consumo de frutas de temporal. A pesar del hecho de que la población puede alimentarse de diversas especies de plantas comestibles, la dieta de la mayoría de las personas se compone de 3 cultivos principales, como maíz, frijol y arroz que proporcionan 70 por ciento de las calorías consumidas. Sin embargo, el 80 por ciento no tienen acceso a suficientes calorías para alimentarse y padecen hambre oculta, ya que su ingesta y absorción de vitaminas y minerales son demasiado bajas para mantener una buena salud y desarrollo.

Con la pandemia, dicha situación ascenderá rápidamente y se observará de inmediato en la falta de alimentos -nutritivos, suficientes y de calidad- principalmente en la zona urbana/suburbana. Las acciones del gobierno federal y estatal contra la pandemia, por ahora se centralizan en el sector salud, situación que es una réplica en las regiones mediante brigadas de concientización y sanitización, entrega de cubre bocas y equipamiento sanitario preventivo en hospitales, -búsqueda de soluciones externas que nos salve-. Mientras que la cuestión alimentaria que también es un escenario de primer orden, sólo prevalece la distribución de despensas y la reactivación de comedores comunitarios, sin contemplar que la era post COVID-19, se estima una escasez de alimentos en todos los rincones del estado de Guerrero, y no deberíamos optar por la importación y dependencia de alimentos, sino darle prioridad a la producción, compra y venta local de alimentos y encaminar políticas públicas afín a cada contexto rural y urbano (Cortez, 2020). De igual manera, proporcionar información a la población sobre los alimentos basura, como los productos ultraprocesados y refinados -su eliminación de las dietas ante futuras pandemias, cuyos daños están ampliamente comprobados-, que son los primeros que destruyen nuestras defensas inmunes, y la eficiencia de nuestro sistema inmunitario depende estrechamente de la calidad de los alimentos que consumimos. 

El huerto 2
Reinventar espacios en casa (techos y respaldos de bardas) para la producción de alimentos sanos y cercanos. El Pedregoso, Acapulco de Juárez. Foto: Marcos Cortez


Las fisuras del sistema agroalimentario

Ante el inminente cierre de fronteras entre países, los gobiernos imponen el bloqueo de ciudades enteras para evitar la propagación del virus. En comunidades ponen filtros y cierran puertas a foráneos que no pertenezcan a su núcleo agrario. Estas medidas preventivas han bajado la efervescencia de los mercados circunvecinos, ya que un gran número de campesinos de comunidades rurales de la parte media y alta de las regiones de Guerrero, han optado por no bajar a vender sus excedentes en las cabeceras municipales, sino dejarlos como reserva alimenticia, asegurando su autoconsumo familiar como medida anti-contingencia (además de aliviar el temor de posibles contagios al retorno a sus comunidades). Escenario que complica el abastecimiento de cultivos frescos de temporal en las poblaciones urbanas, y abre la puerta a la venta masiva de productos de baja calidad en los grandes consorcios comerciales perpetuados en todo el país.

Pero la fragilidad del sistema agroalimentario globalizado se vuelve muy evidente y algunas restricciones comerciales podrían delimitar la aglomeración de alimentos importados. No obstante, esta situación se recrudece más en países como México que se convirtió en uno de los principales importadores de variados alimentos, y está a merced del chantaje alimentario, principalmente por el gobierno de Estados Unidos, alcanzando importaciones de 50 por ciento de los comestibles que consume y es el segundo país importador de alimentos después de Japón. Una nación debería producir 75 por ciento de los alimentos que consume para no sufrir dependencia alimentaria (Gómez y Xantomil,2018).

Existe una necesidad urgente de promover nuevos sistemas agroalimentarios locales para garantizar la producción de alimentos abundantes, saludables y accesibles para una creciente población humana urbanizada. Y en este caso particular, la agroecología [3] puede contribuir a la agricultura urbana y nutrición local, mediante la producción de alimentos caseros de forma estratégica para mitigar los embates pandémicos futuros. La agricultura urbana se concibe como una alternativa sostenible importante para mejorar la seguridad alimentaria en comunidades y colonias que rebasan los 2000 habitantes en los diferentes municipios. La producción de hortalizas y frutas de temporada pueden mejorar utilizando principios agroecológicos, [4] contribuyendo así al autoabasto de alimentos y a la nutrición de las familias a nivel local, y darle la oportunidad a nuestro cuerpo, -verdadera locomotora de curación, pero además a nuestro cuerpo colectivo- incrementar nuestra reserva mineral necesaria para la inmunidad, y sea una de las tantas formas de prepararse para la pandemia que llegó para quedarse por un largo tiempo entre nosotros. La producción urbana de alimentos se ha duplicado en otros países en la última década, y esta tendencia continuará a medida que las personas se den cuenta de que, en tiempos de crisis, el acceso a los alimentos producidos localmente es una estrategia consciente y resiliente, y no sólo una moda o tendencia. 

