La banca
Tienes que morir unas cuantas veces
antes de poder vivir de verdad.
Charles Bukowski
Enciende con lentitud un cigarrillo, decaído pide otra copa de ron. Pamela, la mesera, lo seduce con su blusa escotada, sabe que sus senos son su carta de presentación, él se niega al capricho de esa seducción. Se emborracha para tratar de escapar de la realidad del tiempo, extraña a una mujer.
Le dio un trago al ron mientras recuerda cómo ella y él eufóricos se devoraban a prisa en la parte trasera del automóvil, escena que siempre ocurría en el estacionamiento del cine, el automóvil qué él le regaló en su cumpleaños número treinta, era el testigo de esas faenas. Estos encuentros de cuerpo a cuerpo los hacía cómplices de sus travesuras. Derrochaba todo cuanto tenía para complacerla, en ese Jetta negro.
La traición de ella la lleva metida en el pecho, como un dolor de muelas. Pide otro trago de ron, Pamela, la mesera se lo trae y cuando deja la copa sobre la mesa, ella en voz baja le dice papi: nadie muere de amor. Él se rehúsa a olvidarla, pese al engaño sería capaz de perdonarle su infidelidad.
Guarda en su gabardina desgastada una fotografía de ella. Entre sorbos la mira, por momentos quisiera quemarla con su cigarrillo, pero es lo único que conserva de aquel idilio, de alguna manera tiene donde vertir sus lágrimas. Las canciones de José José que suenan en el lugar le abren surcos de dolor. Revisa en los bolsillos de su pantalón si trae algunas monedas para seguir marcando canciones en la rocola. Los tragos sin música no se saborean igual, se dice mientras camina con sus monedas en mano, en el trayecto a la rocola observa cada rincón del bar, al igual que él hay otros sufriendo alguna pena. Mientras selecciona las canciones, se pregunta en qué falló para recibir ese golpe en su vida.
Antes de regresar a su mesa y seguir fumando, se fue al baño, después de orinar, frente al espejo del lavamanos, imagina lo que pudiera ser el final de su vida, teme terminar en harapos por las calles frías de la ciudad, hasta ahora conserva su apartamento, en ocasiones vuelve a él, para dormir, otras veces duerme en la banca de un parque, el alcohol le detiene. Ensimismado dice para sí, ¿cómo es posible que me haya hundido en este fango de mierda?, ahora cualquier bicho vale más que yo, remató. Los gritos de una disputa cerca del baño lo traen a la realidad, se humedece el rostro y regresa a su mesa.
Este episodio de alcohol y tristeza lo hizo perder su trabajo; lleva un par de meses sin pagar la renta, el arrendador ha sido paciente con él, sabe que en el pasado le quedó a deber algunos favores, ahora le corresponde con su espera. Sonríe a medias, levanta su copa y brinda por su suerte con el que tiene al frente de su mesa.
La mesera se acerca, con atrevimiento desliza sus dedos en el cabello de su cliente, para acariciarlo, por momentos deja a un lado a otros, para estar solo al pendiente de él.
Él con cierta brusquedad retira las manos de la mesera, no quiere tener nada con ella, no le importa su actitud cariñosa, ignora por completo todos sus hechos, para él todas las mujeres están cortadas con la misma tijera, de la traición. La mesera se molesta por la reacción que ha tenido con ella, deja sobre la mesa el trago que ha pedido, y seria se retira a la barra.
El “Lic” como lo conoce todo el mundo, está sumergido en el abismo por una mujer, se siente desahuciado a la soledad. Su tiempo se escabulle en el humo de los cigarrillos, es un huérfano fuera del bar. Ha agotado los préstamos con las pocas amistades que le quedan, no quisiera robar para seguir manteniendo su vicio.
