Intento de un Bestiario mexicano para Julio Cortázar, por Eliot Panzacola

Intento de un Bestario mexicano para Julilo Cortázar

Por Eliot Panzacola

 

Los Bestiarios, eran libros medievales bellamente iluminados que recopilaban animales reales y mitológicos. Respetaban cierta estructura compositiva propia de la época. Su mayor utilidad, además de mostrar a las bestias, eran los mensajes cristianos moralizantes.

Fue a mediados del siglo XX, cuando este género -que nació en el medievo- recobra un renovado impulso en Hispanoamérica. Autores como Jorge Luis Borges, el propio Julio Cortázar, Juan José Arreola, René Avilés Fabila, entre otros, se apropian y reestructuran el género de acuerdo a la época en que viven.

Cortázar, como todo un cronopio, podría estar dentro de alguna categoría. Este posible Bestiario cortazariano es muy particular; ya que está construido a manera de un juego que el propio Julio me “facilitó” y donde el lector tendrá que participar para poder completarlo.

Axolote (Ambystoma mexicanum)

En París, muchos años antes de que pisara México, decidió darse una vuelta por el acuario del Jardin des Plantes. Ahí, descubrió una rara especie que le impresionó mucho y la que sería el tema principal de uno de sus cuentos:

En la biblioteca Sainte-Genevieve consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblístoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.1

Gatos (Felis silvestris catus)

En el verano de 1980, Cortázar vacacionó por más de cincuenta días en las playas de Zihuatanejo. Viajaba acompañado con su última pareja, la fotógrafa y escritora, Carol Dunlop y el hijito de ésta, Sthepane. Se hospedaron en los bungalows Las Urracas, a orillas de la playa La Ropa. Buscaban soledad y tranquilidad para descansar y trabajar en sus proyectos personales.

En los bungalows fueron “adoptados” por dos gatos negros, que inmediatamente hicieron recordar a Julio a su gatita parisiense Flanelle, quien se encontraba al cuidado de su amigo –el escritor argentino- Osvaldo Soriano.

A éste, desde la playa, le escribe una carta y, entre otras cosas, le comenta su encuentro felino:

[…] Recibí unas líneas de Tomasello (su primer paquete con nuestra correspondencia se perdió, pero no así el segundo) y por él supimos que ustedes estaban bien, e incluso que Flanelle se había reintegrado a tu casa que tanto parecía gustarle. Hablando de gatos, aquí fuimos inmediatamente adoptados por dos, madre e hijo, de modo que no nos faltó compañía; en cambio en materia humana fue perfecto, porque todo el mundo ignoró nuestra presencia aquí gracias a la bondad de Willie Schavelzon que nos tendió un perfecto cordón sanitario. Los pocos latinoamericanos que me reconocieron se portaron bien y no le pasaron el santo a nadie, de modo que el anonimato se mantuvo […]2

Un par de gatos negros en los bungalows Las Urracas. 1980
Un par de gatos negros en los bungalows Las Urracas. 1980

Burro (Equus africanus asinus)

Después de pasar más de cincuenta días en Zihuatanejo, Julio y Carol rentaron un automóvil para visitar algunos de los lugares emblemáticos de México. Completamente libres recorrerían por carretera el interior de la república mexicana. Julio tomaría el papel de guía -esta sería su segunda visita, la primera fue en 1975, cuando formó parte del Tribunal Rusell-; pues era la primera vez que Carol visitaba el país. El escritor de Historia de cronopios y de famas conocía algunas rutas por las que ambos se aventurarían: Palenque, Monte Albán y La Venta.

En el Bajío, Cortázar aprovecha la oportunidad para “dialogar”  y acariciar un burro que se encontraba a orilla de la carretera. Carol,  no perdería la oportunidad de registrar con su cámara el encuentro fantástico de un cronopio con un cuadrúpedo mexicano.

Se antoja pensar que este viaje por carretera, sería como una especie de antecedente del otro que realizarían dos años más adelante en París. Pero que, a diferencia del primero, estaría más planificado y organizado.

Julio con un burro
Julio Cortázar con un burro, en alguna parte del Bajío. 1980

  Dragón (Draco)

Los autonautas de la cosmopista, es un libro que registra el recorrido que realizaron Julio y Carol por la autopista París-Marsella, en 1982. Con el mapa de la autopista en la mano diseñaron el plan: explorar cada uno de los 65 paraderos que se encontraban en ésta, a razón de dos por día y pernoctar en el último. Llevarían provisiones y una bitácora para anotar sus acciones.