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Los contenedores de pet, macetas y jardineras son alternativas que están implementando familias urbanas para la producción de alimentos en casa. Foto: Marcos Cortez.
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El huerto tradicional y el sistema inmunológico

La producción de alimentos es un acaecimiento cultural prehispánico, cuyas características son resultado de una gama de factores que la Madre Tierra nos ofrece, de acuerdo con sus bondades de cada área geográfica determinada. Desde tiempos remotos, el sistema agrícola como el huerto o solar enriqueció la base alimenticia del maíz al agregar a las dietas las proteínas de origen animal, frutas, verduras y tubérculos; esto ocurrió por que dicho sistema surgió en condiciones socioambientales biodiversas y es considerado un sistema mesoamericano ancestral junto a la milpa. Por ello, esta acción propone retomar nuestra historia milenaria y aprovechar el tiempo de confinamiento para iniciar un huerto en casa; la actividad busca aliviar el miedo y, de paso, cambiar la forma en que entendemos la vida. También, nos trae diversos resultados: mejora alimentaria, incremento a la salud física y mental, promueve el respeto por la naturaleza y representa un ahorro familiar al disminuir costos en la compra de hortalizas y verduras.

Por tal motivo, debemos cultivar nuestros propios alimentos, porque es una oportunidad de pensar la vida y la muerte; es decir, cultivar nuestra comida, nos hace más sensibles y conscientes sobre la gente que produce alimentos en el campo; además sobre el cuidado del medio ambiente. Dedicarnos al cultivo de alimentos en casa nos da la posibilidad de consumir y elevar la calidad de los alimentos frescos, como: jitomate, chile, cebolla, nopales, verdolagas y quelites (pápalos) que son abundantes en vitamina A, B y C, fuente importante de magnesio, hierro, calcio y fósforo. De igual forma, la lechuga es rica en vitamina A, E, C, B1, B2, y B3, así como en calcio, magnesio y potasio. Solo 300 gramos de acelga te dan el 100 por ciento de vitamina C que necesitas al día, 27 por ciento de potasio, 30 por ciento de magnesio, vitaminas A, B1, B2, Hierro y Calcio (De Alba,2020). De este modo, es importante consumir por lo menos 3 raciones de frutas al día y 2 de verduras de distintos colores, consumir tanto alimentos frescos (verduras y frutas), como productos secos (frutos y semillas) la combinación resultante de estos alimentos suministra las vitaminas y minerales necesarios por persona, conformando una nutrición completa y balanceada en tiempos de COVID-19. 

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Familia coyuquense consumiendo alimentos frescos obtenidos de su huerto tradicional. Foto: Marcos Cortez.

Cultivemos nuestros propios alimentos

En virtud de ello, en Guerrero y otras partes de México, diferentes colectivos regionales promueven estas alternativas desde hace décadas, y hoy más que nunca se revive el aprender a vivir y disfrutar de nuevo en familia de manera autodidacta. La población urbana, debemos interesarnos y tomar el control de nuestra salud y alimentación; si dejamos de consumir los productos que ofrecen las corporaciones y transitamos hacia el consumo de alimentos tradicionales, compra de alimentos en mercados locales “consumo local”, tianguis campesinos, ecotiendas, etc.; así como organizar venta e intercambios entre comunidades y colonias, barrios; realidad que ya está encaminada, pero hay que seguir multiplicando/masificando estos círculos de confianza e intercambio de semillas, comida fresca y otros productos.