“Somos polvo y al polvo volveremos”, lo gritó un borracho en el bar, él al escucharlo, sólo lo miró, era el gritón de siempre. Entre el escándalo de la música busca a la mesera, para disculparse con ella, por su agresión, momentos atrás, sin tantos rodeos ella acepta su disculpa, el Lic le pide una última copa y deja en sus manos el único billete que trae, indicándole que puede quedarse con el cambio. Después de terminar su copa, le promete que volverá al otro día. Desde la puerta de la entrada con la mano en alto y tambaleándose se vuelve a despedir de ella, Pamela, la mesera, le corresponde el saludo con un beso que lanza al aire, desde la barra del bar.
El Lic, después de dejar el bar ya entrada la madrugada, camina por la calle que está cubierta de neblina, cruza el parque de siempre, por un momento decide descansar en una banca, su banca, con dificultad enciende el último cigarrillo que le queda, cuando está por terminar su última bocanada opta por seguir su camino, se levanta y se dirige a la calle. Un automóvil que pasa junto a él casi lo atropella, lo hace saltar a la banqueta con el pitido de su claxon, molesto le grita al conductor “chingas a tu madre hijo de puta”, el auto se detuvo, cuando lo ve venir de reversa intenta escapar de aquel lugar, pero le es imposible sus pies se enredaron y en segundos cae al suelo, dos tipos alcoholizados se bajan de un Sentra blanco, sin darle tiempo ha que se levante, lo golpean a patadas hasta hacerlo vomitar sangre. Ya no más, por favor, dijo antes de quedar inconsciente sobre el pavimento.
Pamela, la mesera, sale del bar media hora después del Lic, atraviesa el mismo parque, en busca de un taxi, se recoge un poco su minifalda para aumentar su paso, en la distancia observa la figura de un cuerpo inerte, asustada se acerca ante aquel sujeto ensangrentado, se impacta al ver de quién se trata, angustiada coloca su oído sobre el pecho del Lic, para cerciorarse si aún sigue con vida, al percatarse que seguía latiendo su corazón llama a una ambulancia de la Cruz Roja. Después de dos horas despierta todo adolorido del cuerpo. Angustiado recorre la habitación con la mirada, le sudan las manos, nervioso, se pregunta cómo carajo pagaré todo esto que hacen por mí, Pamela acaricia su cabello, con una expresión de sus ojos le hace saber que todo estará bien. Como no traía consigo ninguna identificación, ella no pudo avisarle a ningún familiar, firmó como responsable de lo que pudiera pasar.
El médico en turno le pregunta si recuerda su nombre, y lo que le sucedió, un profundo silencio sella sus labios, cierra los ojos tratando de recordar lo que le pasó, evoca con claridad la frase del borracho: “somos polvo y al polvo volveremos”. Unas lágrimas recorren sus mejillas, con voz entrecortada le dice al médico “estoy solo en el mundo”, más habría valido haber perdido la vida. Pamela, la mesera, lo mira molesta, frunce el entrecejo, se acerca a él y le susurra: no seas cobarde Lic, ponte chingón la vida no da tantas oportunidades. Por la noche de ese día es dado de alta, con toda la debilidad que venía arrastrando por los conflictos de su embriaguez, salió del brazo de Pamela con un semblante nuevo, esta pausa forzada en su vida le dio otro panorama a su existencia.
Llegan a su apartamento, no quiere alejarse de Pamela, le insiste que siga con él, ella le hace saber que no está sola, tiene un hijo de seis años por el cual trabaja en ese bar. Le comenta que tiene planes a futuro de irse a Estados Unidos, por ahora tendrá que demorar ese viaje, ya gastó parte de sus ahorros en él. Para saldar los gastos con Pamela vende algunos muebles que le quedan, aquella habitación desolada refleja el gran vacío que hay en él.
