Un planeta equivocado de Sofia Alvarado Cortés

Un planeta equivocado

 

Para Valeria y para las tres mil niñas-estrella que han pasado

como cometas en los últimos seis años por este planeta equivocado

María era alta y esbelta como un sueño. Tenía la piel más brillante que he visto, como de chocolate con leche, era suave, una vez acaricié su mano sin querer, mientras le ayudaba a envolver unas conchitas.

María era la niña más linda, vestía unos shorts de colores y unas blusitas que, cuando levantaba los brazos, le dejaban ver el ombligo como un puntito oscuro que alguien le había puesto ahí para hacerla perfecta. Era la más rápida en las carreritas y subía con una destreza ejemplar hasta la copa de los árboles. Reía mucho, pero a veces se quedaba seria, como si se fuera a otra parte, hasta que le hablaba una o dos veces y volvía de esos sueños momentáneos en los que nosotros no estábamos, en los que jugaba con otros niños más ágiles, más limpios, más felices. Éramos muchos, pero María nos desconcertaba, tenía una luz en los ojos y en la sonrisa, como si nadie pudiera tocarla nunca y nosotros fuéramos una masa de niños que había nacido sólo para jugar con ella. Eso nos molestaba, así que un día organizamos una reunión cuando fue a visitar a su abuela y acordamos abordarla la otra tarde para decirle que no estaba bien nada de lo que hacía, que era sólo una niñita abandonada a la que había dejado su padre en este pueblito arenoso y que no era mejor que nosotros, que no permitiríamos más que saliera con esa actitud que tanto nos molestaba a todos.

La tarde siguiente María llegó temprano a jugar. Solía brincar en los charcos y luego irrumpir en las casas de todos como si fueran propias. Nuestras mamás la adoraban y le invitaban agua o caramelos y le permitían encender la televisión y poner el canal de caricaturas, mientras nos esperaba paciente en la sala y movía sus piernitas flacas contra el sillón. Siempre llegaba a la mía primero, decía que yo era su mejor amigo, que me quería por sobre todas las cosas. Me contaba sus secretos más íntimos y lo que le gustaría ser cuando creciera. Yo casi no entendía nada de lo que decía, no sabía por qué tenía la obsesión de viajar si vivíamos en el lugar al que todos querían venir, pero ella era bella y rara como el sonido de las estrellas. 

Esa tarde salimos desde mi casa y, mientras nos acercábamos, vimos que los otros ya estaban ahí reunidos. Se alegró mucho, corrió más rápido y gritó ¡niña el último!, y no tuve de otra que correr, pero ella siempre ganaba, y se rió de mí. Entre la agitación y mi cara de enfado, dijo que para la otra me dejaría ganar, pero yo sabía que era mentira. Entonces Erick, el niño más grande de todos y el que tuvo la idea de reunirnos para darle su merecido a María la presumida, le dijo que se sentara en un espacio que habían reservado para ella y que la ponía en medio de todos. María se sentó y recogió sus piernas para que yo me sentara con ella, pero me quedé parado, al lado de Marco. Erick comenzó una especie de apertura a la reunión y le explicó a María por qué estábamos ahí y todo lo que nos molestaba de ella, dijo palabras muy crueles, como niña tonta y huérfana y fea. Los demás asentían las palabras de Erick y yo me puse cada vez más triste, porque veía cómo María se apagaba hasta que sólo era una llamita pequeña y titilante, y vi cómo tragaba saliva y se le llenaban los ojos de agua y la mirada le cambiaba y se iba como en otras tardes, lejos de ahí, a otro planeta en el que brillar.

María no dijo nada, escuchó todas las palabras de Erick sin soltar lágrimas. Desenredó sus piernas de niña flaca, se paró, tragó saliva y nos dijo que la disculpáramos, que no entendía por qué nos habíamos tardado tanto.

Dejó de ir a mi casa. La veía pasar por el estacionamiento en su bicicleta a toda velocidad cuando iba a la tienda. María era ahora una estrellita fugaz que nos pasaba para que la viéramos de lejos.

Unos meses después se mudó, no volvimos a saber de ella. Algunos dicen que se fue a otro país con su madre, otros dicen que regresó con su padre al norte y otros más hablan de un titular en la prensa que decía Alerta Amber, donde la describían a detalle, pero sin la luz de su cara, que no se veía en las fotos en blanco y negro.

Foto de portada "Zihuatanejo" (1969) de Graciela Iturbide