Igualmente, cientos de personas de los municipios de Coyuca de Benítez, Atoyac de Álvarez y Acapulco de Juárez, ya están haciendo “agroecología urbana”, e iniciaron con la producción de hortalizas en macetas en los balcones, traspatios, jardines, terrazas, bardas, andadores y azoteas de sus casas (Cortez, Op.cit, 2020), prepararon la tierra para sembrar y sobrevivir la pandemia, reinventando espacios que pensaban olvidados. También están separando, reciclando y composteando los residuos de la cocina y de jardín para hacer abonos orgánicos que utilizan para mejorar el suelo y nutrir los cultivos que siembran en espacios de 5 hasta 30 metros cuadrados, sus siembras las hacen con semillas de la zona que intercambian con vecinos y familiares.

A partir de estas sencillas labores y aprovechando el “quédate en casa, cultivando tus propios alimentos”, crea la oportunidad de repensar y reaprender de nuevo a vivir y disfrutar de los seres queridos. Ahora las familias en sus hogares realizan actividades productivas y recreativas (trabajo en equipo de acuerdo a sus capacidades y recursos locales) que giran en torno al huerto, utilizando y reutilizando en gran medida recursos materiales, que se encuentran en casa. Siendo éste un proceso socialmente activante y autoeducativo, en la que todos los miembros de una familia se interrelacionan asumiendo roles diversificados ante una necesidad común de subsistencia(Ídem).  

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Reciclaje y separación de desechos orgánicos e inorgánicos, procedentes de la cocina y otros productos que cotidianamente se utiliza en el hogar. Foto: Marcos Cortez.

Sembremos comida, sembremos saberes y cosecharemos futuros alternos. De lo contrario se consumará la máxima de Mollison que hace resonancia hasta nuestros días: “De ahí la inutilidad de los revolucionarios que no tienen huerto ni jardines, que dependen del mismo sistema que atacan, que solo producen palabras y balas, en vez de comida y refugio”. Porque cultivar alimentos en casa es un acto alimentario, ecológico, pero también político. Si estas acciones, las hacemos millones desde diferentes rincones y organizamos de forma autogestiva nuestro propio horizonte, claro que será un contagio masivo, que se hará pandemia, y estas acciones son las que transformarán el mundo, escenario que no es tan difícil como se piensa.
 
                                                                                                                  marcosbacilio@gmail.com
 


 


Bibliografía

  • Cortez Bacilio, Marcos (2020), “Agroecología urbana en tiempos de Covid-19”, en: La Jornada del Campo, suplemento del periódico de la Jornada, 19 de septiembre.
  • De Alba, José Ignacio (2020), “Sembrar para sobrevivir la pandemia”, en: Miscelánea, UAM Cuajimalpa, 27 de abril.
  • Gómez Carlina y Xantomil Jessica (2018), “México importa la mitad de los alimentos que consume, alertan”, en: La Jornada, Sec. Política, 13 de mayo.

[1] Los cambios en la cultura alimentaria han repercutido en la salud humana, en diferentes edades, padecen: obesidad, sobrepeso, enfermedades crónico-degenerativas, como la “diabetes”.

[2] Calorías vacías (también conocidas como calorías huecas) son las provenientes de alimentos cuyo aporte energético no es aprovechado por el ser humano. Este concepto hace referencia a las calorías que contienen los alimentos que tienen una cantidad importante de energía, pero que aportan muy pocos nutrientes o ninguno, tal es el caso de: refrescos, dulces, harinas, azúcares refinados y alcohol.

[3] Para muchos, la agroecología es una ciencia que estudia e intenta explicar el funcionamiento de los agroecosistemas. Para otros, la palabra agroecología se refiere a los principios –y no recetas– que guían las prácticas agronómicas y productivas que permiten producir alimentos sin agrotóxicos. Véase Altieri, Miguel A. 1999. Agroecología: Bases científicas para una agricultura sustentable. Montevideo: Editorial Nordan-Comunidad. 338 pp.

[4] Los principios básicos de la agroecología incluyen el reciclaje de nutrientes y energía, la sustitución de insumos externos; el mejoramiento de la materia orgánica y la actividad biológica del suelo; la diversificación de las especies de plantas y los recursos genéticos de los agroecosistemas en tiempo y espacio; la integración de los cultivos con la ganadería, y la optimización de las interacciones y la productividad del sistema agrícola en su totalidad, en lugar de los rendimientos aislados de las distintas especies. Véase Gliessman, S.R. 1998, “Agroecología: procesos ecológicos en agricultura sustentable”, Chelsea, MI: Ann Arbor Press.