Los días transcurren y por las mañanas se siguen frecuentando en el parque que se encuentra cerca del bar, él le insiste que abandone el bar, tiene fe de conseguir un trabajo, promete ayudarla con su hijo para que no se vea obligada a abandonar el país, desea una oportunidad para cambiar su destino a su lado. Ella duda de sus palabras, ha visto a tantos hombres derrumbarse por el alcohol, que cree que es difícil que él logre sobresalir de ese vicio. No le es indiferente el Lic, pero no quiere a otro hombre en su vida que no sea su hijo.
Una mañana, mientras espera a Pamela, prende un cigarro, saca la foto de su ex, y ya con valor quema el último recuerdo de su dolor romántico, está listo para volver a plantear la idea de vivir juntos. Ella llega, antes de que él diga una palabra, Pamela con dulzura, pero firme se adelanta para decirle que no vivirá con él.
El arrendador se cansa de esperar el pago de la renta, no le queda otra opción que pedirle las llaves del apartamento. El Lic, sin trabajo, y sin dinero, cabizbajo se cruza de brazos en una banca del parque, mira el piso, no tiene fuerza para ver al frente.
De nuevo el arrendador se compadece de él, como buen amigo le compra los últimos muebles que le quedan sin pedirle un peso de las rentas atrasadas, el Lic con esto logra alquilar un cuarto de azotea. Días después, el arrendador lo ayuda a conseguir un trabajo de encargado en un autolavado por aquel rumbo del parque. Con el pequeño sueldo que tiene logra volver al bar por las noches.
Cuando está en este sitio se dirige a la misma mesa de siempre, Pamela, la mesera, acude atenderlo. Ella deja la copa sobre la mesa y mirándolo a los ojos le dice: papi te ves muy mal, por qué no luchas por dejar este vicio nunca es tarde para nada. El Lic la mira en silencio, toma la copa con sus manos temblorosas y la bebe de un solo golpe, se levanta camina a la rocola para marcar un par de canciones, al regresar a su mesa encuentra servida una botana de carnes frías, Pamela le hace de señas indicándole que esa va por su cuenta. Se acerca a él y le acaricia el cabello, esta vez al Lic no le incomoda, él desea refugiarse en el contacto de sus manos.
Después de un tiempo vuelve a pedir la que es su cuarta copa, se da cuenta de que ya no trae consigo un peso para seguir bebiendo, observa su entorno como buscando a alguien que le invite las que siguen. La comienza a beber a sorbos muy lentos, no quiere que su última copa se termine, sabe que al pasar esto tendrá que abandonar el bar. Bebe la última gota de su copa, se levanta de su mesa y se acerca a Pamela para decirle adiós, ella lo detiene del brazo y le ofrece una copa más, se sienta en la barra, para tomársela, al darle el primer trago, escucha la letra: Que triste luce todo sin ti / Los mares de las playas se van. Conmovido se toma el resto de la copa de un solo jalón. Se levanta y se despide besándole la mano a Pamela.
Ya afuera del bar, decepciónado de su vida busca la calle que da a la vía rápida, está decidido a terminar con todo su sufrimiento, no tiene otra escapatoria más que la muerte, el suicidio le parece la mejor opción. El único hombre que desea Pamela en su vida, es su hijo, él y su miseria no tienen cabida en la vida de ella. Pensó con tristeza.
Como en una escena de película ve pasar los autos a gran velocidad, cuenta hasta tres y aprisa se dirige al centro de la avenida, las luces de un carro se clavan en su mirada borrosa, escucha el rechinar de sus llantas este no logra impactar con su cuerpo, el escalofrío de la muerte por un momento lo hace cerrar los ojos, cuando los abre tiene frente a él un Jetta color negro, tras el volante se encuentra hermosa como siempre Valeria, su ex, la culpable de lo que ahora es él. Impactados por aquel encuentro sorpresivo, ella lo esquiva sin tomarlo en cuenta, con rapidez se pierde en la sombra de la noche, él regresa a la banqueta.
Después de lo ocurrido, tembloroso, empapado de sudor, vuelve al parque a recostarse en la banca, adentrado en su realidad, se dice para sí, la vida sigue pese a todo.