De acuerdo con el escritor Sealtiel Alatriste, este viaje fue ideado en las playas de Zihuatanejo:

Julio Cortázar y Carol Dunlop empezaron a dar forma a su proyecto uno o dos años antes, en un restaurantito de las playas de Zihuatanejo. Habían ido a pasar el verano en aquel oscuro rincón del Océano Pacífico, cansados de París, Ottawa y las ciudades donde generalmente se movían. Se le ocurrió a Julio, comiendo almejas bajo una palapa y se lo dijo a su compañera con el buen humor con que le comunicaba sus proyectos, con la solemnidad que le daban a sus palabras su estatura descomunal, y esa letra “g” arrastrada, que lo hacían pasar por un francés que acababa de aprender el español. Lo que escribieran en ese viaje, agregó, iba a ser la gran obra de sus últimos años. No es probable que Carol se sorprendiera, estaba acostumbrada a las manías de Julio, a pesar de que muchos lectores podrían esperar otra cosa, y quizás habría quien dijera que aquel juego de montar una aventura, supuestamente literaria, no estaba a la altura del gran cronopio. Él, sin embargo, hizo los preparativos con el entusiasmo y el misterio con que se planean las aventuras al estilo de su admirado Julio Verne […]3

Para la arriesgada travesía, buscaron por todos los distritos de París un transporte que se adecuara a sus exigencias, que soportara el clima tan cambiante en esa época del año, donde los cielos azules y claros, con nubes blancas y esponjadas, daban paso a repentinos chubascos y, sobre todo, que fuera lo más resistente para atravesar una de las carreteras más transitadas de Francia.

Tal responsabilidad cayó en un Volkswagen rojo, que aquí en México llamamos combi. Su amigo Luis Tomasello se había encargado de ampliarlo. (Cortázar. P.17) en el que hay un tanque de agua, un asiento que se convierte en cama, y al que he sumado la radio, la máquina de escribir, libros, vino tinto, sopas…

Cortázar no sólo veía al Volkswagen como un medio para transportarlos, era mucho más que eso. Si el propio viaje era considerado por ambos autonautas, como una mera travesía fantástica,  como la de los primeros exploradores que descubrían a su paso tierras maravillosas y sorteaban grandes peligros, al mismo tiempo que los registraban, el vehículo sería la reencarnación metálica de Fafner, el dragón de la mitología nórdica.

 

[…] Al dragón diré que hace dos años lo vi llegar por primera vez subiendo la rue Cambronne en París, lo traían fresquito de un garaje y cuando me enfrentó le vi la gran cara roja, los ojos bajos y encendidos, un aire entre retobado y entrador, fue un simple click mental y ya era el dragón y no solamente un dragón cualquiera sino Fafner, el guardián del tesoro de los Nibelungos, que según la leyenda y Wagner habrá sido tonto y perverso, pero que siempre me inspiró una simpatía secreta aunque más no fuera por estar condenado a morir a manos de Sigfredo y esas cosas yo no se las perdono a los héroes, como hace treinta años no le perdoné a Teseo que matara al Minotauro […]4

Combi de Julio Cortázar
Fafner, en algún paradero de la autopista París-Marsella. 1982.

Este intento de Bestiario mexicano cortazariano, sólo fue un pretexto -lúdico e ingenioso- para conocer otra de las facetas del escritor argentino: la del viajero-explorador, ávido de aventuras inesperadas que, como un infante, siempre estaba inmerso en la espontaneidad del momento. Adentrarse a su mundo, es abrir puertas y ventanas a la imaginación, la que nos legó a todos sus lectores que, hoy día, seguimos disfrutando de sus historias

 


 

Notas

[1] Cortázar, Julio. Cuentos completos I. Primera ed., CONACULTA. México, D.F. 1996, p. 400.

[2] Cortázar, Julio. Cartas 1977-1984. Editorial Alfaguara, 2013. Tomo 5. P. 280-291.

[3] Alatriste, Sealtiel. “Obituarios a destiempo. La vida misma”. En Revista de la Universidad de México. No. 36 del 2007, p. 107-108.

[4] Cortázar, Julio. Dunlop, Carol. Los autonautas de la cosmopista. Un viaje atemporal París-Marsella. Primera ed., Editorial Nueva Imagen. México, D.F. 1984, p. 17.

De las fotografías

Gatos y Julio Cortázar con burro: Stephane Dunlop

Fafner: tomada de internet